Soy ferviente defensor de la libertad de expresión: es más, la ejerzo cotidianamente: expreso mis ideas con la más absoluta libertad y lo hago por escrito para efectos de publicación. Soy libre de pensar y de escribir, solamente requiero de una hoja de papel y de una pluma o una máquina de escribir y dispongo de ellas, en ello radica mi libertad y, hasta este punto, es absoluta. Mi libertad de expresión se agota inmisericordemente en el paso siguiente, el de la publicación; si mi expresión no va a ser escuchada o leída, ya no se diga vista y oída, mi libertad se convierte en simple quimera, grito en el desierto o, a lo mucho, charla de café. En lo particular, soy afortunado de que mis artículos se publiquen en estas páginas, con el único mérito de la amistad; pero no tengo la libertad de que me publiquen y me lean mis adversarios, que es a quienes dedico mis diatribas; muchos otros expositores de mejores ideas pero carentes de amigos en la prensa, no pueden expresar su pensamiento. Desde luego que impera la limitación de orden físico pero, hay que apuntarlo y subrayarlo, libertad que no es para todos no es realmente libertad, deviene en privilegio para unos, cancelación para los más.
En un escalón más arriba del análisis, la famosa libertad de expresión sólo es válida si contribuye al derecho de la gente a la información, este sí, verdadero instrumento liberador. La verdad os hará libres, dicen que dijo Jesús de Nazaret; hoy habría que ampliarla para decir que, para ser libres, deberán conocerse las verdades, aún contradictorias, para que el común pueda escoger la que más le convenza. La verdad única, aunque sea la mía, implica falta de libertad; niega la información a que el pueblo tiene derecho.
Hoy el tema es objeto de acaloradas discusiones y de fuertes enfrentamientos, que espero se calienten aún más. En México la Suprema Corte de Justicia ventila públicamente la demanda de inconstitucionalidad de la flamante Ley de Radio y Televisión (Ley Televisa) formulada por la minoría de senadores que, en su oportunidad votaron en contra de su redacción y promulgación, encabezados por los ex senadores Bartlett y Corral; el ministro ponente otorga la razón a los demandantes en algunos artículos, pero hay quienes tienen la esperanza de nulificarla totalmente, así como otros la tienen como temor, particularmente los dueños del privilegiado negocio mediático, al grado de haber desatado una brutal campaña de presiones sobre la Corte y de denuestos contra los promoventes, agregada a la inusitada intervención en los asuntos venezolanos en defensa de la concesión de RCTV. La campaña es, en sí misma, la justificación rotunda para llevar al control social de los medios electrónicos de comunicación; no se vale emplear el medio público concesionado en la defensa de intereses privados. A esto el diccionario lo llama prostitución. Así también su perversa intervención en materia política, auspiciando el fraude, o la protección de su monopolio (recordar el caso Saba). Sería una esperanzadora sorpresa que la Corte dictaminara en contra de los poderosos intereses de la televisión privada, confieso mi escepticismo.
En Venezuela el pleito es el mismo, pero en una etapa infinitamente más avanzada. Ocurre la terminación de la vigencia de la concesión a la televisora RCTV y el gobierno, en pleno respeto del derecho, dispone su no renovación. No hay cancelación ni atropello alguno. La medida ha provocado la reacción desaforada de la escuálida derecha venezolana, aderezada por los llantos y los gritos de mujercitas, con ropas de marcas famosas, que reclaman sus enajenantes programas; pareciera una turba de drogadictos a quienes se les anuncia que ya no se podrán drogar más. El dueño apela a una legalidad inexistente, como si fuera un derecho de propiedad, y al falso principio de la libertad de expresión, como si todo mundo pudiera tener su propio canal de televisión. En el contubernio surgen los aliados internacionales: La Sociedad Interamericana de Prensa que sólo representa el interés de los dueños del negocio desinformativo, subordinados a los de la Casa Blanca . El inefable señor Aznar (o asnal) mete su estúpida e inútil cuchara. Las mexicanas Televisa y TV Azteca dedican tiempos extraordinarios y espots para denostar al régimen dictatorial que osa cancelar (dicen ellos) la libertad de expresión. No otra fue la misión que vino a cumplir Teodoro Petkof (cuyo valiente hermano ha de estar revolcándose de coraje en la tumba) que alinear baterías contra los esfuerzos emancipadores de la Revolución Bolivariana. No dudaría que tales desfiguros se estén registrando en toda la América Nuestra, con los empresarios y la oligarquía alarmando a la población ante la amenaza de Hugo Chávez que, por cierto, es una real amenaza para sus mezquinos intereses.
El Gobierno Venezolano, con el vigor del respaldo popular, constituye Televisión Social TEVES, para ocupar el canal disponible, con un planteamiento de amplia participación de productores independientes venezolanos y latinoamericanos, con una innovadora fórmula de entretenimiento y educación para toda la familia, ajeno al patrón de medio gubernamental. Enhorabuena al bravo pueblo y al socialismo que están inventando.
Para México y para el mundo, televisión democrática es el postulado.
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