Autopsia del periodismo venezolano

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(El miércoles 27 se realizará en el Celarg un foro que llevará el título de este artículo. Ya tendrán más noticias al respecto).

El periodismo venezolano ha muerto.

Al respecto, no hay matices, no hay excusas, no hay justificaciones, disimuladores ni suavizantes. Esa mierda que todos leemos en la prensa, vemos por televisión o escuchamos por radio en forma de noticias, no son trabajos periodísticos. Son en realidad objetos propagandísticos destinados a destruir un proyecto de país o adular al líder de ese proyecto de país. Ambas aplicaciones del periodismo son inaceptables: el periodismo debería servir para registrar la verdad, no para ensalzar o destruir personas o proyectos.

El periodismo venezolano se acabó cuando un sector de los periodistas de este país decidió que todo cuando haga el Gobierno de Chávez y sus seguidores, que el chavismo es un asco que es preciso desprestigiar y asesinar moralmente, y otro sector de periodistas decidió que la mejor respuesta a eso era adular a Hugo Chávez y a su equipo de Gobierno.

Todo lo anterior, demolición y adulancia, se ha perpetrado en los espacios informativos disponibles para los ciudadanos hasta límites grotescos, escabrosos, repugnantes. Periodista que no le hace el juego al gran capital le jala bolas a Chávez. De esta manera, cuanto “consumimos” y “compramos” los venezolanos en forma de noticia es en realidad un pastel indigno, compuesto de mucho miedo, mucha negligencia, mucha mediocridad.

A los venezolanos comunes se nos ha escamoteado el derecho a saber la verdad. Antes de la patada por el culo a RCTV hubo una marcha de sifrinos, maricones y pobres jalabolas de los ricos, la cual llegó a Quinta Crespo. Globovisión y el resto de los medios de la derecha aseguraron que a esa marcha habían concurrido 800 mil personas. Venezolana de Televisión, los medios del Estado y unos cuantos alternativos aseguraron que no había allí más de 7 mil personas.

Es evidente, obvio, de cajón, que alguien nos mintió descaradamente en esa ocasión.

Es evidente, obvio, de cajón, que todos nos mintieron: en esa marcha no había 800 mil personas y tampoco 7 mil. ¿Qué clase de rango o margen de error es ese? Hay que ser un mentiroso hijo de la grandísima puta para estafar con semejantes especies “noticiosas” a un pueblo ansioso de conocer la verdad, y hay que ser bien güevón, fanático, mamagüevo o retrasado para creer cualquiera de las dos versiones.

Un sentido absurdo, vomitivo, despreciable y hasta criminal de lo que es la política y de lo que es la sociedad ha permitido que un sector de venezolanos se coma, sin cuestionarlo, el mojón de Globovisión, y otro sector se coma, también sin cuestionarlo, el mojón de Venezolana de Televisión.

Los licenciados en comunicación social al servicio de los medios privados de la derecha procesan informaciones con miedo de decir algo bueno del zambo de mierda que despacha en Miraflores, y que amenaza con acabar con sus privilegios de clase.

Los licenciados en comunicación social al servicio de los medios del Estado procesan informaciones con miedo de decir algo que moleste a Chávez y a su entorno.

Los periodistas, licenciados o no, que pergeñan en medios comunitarios y alternativos, procesan informaciones con miedo de decir algo que moleste al ministro, gobernador, alcalde o funcionario que les otorga una maldita pauta publicitaria.

En este país, periodista que no anda diciendo “Muera Chávez” anda diciendo “Un Ah Chávez no se va”.

Ambos especimenes son expresiones lamentables, dignas de repudio; aberraciones del periodismo, vergüenzas ambulantes para una sociedad que ansía y reclama urgentemente un periodismo independiente, aguerrido y sobre todo apegado a la verdad.



***



Mi señalamiento no es contra un periodista o grupo de periodistas en particular sino contra el periodismo venezolano en general. Yo conozco desde adentro la mediocridad del periodismo de mi país. Yo he trabajado sucesivamente en muchas redacciones de periódicos y agencias de noticias. Yo he fundado medios alternativos y comunitarios. Yo sé qué se siente al señalarle un error flagrante a un periodista y que éste, por toda defensa, te espete: “A mí me respetas, yo tengo un título, yo soy licenciado”. Yo estoy por lo tanto autorizado para interpretar el pánico de esos señores licenciados: yo sé de pobres seres que, sin ese título, se verían desnudos y reducidos a la simple condición de seres humanos, para lo cual no están preparados. Yo sé del valor microscópico que les otorgan a los demás mortales esos engendros de la academia venezolana, esa fábrica de engreídos y de imbéciles de valía artificial. Yo sé de sujetos que son estrellas consagradas del periodismo escrito, y que guardaron silencio o me ofrecieron unos coñazos cuando los puse en evidencia al preguntarles qué cosa es un adverbio o para qué sirve un conector: los periodistas de este país creen que son unos pipes pelaos pero cuando los confrontas con su herramienta de trabajo, que es el lenguaje, quedan en evidencia y reaccionan con violencia: con mi título no te metas, con mis privilegios no te metas.

Contrariamente a lo que sucede con la mayoría de los ámbitos de lucha, discusión y pugnacidad en Venezuela, el tema del periodismo no es un asunto que enfrente a chavistas y antichavistas. Yo vi y todo el mundo vio al ministro William Lara dándose besitos con Levy Benshimol para refrendar, apoyar y darle legitimidad a una de las leyes más retrógradas, conservadoras y derechistas de cuantas tienen vigencia en este país.

No, esta no es una pelea entre chavismo y antichavismo. Esto es una pelea entre la derecha más fascista y conservadora y las corrientes, individuos y tendencias que de verdad queremos construir una sociedad distinta.

Cada vez que uno nombra a un ministro o Gobernador para señalarle públicamente su condición de derechista disfrazado de revolucionario, saltan ciertos panas: “Ten cuidado, Perro, mira que basta una palabra de Chávez para hundirte a ti y a los tres güevones que piensan como tú”. A lo cual respondo siempre: “Tranquilo, que Chávez es uno de esos güevones que piensan como yo. Ese es un infiltrado que tiene la Misión Boves en Miraflores”.

Lo digo, y quiero creérmelo: llegado el momento, veremos de qué lado se ubica el tipo de Miraflores.


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José Roberto Duque - Misión Boves


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