“Cómo me gustaría una iglesia pobre y para los pobres”. Fueron palabras del papa Francisco. En verdad no dudo de la sinceridad del alto prelado, pero cuando uno analiza de las declaraciones del arzobispo Urosa, pareciera que ambos militaran en cofradías diferentes. Lo anterior no es una suposición, ni mucho menos un irrespeto a nuestro “conspicuo vicario”, dado que la historia me da señales para pensar que la iglesia de nuestra santidad criolla es la misma de los inquisidores. La iglesia que arrasó y asesinó a los Templarios; la misma que acabó con los albigenses o cátaros; la iglesia que mantiene subyugada a la mujer; la iglesia cómplice del genocidio de los pueblos originarios de América; la iglesia que absolvía por adelantado a los cruzados en caso de morir en la guerra contra los musulmanes, dado que matar moros no era pecado; la misma iglesia que aupó a los católicos para cometer los crímenes en varias ciudades de Francia el día de San Bartolomé; la misma que quemó a Giordano Bruno, Juana de Arco, Juan Hus y de vainita se le escapó Galileo Galilei; la iglesia que firmó el concordato con el gobierno nazi de Alemania; la iglesia que respaldó a los gobiernos de Franco, Mussolini y Pinochet; la iglesia que alcahuetea a los curas pederastas… entre tantas de las barbaridades que mi pensadora me trajo en este momento. Esta es la iglesia de nuestro arzobispo. La misma iglesia que cuestionó a Simón Bolívar en su intención de separarse de la monarquía española; la misma que aprovechó los repartimientos de la Corona Española para sacar beneficio del trabajo de los aborígenes; la iglesia que amparó a los mantuanos durante la guerra de independencia; la iglesia que estuvo al lado de los dictadores y de los llamados “presidentes democráticos” de quinta república; la misma iglesia que estuvo a favor de los conspiradores que intentaron acabar con el gobierno de mi comandante Chávez, el presidente de los pobres. Definitivamente, el arzobispo Urosa muestra de nuevo su talante y se aleja de la iglesia de los pobres y como siempre, manifiesta descaradamente que optó por la oligarquía.
La culpa de este escrito la tiene el arzobispo Urosa, es él quien me destapa la caja de los malos recuerdos que tengo sobre la iglesia católica. Cómo no recordar al cura Ugalde, muy ufano levantándole los brazos, con aire de triunfo, a Carmona y a Carlos Ortega o, al cardenal Ignacio Velazco (qepd) firmando, muy sonriente, el acta de la conspiración de hace una década. Aunque ustedes, estimados lectores no lo crean, las últimas declaraciones de Urosa contra el presidente Maduro me trajeron a mi pensadora lecturas, que si no las cuento de seguro me intoxicaré.
Algunos piensan que el racismo fue invento de la vesania de Hitler, cuando en verdad este aprendió de los padres del catolicismo romano, quienes de la manera más cruel arremetieron contra el autodenominado “pueblo elegido”. Por eso es frecuente encontrar en la antigüedad textos como los de un vetusto escritor católico llamado Orígenes:
“La sangre de Jesús caerá no sólo sobre los judíos, sino sobre todas sus generaciones hasta el fin de los tiempos”
Pero el anatema lanzado por el papa Inocencio III en 1215 en una muestra de “tolerancia” de los pontífices de la época (refiriéndose a los judíos):
“¡Caiga su sangre sobre nosotros y nuestros hijos, han extendido su culpa a la totalidad de su pueblo, que los sigue como una maldición a cualquier sitio adonde se dirijan para vivir y trabajar, donde nazcan y donde mueran…”
Y uno de los venerables, san Crisóstomo, arengaba sin rubor alguno:
“La sinagoga es un burdel, un escondrijo para bestias inmundas…Ningún judío ha rezado nunca a Dios…Están poseídos por el demonio".
Y el gran emperador Constantino para desligarse de cualquier otra religión declaró en relación con la Pascua cristiana:
“No es conveniente que en la más sagrada de nuestra celebraciones sigamos las costumbres judías, de aquí en adelante no tendremos nada en común con ese odioso pueblo”.
