“Que el fraude electoral jamás se olvide”
La lucha de los venezolanos por su emancipación registra hoy una batalla más en su largo y tortuoso proceso. Parece una paradoja, pero en los nueve años de batallas sucesivas los adversarios son cada vez menos, pero son cada vez más poderosos. En esta ocasión, enardecidos por la decisión soberana, legal y legítima, de no renovar la concesión de un canal de la televisión privada, los antiguos amos y señores del país están decididos a llegar hasta las últimas consecuencias, antes que seguir perdiendo sus añejos privilegios contando, desde luego, con el poderoso respaldo del verdadero amo imperial. No es para menos; la Revolución Bolivariana ha venido consolidándose y avanza en la construcción de su socialismo peculiar, inventándolo permanentemente: “inventamos o erramos” decía Simón Rodríguez, el mentor de Bolívar.
Uno de los muchos aspectos trascendentes del proceso es el haber logrado desenmascarar y colocar a la vista de todos, sin el menor recato, el conjunto de los intereses de la oligarquía y los perversos instrumentos de los que se vale para tratar de preservar sus privilegios. El más socorrido de tales instrumentos: la democracia o, mejor dicho, su democracia; la de la OEA, es decir, la de Washington, la ramera democracia que sólo sirve para proteger sus intereses. Según ellos, si la voluntad popular mayoritaria decide elegir a un presidente y lo respalda eligiendo un congreso afín a su proyecto de país, se rompe la tal democracia y se cae en la tiranía; y si ese presidente honra sus compromisos electorales, procura el bienestar de la mayoría y combate los factores que lo impiden, aplicando la ley con toda la fuerza del estado, entonces, es un dictador al que habrá que derrocar. Es la democracia que, por manifiesto encargo divino, los Estados Unidos están obligados a implantar en todo el mundo y, con especial énfasis, en el continente americano; por eso son sus empresarios los modernos cruzados defensores de la fe y la libertad de comercio.
A esos cruzados tan cristianos habría que recordarles la parábola del Buen Samaritano: el pueblo, es decir el prójimo, vejado y desprovisto de lo mínimo indispensable, secularmente asaltado y golpeado por los poderosos, ignorado por levitas y sacerdotes, recibe la atención del samaritano despreciable, ese que no es digno de participar en las instituciones de la gente bonita, que lleva sangre negra e indígena, pero que responde a una enorme dignidad. Si a este personaje se le llama tirano, entonces nos referimos a la parábola del Buen Tirano.
Pero al igual que en la Edad Media, las cruzadas modernas neoliberales chocan con la realidad y van perdiendo terreno. La Condy tuvo que emprender la vergonzosa huída de la Asamblea de la OEA, el vetusto ministerio de colonias de la Casa Blanca, ante el fracaso de su intento de obtener una declaración contra Venezuela por la no renovación de la concesión a un canal de la televisión privada; el canciller venezolano reclamó que también se debatiera sobre las cínicas violaciones a los derechos humanos cometidas por los yanquis. Ya antes el Presidente Chávez había advertido que, si la OEA intervenía en los asuntos internos de Venezuela, se retiraría de la organización, con lo que quedaría aún más deslegitimada. Hay que recordar que la señora Rice perdió desde aquella intención de montar en la Secretaría General al infausto y foxiano Derbez.
Esta batalla ya la ganó la Revolución Bolivariana. Guardadas las distancias de los respectivos momentos históricos, en México también se ganó una importante batalla en la Suprema Corte de Justicia, respecto de la cual me equivoqué al mostrarme escéptico: fue declarada la inconstitucionalidad de los artículos centrales de la llamada ley televisa. Si bien los ministros de la corte simplemente resolvieron de manera obvia, no deja de ser importante que lo hicieron en medio de las tremendas presiones del duopolio televisivo. Mis respetos.
La lección venezolana, pero también la mexicana con el triunfo electoral de Andrés Manuel, demuestran que aún con el desproporcionado poder de la televisión empresarial oligárquica, el pueblo mayoritario no se va con la finta de las amenazas y los temores infundidos por los comentaristas levantacejas. No son invencibles. ¡Vamos por más!
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