¿Te acuerdas de aquellas amenazas diarias, con tomas de imágenes plagadas de sangre en las calles, de coágulos esparcidos por doquier al por mayor?
¿Te acuerdas de aquellos anuncios de marchas en los que se colocaba al gobierno contra las cuerdas, con temblores de paros y huelgas diarias, de ruidos de cacerolas a toda hora?
¿Te acuerdas de los persistentes rumores de golpe, del goteo de militares que se iban a la Plaza de la Libertad en Altamira y la foto fija en todos los canales, pidiendo la caída de Chávez?
¿Te acuerdas de aquellos lutos activos? ¿De aquellos crespones negros? ¿De aquel deambular con procesiones por dentro y por fuera, de víctimas que ellos mismos asesinaban? ¿Aquellas bombas que se auto-colocaban en Globovisión y en “Así es la Noticia”, en embajadas y consulados?
¿De aquellas homilías en casi todas las iglesias donde se hablaba de comunismo, del tirano, del dolor de la Virgen por lo que pasaba en Venezuela bajo la bota de un loco? ¿De aquellos colegios y universidades que se negaban abrir bibliotecas, aulas y laboratorios hasta que el loco se fuera?
¿De aquellas monocordes acusaciones llevadas al Tribunal Supremo de Justicia para sancionar al gobierno por cualquier minucia o capricho de particulares? ¿Te acuerdas cuando a cada amanecer se anunciaba que Chávez no sobreviviría un mes más, una semana más, un día más?
¿Te recuerdas cuando amenazaban con aquellas toneladas de firmas solicitando referenda y que se recogían en cada esquina contra el tirano, con banderas y odios desbocados?
¿Te acuerdas de los humoristas como Zapata, Claudio Nazoa, Laureano Márquez, etc., siempre hablando de que Chávez era un pavoso, cuando en verdad era todo lo contrario?
¿De que era imposible de que Chávez pudiera ganar una elección y que si la ganaba era porque haría fraude?
Y uno no dormía bien, no podía ir a ningún lado sin llevar la sensación pertinaz de la muerte a cuestas. La pena, la agonía en los ojos, en los rostros, en el corazón. Y si uno, procurando un poco de paz apagaba el televisor y la radio, resultaba peor porque aquella sensación de muerte de horrores y peligros se agrandaban, porque se creía escuchar rumores tenebrosos y voces como cargadas de ira; todo lejano, oscuro y penoso. Cualquier grito en la calle, cualquier sirena de ambulancias, de carros, cualquier noticia, cualquier anuncio de alguien que nos hablara con voz baja de lo que había oído de otro en una cadena de temores, nos desgarraba el alma, la vida.
Todo aquello como en brumas de honda desesperación. Los tiempos cambiaron, fueron derrotados en todos los terrenos, pero en medio de una inercia diabólica, los medios continuaron igual. Siguieron siendo los mismos. Pero ocurrió lo impensable, ya no les creemos en absoluto. Se redujeron ellos mismos a sus locos, demolidos y triturados enfermos, los más disociados y condicionados, los más secuestrados por sus propios horrores. Muchos escuálidos en medio de este desesperante aherrojamiento de los medios han generado cáncer, locuras, histerias irrefrenables. Ahora Globovisión les muestra las balsas que tendrán que coger si continúa el tirano en su frenesí de cambios sociales, y esos escuálidos al ver que sus clamores no reciben respuestas, al ver que cada vez son menos quienes les respaldan y que EE UU al parecer no encuentra la fórmula para matar a Chávez, entonces entran en la más desgarrante esquizofrenia. Desean matar y matarse.
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