“Sin contemplaciones” dentro de mi contemplación

Hice el mínimo zaping que se conozca y me topé entonces en pantalla con el rostro adustivo del profesor de filosofía, Francisco Rivero, quien a propósito inauguraba su programa “Sin contemplaciones”. El título de suyo me sugirió de inmediato qué era lo que iba a escuchar. Es decir, les voy a hablar sin miramientos, pienso que significa. Y me sequé los ojos nublados aún por unas tontas lagrimillas que me estimulara la ternura tan paradójica que, al colosal King Kong moderno, le inspirara la belleza tan igual de salvaje de la carajita que siempre contemplaba extasiado en su mano; de quien yo por cierto también me enamoré, y para siempre. Y sólo sé, que como King Kong, moriré de ella enamorado; pero eso sí, sin aspirar en absoluto rasguñar el cielo tratando de derribar unos aviones como los que a él lo acribillaron a tan cipote altura. ¡Y qué conste!

Primero que todo, la escenografía me hizo evocar la época intermedia, la famosa Edad Media con su juego penumbroso de luces que me sugirió el alumbrado temblequeante de las teas, el ambiente como castillado o monasterial, la madera con remaches como entorno visible característico, dentro de un dinámico juego de cámaras, que, a mi juicio lucía innecesario por la personalidad propia del expositor, y que ponía en primer plano una terca gotita de espuma en su labio inferior, que, tal vez sugería ira, pero que no era más que vehemencia pura. Pero el profesor Rivero, a la vez, presentando en contraste una estampa moderna casual y muy enfático en su expresión, no sé si simbolizando a Descartes…

El hilo conductor de ese, y sus próximos programas –alertó-, será el de la Modernidad occidental y su crisis palpable. Crisis de una Modernidad que creyó haber implementado el método más preciso para hallar la verdad, pero que ha traído como consecuencia, más bien, lo que él llamó la desintegración de la sociedad occidental capitalista y cristiana, desintegración que habría de gestar, para colmo, la aplicación de sus propios principios filosóficos que no consideraron la esencia del hombre como su verdad estratégica. De allí que expresara Rivero, que la Revolución es consustancial entonces a la Modernidad y que por tanto sea el Socialismo el que proponga, con más ventajas, la solución a esa aguda crisis. Y bendijo a Chávez como vector útil para la solución entre nosotros los venezolanos; quizás por lo que trajera a colación la apreciación de Jung, acerca de que el hombre moderno carecía de alma, lo que no dejó de parecerme un cuestionamiento a la existencia de la filosofía toda, porque, ¿cómo puede entonces un hombre sin alma llegar a conocer la verdad? Y, ¿cómo se explicaría por tanto que el hombre moderno pretenda ser Dios (como él piensa) una idea que es, precisamente, producto de su alma? ¡Y no hay que irse, porque la cosa se pone buena! Pero Rivero aprecia que el hombre, como sujeto moral, no tiene límites, y que éste de hoy es un mundo signado por la estupidez, como significando que la guerra debe ser, justo contra ella, y contra Bush, que es la expresión más cabal de una ecúmene estupidez occidental harto pastosa. (Esto último, de mi propia inspiración).

Y cuenta una presunta anécdota, que estando Platón parado en una esquina de Atenas, hablando paja con un parroquiano, pasara un hombre por su lado al momento que él se volteara y le agenciara un coñazo -él, que era de pecho muy dilatado- en el mero esternón y que lo abimbara pallá bien lejos. Y donde el parroquiano le preguntara entonces, y con razón, abismado: “¡Coño, Platón!, ¿pero tú eres loco, mano? ¿Cómo se te ocurre zamparle ese coñazo a ese pobre hombre por una tontería? A lo que Platón, siempre mal hablado le contestara, y abombando la nariz por los bufidos tal los de King Kong cuando le querían quitar la carajita: “¡Coño, pajúo!, ¿te parece tontería una mala costumbre? Y quién sabe qué mala costumbre entonces le notaría Platón al pobre ateniense ese. Pero lo que es, nosotros aquí, exhibimos a menudo muy malas costumbres al pensar. Así pues que, debemos estar muy mosca con los golpes platónicos que nos lance el profesor Rivero.

No he dejado de presumir la reacción de Vanesa Davies al oír a Rivero hablar sólo del hombre. Pero debe entender ella que, era al hombre como humanidad a que se refería, y no cómo género, y que, serían en vano entonces las trompitas malcriadas esas que ella pone al tan solo escuchar una estupidez, pero que sin embargo le lucen lindas.

Profesor Rivero, pienso que usted es un pitcher de mucha velocidad y también muy curvero. Pero cuente que estaré fijo pues tratando de quecharle sus lanzamientos.

Un abrazo, y felicitaciones por haber incorporado la filosofía a la política, en un mundo repleto de politicastros, y sobre todo cortoplacistas.

Y por último, no alcancé ver en las fotos que forman la galería de los grandes espíritus de la Historia, ni la de Marcel, ni la de Rosales, ni la de Cabezemotor; por lo que les ruego incorporarlas.

crigarti@cantv.net


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Raúl Betancourt López


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