Los entusiásticos por la farándula -dentro de los cuales he conocido “revolucionarios”, por cierto- gustan siempre, por tanto, de orientar sus peroratas sociales hacia el ambiente farandulero, porque sobre él es donde demuestran tener una cierta cultura. Esa cierta cultura se la dan las fatalistas plantas televisoras privadas, que son en justicia las cajas de resonancia de la denominada industria del entretenimiento, donde el meollo de ella es el erotismo de orilla y el relajillo de ocasión y, además, tumultuoso… El farandulero convencido, ¡y frívolo hasta la pared de enfrente, como resulta!, piensa que la vida y demás desaguisados de los actores y las actrices es la verdadera y única historia humana en “pleno desarrollo”, y que, fuera de ella no hay vida, pues, sobre todo donde puede respirarse con tanta excitación y que, por eso mismo, un resumen semanal sobre ella no deja siempre de resultar coyuntura apropiada, sabrosa, sandunguerita y útil para la tertulia y los consabidos “palitraquis” con sus obligados tequeños y tequeñones.
Qué quién le está “torciendo el pescuezo” a quien y dónde y cómo y para qué o con qué propósitos éticos se lo está “torciendo”, es quizás uno de los puntos que más se discute incluso con sofoco. Que si el galán tal o cual se hizo las nalgas o no. Que si la galana tal se levantó demasiado las tetas al extremo de que pudiera sacarse un ojo y que además se los puso verdosos o azulosos… ¡Y dele, pues, que hay dedales!
Hay hasta profecías que se arrojan ¡por dios! como si la vida del actor o la actriz, dentro del melodrama, fuera la vida de los contertulios mismos. Las mujeres se tornan incluso sentenciosas y hasta coléricas al escuchar algún análisis arbitrario de su hombre sobre algún particular farandulero.
Y hay gente que se queja de lo ladilla de la discusión política, que a veces, es verdad, se hace tediosa y hasta tonta. Vuelve cada vez sobre lo mismo y donde los que discuten casi siempre resultan insulsos y proferidores de lugares comunes. Pero, en todo caso la política es trascendente a la vida de todos, y por tanto algo de nuestro tiempo debemos dedicarle para tratar de seguirla y entenderla para en consecuencia poder decidir como ciudadanos y ciudadanas verdaderos, y no como faranduleros o faranduleras de ambientillos emperrados, que es lo que se ve, y se oye, por ejemplo, en Buenas Noches o Aló Ciudadano o Entre Periodistas o en cuanto Dios crió por allí, al intercambiar, con tanto histrionismo, histerismo y afectación, sobre lo farandulero que resulta el oposicionismo vernáculo que, ni aún bebiendo, ve con buenos ojos a la Revolución.
He optado mejor entonces por no discutir de política con farandulero o farandulera, porque corro el riesgo de que una diferencia que juzgo patente, pudiera pasar inadvertida.
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