En opinión del diplomático del siglo pasado, amigo de W. Churchill, político del Partido Laborista inglés y escritor Harold Nicolson la “Oposición es el arte de prometer aquello que el gobierno no puede asegurar”, sin embargo hay oposiciones que pretenden serlo sin siquiera prometer lo que el gobierno no puede. Para toda democracia moderna la existencia de una oposición política ante quién ostenta el poder es fundamental, y el motivo central de su existencia es el poder mismo.
La oposición política tiene por lo menos dos vías para ejercerse: la pacífica, en el marco del respeto al Estado de Derecho, que pretende a través del convencimiento de la mayorías legitimarse y acceder al poder, y la violenta que parte del principio de la inviabilidad del acceso al poder: por incapacidad del sistema o por incapacidad de persuasión de su liderazgo ante la voluntad popular, y opta por la violencia como única vía para satisfacer su apetencia de poder.
Según John Locke: “Las nuevas opiniones siempre son puestas en juicio y encuentran oposición, generalmente, sin ninguna otra razón que la de ser nuevas.”, esta oposición es profundamente impotente e incapaz para gobernar así acceda al poder, y además posee una condición retrógrada, de permanente negación a lo nuevo o alternativo. Este tipo de oposición, muy característica en América Latina pareciera tener algo de humor, y esto lo digo recordando al afamado comediante y escritor norteamericano que formó parte de los Hermanos Marx, y que fue señalado de tener ideas “progresistas”, Groucho Marx, cuando dijo: “Todavía no sé que me vas a preguntar, pero me opongo”.
El sagrado derecho a disentir no sólo debe ser expresión de un rechazo impulsivo, y en política es imperdonable que esto sea así. La oposición política debe tener razones, argumentos, estrategias, propuestas, pero sobre todo debe definir claramente la forma de oposición. Una oposición política que expresa su voluntad de desarrollar acciones pacíficas para lograr el objetivo de tomar el poder, pero que a su vez tiene dentro de su estructura un sector violento, que además hace práctica de acciones que agreden y vulneran su propio discurso, sólo emite un mensaje lo suficientemente confuso como para ganarse el desprecio de la mayoría y descapitalizar cualquier saldo político electoral acumulado.
Al menos que la oposición política sea como aquella que Albert Einstein definió cuando dijo que: "Los grandes espíritus siempre han encontrado una violenta oposición de parte de mentes mediocres", pareciera que en la evolución de la humanidad, cualquier régimen político en la actualidad, podría ser modificado o superado por vías mucho más inteligentes que la violencia, ya que la utilización de la misma puede terminar haciendo de un gobierno malo, un gobierno bueno, pero no lo contrario.
En nuestro país, la oposición venezolana lamentablemente está guiada por “mentes mediocres”, aún a pesar de que no necesariamente en este momento confronta “grandes espíritus”. Esto no sólo se expresa en los altos niveles de violencia originada por acciones concretas de algunos de sus líderes, o por la omisión de otros, sino por el permanente desprecio a las verdaderas necesidades populares. En nuestro país hay suficientes razones para protestar, pero cuando la conducción de las protestas están orientadas por dirigentes que hacen lo mismo que critican del gobierno: medias verdades o medias mentiras, manipulación, engaño, mala intención, ambición desmedida del poder, interés económico y dominio de clase, entonces no existe ninguna diferencia y por tanto termina no siendo una opción.
“La salida” terminará por ese camino, siendo el fin de la peor etapa autodestructiva de la oposición. La gran preocupación que surge es: ¿Y después que viene?