Periodismo que no termina de morir, periodismo que no termina de nacer

Que a un periodista se la haga solicitud del constitucional derecho a réplica le representa una afrenta. Pero es ese tipo de insulto que se recibe de alguien que tiene razón, puesto que viene empaquetado con potentes argumentos, ante los cuales el periodista se siente empequeñecido, paralizado, debilitado, vulnerado en su arrogancia, se siente desconcertado ante lo desconocido, se siente temeroso, entra en pánico. Un derecho a réplica hace madurar, hace entrar en conciencia. Y una sentencia judicial es lapidaria, emocional y físicamente.

Hasta que no se enfrenta a la solicitud de un derecho a réplica, el periodista se comporta como el ciudadano que sabe que arrojar la basura a la calle es malo, pero con eso no va a matar a nadie. Ningún periodista de este país está al tanto de una circunstancia en extremo peligrosa: el oficio periodístico es exactamente equivalente a otro oficio: el encargado de desactivar minas personales, es decir, un oficio en el que en cada acto se puede dejar la vida. En cada acción, una sobrevivencia más.

Por el contrario, los periodistas venezolanos son francotiradores, son las minas y no el minero. Están constituidos en problema y jamás en vehículos de ninguna solución.

Por tanto, en Venezuela tenemos una peculiar situación: el derecho a réplica consagrado en la Constitución Nacional, pero ejercido por casi nadie (al punto de que cuando es reclamado, se convierte en la comidilla, pues no es moneda corriente). Adicionalmente tenemos a un pueblo chavista, que es mayoría, que ha sido y es masacrado cotidianamente por el pelotón periodístico. Terrible paradoja.

Paradoja que comenzó en 1999, cuando en una nota de El Universal se reseñaba de una invasión realizada en el estado Zulia por una "horda chavista".

Como no cabía esperar de otra manera, y como corresponde, tronó al día siguiente el replicador estelar vomitando sapos contra la vituperación hecha a sus seguidores.

Sin comprenderlo, había pisado la mina que serviría de detonante a quienes ya desde entonces se sobaban las manos planteándose el abecé de la sociología política: polarizar la sociedad. Hordas están conformadas por desdentados, decía la reseña, y si Chávez defiende a los desdentados como tan apasionadamente lo hizo, entonces llenemos las pantallas de desdentados salvajes que quieren arrasar con lo establecido. A la par, y sabiendo activado el conflicto, se puso el marcha un bombardeo al inconsciente colectivo anti-horda: César Miguel Rondón empezó gota a gota a referirse al Gobierno como "el régimen", y a las semanas no había periodista que no se le inflara el ego acuñando en sus notas que el régimen esto y lo otro. Y así siguió siendo alimentada la polarización, que llevada a su máxima temperatura, cual es el frenesí, el delirio, la inconsciencia, desencadenó en el objetivo final: el golpe de Estado.

Producida la devastación de abril, los titiriteros reordenaron las defensas mediáticas y pusieron en las bocas de sus marionetas dos espoletas con las que creen que mantienen en situación de rehén al Gobierno: la libertad de expresión y la verdad.

Si un ciudadano, colectivo o institución de Dinamarca, por citar ejemplo, lee o escucha que el debate en Venezuela se centra entre libertad de expresión o no, sentirá escozor, porque discutir si en nuestro país hay libertad de expresión es una trampa discursiva de la que nosotros hacemos carne de cañón hasta con alborozo.

Que unos venezolanos digan que aquí no hay libertad de expresión y otros que contestan que sí hay, es hacer suponer que estamos viviendo en ghettos, que nadie puede salir a la esquina a maldecir su mala suerte o meterse en un bar a renegar de un cacho injusto. Un país sitiado por un militarote, pues.

Libertad de expresión no supone la existencia de un medio de comunicación; libertad de expresión es poder decir lo que me salga del forro cuando me salga del forro y contra quien me salga el forro. Distinto es la libertad de información, que es lo mismo que la libre asociación de empresa. Las empresas telefónicas, por ejemplo. Internet. Un periódico.

La otra granada es "la verdad". El gobierno le responde duro al periodismo porque le duele que ellos digan la verdad, ese es el argumento. Los titiriteros les han inoculado a sus asalariados la sacralizada idea de que el norte del periodismo es la verdad. ¿Cómo no solidarizarse con quien es portador de la verdad? El que tiene la verdad siempre tiene la razón, siempre es el pobrecito. Jesucristo fue crucificado por andar diciendo verdades. ¿Cómo se puede discutir con alguien que sólo dice la verdad? Los periodistas son Dioses, es el objetivo que los titiriteros quieren y logran cuando plantean y materializan el debate.