Creo que Hitler aprendió de los primeros padres de la iglesia sobre la inclemencia de un grupo sobre otro por cuestiones raciales. Quizás por esa “misericordia” que caracterizó a los cristianos de aquella época, el teólogo Duns Scoto afirmó que los judíos eran esclavos por designio divino. Fue por resolución del concilio de Letrán cuando el papa Pablo IV (1555), se adelantó al racista alemán instituyendo el ghetto e imponiendo a los judíos la obligación de llevar ropas con un distintivo amarillo.
Demasiada crueldad, odio y rencor almacenaron los cristianos de la edad media y trasferidos a épocas posteriores. Artículos escritos en una revista jesuita llamada Civilitá Cattólica, eran usuales tales imprecaciones contra los judíos. En ésta afirmaba el escritor (Guiseppe Oreglia de San Stefano), que el uso de la sangre de un niño cristiano en los ritos judíos era una ley general, lo cual compromete la conciencia de todos los hebreos. En el mismo artículo pude leer que los judíos constituían “la raza maldita”; eran “un pueblo holgazán que no trabaja ni producen nada, que viven del sudor de los demás”, además que “los judíos fueron creados por Dios para ejercer la traición allí donde se hallen”. El párrafo finalizaba pidiendo la abolición de la “igualdad jurídica” y “la segregación de la comunidad judía del resto de la población”. Está claro, con estos antecedentes, el cristianismo estaba muy lejos de ser una doctrina basada en la misericordia y la caridad.
Las llamadas ordalías o juicios de Dios, eran aquellas pruebas (torturas) utilizadas durante la Edad Media, a la que sometían a los acusados para probar su inocencia.
Varios sistemas se estilaban en las llamadas ordalías, entre éstas, la nombrada “prueba del hierro candente”. Mediante la anterior al acusado se le obligaba agarrar un hierro candente, al rojo vivo, por cierto tiempo. También era común el uso de la “ordalía del agua”, mediante ésta se ataba al acusado de modo que no pudiera mover los brazos ni las piernas y luego se echaba en un río, un tanque o en el mar. Se consideraba que si la víctima flotaba era culpable y si por el contrario, se hundía, era inocente. Otra ordalía frecuente fue “la del agua hirviendo”, mediante la cual se obligaba al pobre a introducir la mano en agua burbujeante, si se le quemaba era culpable y si no, inocente. Una verdadera barbarie. Eso sí, mientras se consumaba la ordalía, un grupo de frailes se dedicaban a rezar por el alma de la víctima. Como se nota, la Curia de esa época era “muy dada a la piedad”.
Las lecturas a veces se convierten en crónicas reveladoras de una parte del comportamiento humano y de los pueblos. Cuando escuché a Urosa aparecieron en mi mente las palabras del Sumo Pontífice Pío XII, a raíz del triunfo del Generalísimo Franco en la guerra civil en la que se vio envuelta España en año 1939. El siguiente fue su mensaje radiofónico:
“Con inmenso gozo Nos dirigimos a vosotros, hijos queridísimos de la católica España, para expresaros Nuestra fraterna congratulación por el don de la paz y de la victoria con que Dios se ha dignado a coronar el heroísmo de vuestra fe y caridad, probado en tantos y tan generosos sufrimientos”.
Este mensaje fue enviado por el papa de turno (Pío XII), encumbrando a aquel hombre que duró más de treinta años en el poder, cercenado todo tipo de libertades y responsable de muchas muertes. Al momento del triunfo del Generalísimo se dejó sentir la autoridad eclesiástica. Recordé, en las lecturas, al arzobispo de Gerona cuando prohibió a las damas entrar a la iglesia sin llevar medias. Las mangas cortas, la falda corta y, por supuesto, los escotes serían considerados “provocación grave”.
No me cabe la menor duda, la anterior, la iglesia del odio, la del racismo, la del mercenario de Dios, la iglesia de los ricos es la del “príncipe” Urosa Savino. Tengo la seguridad que, dada las desavenencias que tiene el cardenal con el gobierno de la República Bolivariana de Venezuela le exigirá al presidente Maduro el retiro de todos los subsidios que el gobierno le da a los colegios católicos y universidades, y cualquier otra gracia que redunde al beneficio de la Iglesia Católica Apostólica y Romana (esto si es una broma). Honor, gloria e inmortalidad a mi comandante Chávez.
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