Pareciera que a lo largo de estos últimos veinte años la oposición venezolana, representada fundamentalmente por los viejos partidos de Acción Democrática y Copei, acompañados por los embrionarios y violentos partidos de Primero Justicia y Voluntad Popular, no han tenido ningún progreso político, ni intelectual ni espiritual. A pesar que en el año 2015 lograron ganar la mayoría parlamentaria en la Asamblea Nacional, ello no significó ningún avance político en el posicionamiento como alternativa real de poder, frente a las fuerzas revolucionarias que, a pesar del revés de las elecciones parlamentarias, no perdieron el control del gobierno, ni del Estado, ni del poder; tal como lo manifesté en mi artículo de la semana pasada. En ese sentido, la gobernabilidad y la legitimidad del gobierno revolucionario no se ha resquebrajado y más bien se consolida en la institucionalidad y la legalidad, lo que le permite el sostenimiento del proyecto revolucionario, cuyos pilares determinantes son: La Constitución del Estado, las Fuerzas Armadas Nacionales en todos sus componentes y el apoyo de amplios sectores del país, que abiertamente apuestan al futuro, a la paz y soberanía de la República.
A pesar de las voces y discursos de los lideres negativos de la oposición, de las informaciones tergiversadas de los medios de comunicación nacionales e internacionales, de la intromisión grosera e impertinente en nuestros asuntos internos de líderes y gobernantes de otras naciones; del saboteo, la violencia, la guarimba y el terrorismo, el gobierno revolucionario ha sabido manejar esta situación con mecanismos propios de la constitución y las leyes, lo que le ha permitido frenar los ataques y con ello evitar una guerra civil en nuestra querida y amada patria.
Desde la visión del Estado el llamado ha sido siempre a la paz y respeto a la Constitución y las leyes de la República- Precisamente, sobre este aspecto queremos insistir con la máxima fuerza que nos proporcionan razones sólidas, fundamentalmente el llamado al diálogo que ha hecho el presidente Nicolás Maduro desde el primer día que asumió el mandato que le había dado el pueblo en elecciones libres y democráticas. Pero ese llamado ha sido desestimado por la oposición y todas las fuerzas adversarias al proyecto revolucionario y al chavismo; prefiriendo la derecha irse por los atajos de la violencia, del terrorismo, la muerte y la candela. Sin exagerar, durante los últimos diecinueve años la oposición venezolana ha sembrado el odio y el terror y más temprano que tarde sus principales dirigentes tendrán que pagar por sus faltas y por sus crímenes.
A nuestro juicio –y esa es la hipótesis que queremos avanzar- toda esta violencia que ha arreciado en este 2017, no es más que el resultado de una patología manifiesta: la oposición está enferma. Sería altamente peligroso para la salud democrática del país que esos partidos de la derecha llegaran a tomar el poder y gobernar el país. Digo esto porque lo que se consigue con la violencia sólo se mantiene con la violencia; de allí lo peligroso que sería esa clase política opositora para la estabilidad y soberanía de la República. En su locura irracional, lo único que ofrece la oposición al pueblo venezolano es regresar a un pasado marginal y de exclusión. En cambio, la Constituyente es la configuración del futuro luminoso de la patria.