Lo cierto es que lo que los periodistas nos venden como verdades, son sólo versiones de hechos o de personas. Pretenden así cambiarnos espejitos por oro. Y a veces logran el canje, porque se les responde con el solemne "digan la verdad".

Ahora, ¿es consciente el periodista de los roles políticos que los ponen a jugar? No, a punta de enseñarles el fantasma de los desdentados y fruto de la polarización y el endiosamiento, los titiriteros han fabricado un templo de cartón para que allí se postren sus periodistas, que de este modo son vaciados de espíritu y conciencia (esto está ocurriendo con los mediadores sociales, qué jodidos estamos).

El periodista apátrida no tiene conciencia propia (mucho menos conciencia revolucionaria), cree honestamente que el chavismo es una plaga que quiere aniquilar el país. Los periodistas están saliendo de las universidades y en sus títulos llevan agregado un chip que los hace unos convencidos de que la misión esencial de ellos es combatir a ese adefesio llamado Revolución Bolivariana. El país como entidad no es percibido por estos periodistas obnubilados desde laboratorios de la CIA.

Ese es el periodismo que tenemos a la fecha, un periodismo que no termina de morir porque sus amos saben que es mejor conservarlo en vida artificial, conectado a una manguera y exhibido como víctima de un gobierno intolerante y rapaz. Así que el periodismo no cambiará ni los periodistas vegetativos podrán propiciar cambio alguno, porque están trascendidos en sus propias capacidades. Así que mejor dejemos de sentir arrechera por los periodistas robots. Son sólo eso, seres indefensos, manejados. Son inocentes.

El periodismo que puja por terminar de nacer tampoco es lo que ahora Romero Anselmi, William Lara y Helena Salcedo pasaron a entender por periodismo. Tendrán que ser un parto forzado, necesaria e inéditamente revolucionario, es decir, nunca visto.

El 27 de marzo de 2001, en la página A-4 de la Defensoría de los Lectores de El Nacional (que por entonces ejercía el emblemático clase media Elías Santana), se comentó una queja de una lectora:

La pregunta de la lectora Carmen Porras, nos impactó. ¿Y si un día El Nacional publica algo sobre mí, que resulta falso, y su única respuesta, además de divulgar mi aclaratoria, es aducir que el dato provenía de un rumor, de un chisme, de algo tan indefinido como los corrillos políticos? ¿Qué pasa con el impacto que haya tenido la noticia en mis clientes, en mis relacionados o en mis familiares? ¿Qué opciones tengo, qué me garantiza usted?

Pues bien, señora Porras, siendo una situación imaginaria, inspirada en el caso citado, aventuramos dos respuestas. En primer caso cuenta usted con la aclaratoria y la rectificación correspondientes y, de ser necesario, con la instancia del defensor de los lectores. Pero el mejor camino, el más contundente y ejemplarizante, es el que usted demande al diario. Lo lleve a tribunales y le haga pagar, en dinero, esfuerzo y prestigio, el publicar informaciones no comprobadas, sin fuente citable o confiable. Esperemos que esto no tenga que ocurrir con respecto a El Nacional, que se esmera con confirmar los datos que publica. Pero el camino está claro.

Qué claridad la de Elías Santana en 2001. Prácticamente estaba incitando a los lectores a radicalizarse y demandar (¿son radicales los revolucionarios, era radical Jesucristo, lo era Martí?).

Pero nuestro pueblo no va a demandar, simplemente porque no sabe demandar. Del mismo modo en que se dejaba arrebatar sus derechos políticos cuando el acta mataba voto.

Toda revolución, si es verdadera, conlleva una fuerte dosis de improvisación, porque su hábitat es el movimiento constante. A ello agréguesele su llegada intempestiva, no planificada, no esperada. Toda revolución que nace debe soportar un gran déficit de recursos humanos (lo que de paso se demuestra cuando el propio Chávez admite que le cuesta mucho conseguir gente para endilgarle responsabilidades; o cuando no cuenta con uno solo de los gobernadores del país, al extremo de que tiene que nombrarles vicepresidentes para solaparles, lo que es una forma muy tácita de reconocer la ineptitud de la parranda de gobernadores). No tiene vanguardia que fabrique pensamiento, entonces hay que justificar las dificultades del pueblo por absorber, procesar y convertir en teoría la cotidianidad. El pueblo sigue percibiendo a las instituciones periodísticas y a sus obreros como entidades sagradas. Un ciudadano humilde que defiende con la vida la revolución, quizá no sepa defenderla contra el periodismo. Hay que ayudarlo. Hay que comunicarle que existe en la Constitución el artículo 58, que la hace expedito el camino para que, como recomienda Santana, las demandas al periodismo irresponsable se vean reflejadas con unos tribunales inundados de acusaciones contra los peones.

