El neoliberalismo redefinió la comunicación como circulación de
mercancías, bienes, servicios, mensajes o personas mediante conductos
naturales o artificiales en consonancia con las leyes del mercado.
En atención a este precepto conceptual se estructuraron las
transnacionales de la comunicación o corporaciones mediáticas que se
han convertido en instrumentos para el logro de objetivos políticos
que atienden solo intereses financieros. Poco les importa la sociedad,
ni el lado humano que implica la comunicación social. Nada les
interesa la realidad social y no tienen ningún apego a la verdad.
En Venezuela los medios de comunicación privados, convertidos en
apéndice de las corporaciones mediáticas, han jugado un papel
contradictorio sustituyendo a los partidos políticos. Se han
convertido en instrumentos para la deformación de la realidad con el
propósito de alcanzar objetivos políticos. No se conforman con
difundir mensajes que distorsionan la realidad, han asumido la
responsabilidad fundamental en la denominada guerra de cuarta
generación.
La Revolución Bolivariana que le devolvió al venezolano común su
condición de sujeto de la política, que ha trasferido poder
(empoderamiento progresivo) a una inmensa mayoría que antes era
invisible ante los medios de comunicación y no aparecía como
protagonista. Ese proceso sociopolítico que conduce a la construcción
de una nueva identidad nacional hoy se encuentra en la mira de las
grandes corporaciones mediáticas que buscan debilitarlo y desvirtuarlo
hasta destruirlo.
Venezuela vive un nuevo momento histórico que exige políticas
contundentes y al mismo tiempo resulta imprescindible comprender que
la red afectiva que se ha estructurado como respuesta ante el estado
de salud del Comandante Chávez no debe afectar nuestra capacidad
critica, ni la percepción de una realidad donde prevalece la amenaza
de la conjura internacional.
La desvencijada oposición venezolana diseñó una estrategia para
desestabilizar el país apoyándose en los medios de comunicación
nacionales bajo la tutela y orientación de las transnacionales de la
comunicación. Reproducen a nivel internacional informaciones dirigidas
a socavar las instituciones, crear desestabilización y al mismo tiempo
frenar el avance de la integración latinoamericana. Utilizan las redes
sociales para difundir rumores y mentiras con el objetivo de provocar
angustia y desconfianza colectiva.
Las corporaciones mediáticas como CNN en español, El Nuevo Herald de
Miami, ABC y El País de España, La Nación de Buenos Aires, el grupo
Clarín, O Globo de Brasil, el grupo PRISA; entre otros siguen tratando
de crear un cerco mediático para aislar a Venezuela y al mismo tiempo
desarrollan campañas dirigidas a desvirtuar la percepción de la
realidad como parte de la guerra de cuarta generación.
La publicación, en “El País” de España, de una fotografía de un
paciente convaleciente y pretender identificarla deliberadamente con
el Presidente Chávez no es un simple error, un hecho casual y/o
aislado. La respuesta de su director, Javier Moreno, ante esta
descarada utilización de un medio para deformar la realidad solo sirve
para confirmar que se trata de una conjura internacional contra
Venezuela.
Ante esta nueva realidad del país y la arremetida contra la Revolución
Bolivariana es impostergable la conformación de un nuevo paradigma de
la comunicación que nos permita dar respuesta inmediata con una
comunicación que tenga como protagonista al pueblo trabajador
reconociéndolo como sujeto político que tiene voz e imagen.
Necesitamos superar la “agenda reactiva” para avanzar en el diseño de
una nueva institucionalidad de la comunicación acorde con los nuevos
tiempos.
La evidente conspiración de la derecha internacional exige no repetir
los errores del año 2.002 cuando sufrimos las consecuencias de un gran
cerco comunicacional y quedamos a merced de las grandes corporaciones
mediáticas porque carecíamos de una institucionalidad de la
comunicación como consecuencia de la actuación del nefasto Alfredo
Peña.
Debemos romper la desinformación del “chisme digital” con campañas
informativas de mucha densidad formativa que estimule el debate
diáfano y democrático.
La comunicación en tiempos de revolución no debe conformarse con un
formato mejorado de la comunicación neoliberal que perpetúa esquemas
publicitarios que todo lo conciben como mercancía y repetitivos
programas de opinión con los mismos protagonistas. Transformar nuestra
política e institucionalidad de la comunicación es parte de la batalla
contra la conjura mediática.
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