Mi afición por el futbol es de muy vieja data. Lo jugué de niño y adolescente en aquel viejo corralón que llamaban estadio Cumaná. Allí me puse por primera vez unos botines del deporte, que fueron desecho de un compañero estudiante de medicina en la ULA, entonces de vacaciones de apellido Mejías, quien estaba estrenando calzado deportivo. Miguel Betnazar, caraqueño, creo de origen árabe, como Ramos Allup, era nuestro entrenador; maravillosa persona, quizás hasta mejor esto que entrenador, sin olvidar que fue excelente cocinero, intentaba que nosotros aprendiésemos a jugar el balompié.
Precisamente, Juan Fernando Arango jugó en sus inicios, de novato de liga organizada, en aquel equipo como profesional, sin que en verdad llegase a serlo, que se llamó Nueva Cádiz, de Cumaná, creo de segunda división o mejor un rato arriba y otro abajo, bajo la conducción del entrenador técnico César Farías, quien luego fuese de la selección nacional, o de la Vinotinto, en sustitución de aquel casi mago o transformador que jamás hayamos tenido en esta etapa moderna de ese deporte que se llama Richard Páez; me veo obligado a mencionar aquí como un significativo responsable de aquel renacer a quien llamaban el "Pato Pastoriza", un argentino a quien se le atribuye como el rol de arranque de lo que luego hizo Páez. Lo de "obligado", obedece a que en verdad no lo recuerdo mucho, salvo su nombre que siempre se me enredó en aquella "ruflá" de goles que entraban en nuestras redes a cambio de cero. Pero en verdad, si he leído y oído bastante sobre la importancia de Pastoriza; sólo que como ya dije, no lo recuerdo o las tantas goleadas que nos daban me hicieron olvidarlo. Tanto que un compadre y amigo, solía decir entonces, que los nuestros no jugaban y si lo hacían, eso no pasaba de 10 minutos, porque el resto del tiempo lo dedicaban a mirar el juego del rival. Algo parecido a lo que desde cuatro atrás años el gobierno con quienes nos hacen la guerra económica. Fue con Farías y en Nueva Cádiz, donde el zurdo de oro venezolano, comenzó de verdad su gloriosa carrera,
Arango, ese muchacho zurdo, como Diego Armando Maradona, discreto, humilde, que lo hace parecer bella persona, así lo digo porque no he tenido la dicha de conocerle, nos dio a los venezolanos que sabemos o no de futbol, muchas oportunidades de alegría y dicha de ser venezolano. Su habilidad para manejar se pierna zurda, destreza para conservar el balón, pases largos, cortos, lentos, violentos, según las circunstancias, nos extasiaron a tipos como quien esto escribe que algo supo de futbol e intentaba recrearse en la televisión de lo que nunca pudo hacer en la cancha. Su enorme talento, habilidad para los tiros libres, a larga distancia, que habitualmente se convertían en gol aquí, en México y Europa, nos llenaron de orgullo y satisfacción. Un balón parado a favor nuestro, aun desde la media cancha, nos llenaba de alegría inicial, de esperanza y muchas veces de estallidos de alegría por la magia del muchacho de Maracay. De su botín izquierdo, el balón volaba hacia una esquina, ángulo inalcanzable para el portero o justo a la cabeza de alguno de los nuestros, el mejor posicionado para que lo empujase dentro de la red. Y ese atleta formidable, humilde es un venezolano, hijo de colombianos.
Para mí ese atleta, ha sido tan admirable y querido como Alfonso Carrasquel o Luis Aparicio. Y al país, como ellos, le regaló alegría y a los venezolanos orgullo de serlo.
Pero la magia de Arango y con él toda la Vinotinto, no sólo fue y ha sido extasiar, alegrar y generar bellas expectativas a quienes sabemos algo de futbol, sino que hizo que este deporte creciera y se convirtiera en uno de los preferidos del país. Tanto que sus triunfos, hasta hazañas, aquello de dejar de ser la cenicienta y el hazmerreír, convirtió en hinchas a quienes nada sabían y todavía poco saben del "deporte rey". La Vinotinto es una enseña del país, es una referencia que nos une, una camiseta que exhibimos todos con orgullo y que juntos celebramos o nos entristecemos según los resultados, cosa que no tiene comparación alguna en materia deportiva; y ella, la de los buenos tiempos, aquellos que comenzaron con Richard Páez, tiene bastante, hasta podemos decir mucho, de Juan Fernando Arango.
Maradona, Pelé, Di Estéfano o el "Pibe" Valderrama" representan en la cultura, tradición y amor de sus respectivos países, lo que para nosotros en el deporte del balompié Juan Fernando Arango. Y se apellida de manera que tiene sonoridad hispana, tanta como la de Maduro Moros.
Si a alguien se le ocurriese pedir una estatua a ser colocada en algún parque deportivo, cosa que de un momento otro pudiera suceder, de Juan Fernando Arango, nacido en Maracay, Estado Aragua, para reconocerle como héroe deportivo nacional, "¿habría que pedirle la partida de su nacimiento de sus padres?". Claro, no hay motivos para eso; no es para tanto, ni impedimento constitucional, moral ni legal alguno. Como no lo habría si se apellidara Allup. Quien creyese necesario hacerlo, más que mezquino, sería un farsante, hasta fascista por lo del ultranacionalismo y xenofobia. Pero quien pusiese como condición pedir la partida de nacimiento de sus padres, de "ñapa", apellidándose Allup y teniendo el libanés a la espalda ¿cómo calificarle?
Por cierto, uno de los grandes caricaturistas de mediados del siglo pasado, posiblemente Leoncio Martínez "Leo", para responder a una pregunta por su estado, formulada por un amigo atravesado en el camino, respondió: "aquí, con el turco atrás", no para indicar su origen, sino que estaba arruinado. Tras suyo, todo el día, estaba un tipo cobrándole una deuda. Para el venezolano de aquel tiempo, "turco y árabe" eran la misma cosa; aunque todavía, creo seguimos en el mismo enredo. Los "marchantes" que fiaban mercancías y cobraban a la semana. Esos marchantes, de quienes se tiene noticia desde los primeros años de la república, árabes o turcos, terminaron fundiéndose en la cultura y nacionalidad venezolana, como los Arango, Moros y hasta Allup. Lo otro es mezquindad y xenofobia usada injustamente, de manera inmoral y sin prosapia para ello. Más cuando se tiene "el turco o libanés atrás". Aunque esto, es para sentirse orgulloso de la ascendencia, proceda de donde sea. Basta que a uno hayan dado vida. Lo feo es ponerse al servicio de fuerza extraña y poderosa para arrasar con la tierra y la cultura donde he encontrado mis raíces.