Es verdad que en lo más sensato de los sentimientos humanos uno no puede desearle fracasos a nadie. También es verdad que no cabe en la noble idea socialista el morboso pensamiento de verlo todo mal sobre todo cuando ese todo sobreviene de un gobierno con rasgos de tan distinguido ideal socialista. No sé si de apresurarse se trata cuando podemos vislumbrar, vistos recientes precedentes, que con Winston Vallenilla capitaneando la emisora estatal Tves, las cuentas al fracaso se asoman inexorables al gobierno que en el ámbito comunicacional ha sido pavorosamente errático. Sobre todo tomando en cuenta que la emisora en cuestión viene dando tumbos desde su fundación y que en el último año apenas empezó a lucir un lejano repunte de teleaudiencia que al menos generaba alguna ilusión de que las cosas allí mejorarían prontamente. Si no fuera por las películas nocturnales que entre semana presenta la emisora, uno se atreve a decir que menos de cinco venezolanos por cada cien sintonizan hoy Tves. Pero con Winston tal cosa podría agravarse a límites del quebrantamiento televisivo. Porque es que quienes asesoran al presidente en el tema de las escogencias gerenciales, si es que tales asesorías existen, no parecieron darse cuenta que no es lo mismo pegar desapacibles gritos para hacerse atender por una teleaudiencia cautiva, que normar un plan de trabajo de alta factura gerencial con objetivos claros que convenzan a la población televidente de sus mejores propósitos. Y cuando la idea socialista de inclusión va inmersa en tales planes, mayor seria el desafío. Ya la revolución probó con Winston en una responsabilidad que se le diera cabalgando una candidatura donde al final las cuentas electorales le propinaron una centellante paliza. Algunos vecinos de Baruta cuentan que el muchacho en los días finales de la campaña no producía menos que conmiseración, dado el estruendoso fracaso que se le aproximaba. Pero la dirigencia de la revolución no cree al parecer, que los chascos electorales marcan un importante índice de evaluación entre los cuadros que esa responsabilidad se les asigne. Craso error en el timonel de la revolución. Pero ya se ha visto lo que por muchísimas críticas parece obvio, que no ha sido el gobierno muy certero en la escogencia de sus más connotados capitanes. Y con Winston parece atiborrarse la incertidumbre. En lo más elemental de las sensateces, Pérez Pirela y cualquiera otro más con similares capacidades que la revolución sujeta, debió ser el seleccionado pera tal empresa. Y como ya la economía está en evidente crisis devaluativa, uno se atiene a pensar que en el complemento de los temas de gobierno las cosas podrían equilibrarse para bien de la revolución. Pero cuando la sabiduría en la escogencia de los mandos del estado revolucionario esta en ello exento, la brújula socialista se pierde y los caminos del estropicio se aproximan.