La derecha, siempre eufemística cuando no da carajazos, habla de élite, de empresarios y emprendedores, y de desfavorecidos cuando son dóciles o chusma cuando no. La izquierda habla de burguesía y pueblo, pero, en su ala intelectual hay quienes marcan su diferencia con el resto del pueblo.
Convencidos que los poderes deben ser ejercidos por ellos (para eso estudiaron), se afanan en aclarar que no hay nada peyorativo ni de desprecio por los pobres cuando afirman que la participación popular debe darse en la medida que se preparen realizando estudios serios.
De ahí a presuponer que la diferencia entre un buen y mal gobierno la pone la formación académica, hay un paso, y un millón de evidencias que lo contrarían. Entiendo que para los diplomados (se ven como otra élite) sea la académica la que califica para asumir responsabilidades de gobierno, pero, hay que ser obcecado para no ver las diversas posibilidades de adquirir la capacidad de conducción de la vida. Una de ellas: el trabajo en equipo.
Para aquellos que defienden la educación formal e individual, como paso previó a esa vida, citaré una frase reciente de Felipe Pérez: la cultura no se desarrolla de esa maneraeducar a la gente primero es una total aberración ideológica, contraria a los intereses del pueblo, y contraria al marxismo
Lo que más irrita de esas ilustradas convicciones sobre el ejercicio gubernamental, es que ellas surgen, sólo, para rechazar el gobierno comunal asociándolo a un anarquismo hippie. ¿Es qué, acaso, las alcaldías, concejos municipales y consejos locales de planificación pública, sí tienen esa ilustración?
Lo real de esa izquierda ilustrada fue que se quitó su toga discursiva para votar por sus afines ideológicos. Desnudó así su convicción, razonable sin duda, de que esa democracia comunal, asamblearia y tumultuosa (como la imaginan), es la liquidación de la democracia burguesa, representativa, tranquila y supletoria. Prefieren la torpeza, personalista y sin escrúpulos, del gobierno municipal.