Desde luego, nadie quiere meterlos en La Planta. Bastará con un carcelazo mental que lo desarme, que los humanice para que, progresivamente, el periodismo comience a ser reflejo de la sociedad actual, ¿qué otra cosa puede ser el periodismo?

Si hoy una persona saliera de un sótano en el que estuvo encerrada desde 1997 y le dieran a leer los periódicos durante una semana, concluirá en que el tiempo no transcurrió. Es el mismo país. Ha sido una estrategia exitosa de los titiriteros: esconder, birlar a sus fanáticos (y a una buena parte del chavismo que no ha sido tocado directamente por la gestión) las transformaciones del país, un país que avanza a trastiendas, pero que avanza. Se convirtieron en una colina que tapa el horizonte y en un servicio de psicología de masas que trata de contener la percepción el crecimiento sostenido de la autoestima nacional, que es quizá el más grande y resumido de los logros de la incipiente era chavista, que es al mismo tiempo la única y más grande espoleta de la que dispone el Presidente.

Ha sido esta estrategia imperial la que ha logrado que, en lo comunicacional, la Revolución Bolivariana siempre haya estado a la defensiva, avanzando con grilletes.

Porque ciertamente, la materia comunicacional y ninguna otra hará o no viable en el tiempo a la Revolución Bolivariana. Hará que 50 años podamos hacerlos en 20, o que 20 lo hagamos en 50.

Lo que hace urgentísimo que se termine de empoderar al pueblo en lo comunicacional. En un ensayo-libro de mi autoría ("A propósito de la falla tectónica de la Revolución Bolivariana: propuesta para un sistema comunicacional transformador"), planteo que ese acceso se permita a manera de una contraloría social supervisada desde una superestructura que sirva de teatro de operaciones al presidente Chávez; pero en lo confrontacional con el periodismo, al pueblo hay que adueñarlos del artículo 58 y facilitarle una plataforma que lo envalentone.

Anteriormente propuse una suerte de Defensoría Pública de Usuarios de Medios (DPUM), que sirva desde recordar el espíritu y contenido del 58, para redactar todas las réplicas que sean necesarias, hacerle seguimiento a esas solicitudes de réplicas, vigilar que en esas réplicas se cumplan los principios de misma extensión, ubicación y el plazo perentorio, hasta concretar todas las demandas que sean necesarias. Única manera de ayudar a los periodistas apátridas a recuperar la conciencia, por la vía del amor propio. Y quedará desarticulado y convertido en desactivador de minas, al tiempo que también en auténtico y confiable detector de focos de miseria y corrupción.

Ya no creo, como hasta hace poco, que esa instancia celadora del 58 sea gubernamental; una ONG de periodistas vendría mejor. Es una instancia en la que alguna gente viene pensando desde años.

Por ejemplo, en la misma página citada anteriormente en la que Elías Santana decía que el camino estaba claro, él consignaba una observación que le había llegado a la defensoría de los lectores:

Nos contacta, nuevamente, el lector, Félix Gutiérrez. Quien ya en 1999 había afirmado que a raíz de la experiencia de El Nacional, debía proponerse a la Asamblea Nacional la inclusión en la nueva Constitución de las previsiones necesarias, para obligar a cada medio a tener un defensor. O para crear una figura nacional que centralizase la defensa del público frente a las empresas mediáticas.

Así que en cada Mercal, al lado una DPUM; al lado de cada CDI, una DPUM; al lado de cada módulo Barrio Adentro, una DPUM.

Ese es el periodismo cuyo parto debemos forzar: no el que está practicando el chavismo de ahora, sino que el emanará de las propias extrañas opositoras cuando hagamos recuperar la conciencia a los periodistas dragados. Esa es la verdadera hegemonía a alcanzar: que todo el periodismo venezolano se parezca y retrate la Venezuela donde el chavismo es mayoría. Porque algo se tiene que hacer cuando las crisis existen.

El periodismo venezolano de esta hora debe ser moldeado por la mayoría política del país, así ha sido y será siempre aquí y en el último rincón del mundo. El país y sus instituciones, incluyendo la institución periodística y la institución que imparte justicia, se tienen que parecer a las mayorías, y esto ya lo dijo Montesqieu: el espíritu de las leyes debe emanar de la realidad.


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Douglas Bolívar


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