Nadie puede entender a ciencia cierta cuáles son los vicios que sufre la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, si no se profundiza en el rol de su Secretario Ejecutivo, Santiago Cantón.
Su influencia dentro de la Comisión es tan grande que en la práctica es quien decide lo que se hace y lo que no. Los miembros de la CIDH, que en total son siete, no se reúnen sino eventualmente. Las informaciones que reciben sobre los casos denunciados ante la Comisión son enviadas desde la Secretaría Ejecutiva. En otras palabras, los miembros no sustancian los expedientes ni deciden cuáles temas reciben celeridad. Las decisiones, comunicados o declaraciones que ellos suscriben son preparados por el Secretario Ejecutivo, enviados por internet y, sin mayores consideraciones o discusiones, los miembros realizan un voto cibernético.
Por si todo esto fuera poco, el presupuesto de la CIDH es manejado sin control también por el Sr. Cantón, al punto que algunos comisionados que no se pliegan a las voluntades del Secretario Ejecutivo se ven impedidos de viajar para cumplir con sus responsabilidades o son víctimas de retrasos injustificados debido a las manipulaciones que se fraguan en el área administrativa.
NADIE PUEDE METRERSE CON CANTÓN
El Secretario Ejecutivo de la CIDH no tiene que pasar por el proceso de elección al cual sí son sometidos todos los comisionados. Este funcionario simplemente es un empleado de la OEA que es nombrado por el Secretario General y su cargo no tiene tiempo de duración como sí lo tienen los comisionados. En otras palabras, a pesar de que Cantón es quien realmente domina la Comisión, no tiene ni la legitimidad ni los mecanismos de control que sí regulan a los comisionados.
En cuanto a nuestro país, Cantón no ha ocultado su animadversión en contra de Venezuela y en contra de nuestras autoridades democráticamente electas. No son pocos los que han criticado las actuaciones de este individuo, las cuales son completamente anti profesionales, cargadas de visceralidad y tendenciosas políticamente. Pero el asunto es que todo aquel que tenga la osadía de meterse con el Sr. Santiago Cantón, corre el riesgo de sufrir graves consecuencias.
Para muestra un botón: el ex presidente de Costa Rica, Miguel Ángel Rodríguez, fue electo por unanimidad, en el año 2004, como Secretario General de la OEA. Para ese momento nadie dudó de su honorabilidad ni de sus capacidades para regentar tan importante cargo. Sin embargo, pocos meses después, su suerte había cambiado radicalmente. En su país se le acusaba de corrupción y se le inició juicio sobe un tema que hasta entonces no había tenido importancia. Renunció al cargo y se presentó voluntariamente en Costa Rica a enfrentar los cargos. Fue bajado del avión esposado y metido en una jaula, a la vista de todos los medios de comunicación, a pesar de que se entregaba voluntariamente.
¿Qué había hecho Rodríguez, poco antes, que le mereció tantas maldiciones? En su condición de Secretario General había decidido reducirle el sueldo al Sr. Santiago Cantón. ¿Casualidad? Me permito dudarlo.
¿DE DÓNDE VIENE EL PODER DE CANTÓN?
Estados Unidos tiene el extraño privilegio de ser la sede, de postular candidatos y de asignar dinero a discreción para las actividades de la CIDH, a pesar de que nunca puede ser juzgado por ella debido a que no ha suscrito el Pacto de San José, el cual da origen a la Comisión.
Sin embargo, para garantizar que este sea un instrumento para desacreditar a gobiernos molestos, se asegura de tener un capataz con suficiente poder. Hipocresía sublimada tras la sagrada bandera de los derechos humanos.
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