La derecha venezolana hace mucho tiempo que recibió la orden de derrocar el
gobierno bolivariano y reducir a cenizas la revolución que éste impulsa.
Fue en 2001, luego de la aprobación de la ley habilitante, que entre otras
cosas hizo una verdadera nacionalización del petróleo, cuando en el norte
se decidió que si se quería contar nuevamente con las reservas de petróleo
más grandes del planeta a un precio “conveniente” había que salir del
gobierno que aquel entonces dirigía Hugo Chávez y que ahora lidera Nicolás
Maduro.
Desde entonces no ha cesado la violencia contra Venezuela. El ataque
mediático, económico, político, religioso y en las calles no ha cesado un
minuto y aunque el gobierno ha logrado superar cada uno de las batallas en
las cuales lo han obligado a participar, resulta innegable que la derecha
viene alcanzando paso a paso objetivos que podrían darle la victoria final
en cualquier momento.
Los vencimos en el golpe de Estado de aquel nefasto abril, en las
guarimbas, en el referendo, en la insurrección que montaron en Altamira, en
el sabotaje petrolero, en el sabotaje eléctrico y en este último golpe
denominado golpe continuado; pero las consecuencias, que son parte de su
estrategia, le han hecho mucho daño al país.
Es allí, en esas consecuencias que para el país y para el gobierno
bolivariano han generado las acciones de una derecha que sólo sueña con las
inmensas comisiones que obtendrían dándole a los gringos el control de
nuestras reservas petroleras, donde está el peligro que nos lleva a afirmar
que falta mucho para que podamos decir con propiedad que hemos triunfado.
Hemos ganado una batalla más, y eso es importante, pero la victoria final
está lejos y aún habrá que sortear muchos peligros.
No queremos sembrar pesimismo entre nuestros lectores; por el contrario la
intención es ponerlos en alerta ante un futuro que creemos será de
victoria, pero que no será fácil. La derecha venezolana se planteó la
creación de una masa crítica que respondiera a sus instrucciones, por
violentas que sean, sin mirar riesgos ni consecuencias… un ejército brutos,
insensible y lleno de odio. Ese objetivo está logrado y será sin duda un
riesgo permanente para los ciudadanos comunes y para la revolución misma.
Otro de los objetivos de esa gente es causar grandes daños a la economía
venezolana, para generar rechazo al gobierno. Al respecto, negar que con la
manipulación del dólar, la escasez de alimentos y productos, la inflación
artificial y la especulación han venido avanzando en sus objetivos, sería
de necios.
La estrategia contempla descalificar internamente los logros de la
revolución y esconderlos a nivel internacional para, a través de una
intensa campaña mediática, mostrar al gobierno venezolano como un gobierno
fracasado que conduce al pueblo a la miseria. En esto, a pesar de la
inmensa solidaridad que existe en el mundo con Venezuela, también tienen
relativo éxito. De pocos países se tiene tanta información en el exterior
como de Venezuela y lo peor, es que muy buena parte de la información que
se maneja es tergiversada y maliciosa.
La estrategia también contempla el desarrollo de plan ya probado en otros
países y según el cual se muestra al gobierno venezolano como sanguinario y
violador de los derechos humanos y políticos… Basta hablar dos minutos con
cualquier ciudadano en el exterior para comprobar cuanto daño nos han hecho
con esto.
En resumen, no compartimos la tesis de que la derecha se jugaba, con el
golpe continuado, el todo por el todo. Eso pueden habérselo hecho creer al
bobo de Leopoldo López; pero la realidad es que no aspiraban a obtener con
las guarimbas la victoria final.
Siempre sumieron que no tenían ni la fuerza ni el respaldo para derrocar al
gobierno, pero no podían darse el lujo que su masa crítica se desmotivara
con las cuatro derrotas electorales sufridas en año y medio. Las guarimbas
responden al objetivo de radicalizar a sus seguidores con la esperanza de
derrocar al gobierno y sumar daños, que de mantenerse en el tiempo
pudieran, a mediano plazo, conducirlos al asalto del poder.
Los muertos, el dolor y las pérdidas económicas estaban en sus cálculos y
no les causan ni cosquillas. Por el contrario, siempre fueron parte de sus
objetivos a corto plazo, en el marco de una estrategia a futuro.
Cierto es que obtuvimos una victoria hermosa, derrotando el intento de
golpe, pero no es momento de regodearse en ella. La derecha avanzó en la
siembra del odio, en el daño económico, en su campaña internacional de
descrédito y en el fortalecimiento de una masa llena de odio que siempre
será un peligro.
Hay que trabajar, y trabajar muy duro, para revertir las condiciones que la
derecha ha venido creando. Si no derrotamos al dólar paralelo, la
especulación, el contrabando, la escasez y la violencia que siguen
empeñados en mantener (no se ha acabado del todo) la posibilidad de una
derrota de la revolución, por cualquier vía, estará presente.
Se trata, pues, de una cuestión de supervivencia. La derecha sólo necesita
una victoria y esa victoria metería al país en un callejón oscuro, donde lo
visto hasta ahora son simplemente pequeñeces. Créannos que el gobierno de
Pinochet sería una mantequilla ante lo que haría un gobierno de la derecha
venezolana.