La guerra y la paz

La oposición venezolana, esa amplia gama de significados contenida entre el matiz apastelado de lo banal y el tono primario de lo carnal, viene de nuevo por su fuero. Más que una postura ideológica (no hay nada en este mundo menos ideológico que el venezolano de los últimos cien años), se trata de un sentimiento nacional que mora como caballo de Troya en el legado de nuestra idiosincrasia.

La aspiración a una posición de privilegio en el modelo material de vida propuesto por la sociedad de consumo capitalista es fácilmente trasladable, de hecho se propaga cual virus, también al socialismo. La inseguridad ante el paradigma de “ser alguien” es un tormento al que estamos sometidos, pero la simple ilusión de poder alcanzar metas individuales de estabilidad material, fama y poder, constituye el sentimiento dominante en la personalidad del venezolano. Estamos atrapados en la confrontación interior de dos temores; la posibilidad de no alcanzar la “meta” contrasta con la reticencia a aceptar cambios en las reglas del juego en la que curiosamente se inscriben muchos desposeídos esperanzados. Justamente esa mezcla de sentimientos entre la ambición y el temor, tiene a la clase media militando en la primera fila de esa masa heterogénea, ideológicamente amorfa y políticamente acéfala, que algún vivo decidió llamar oposición.

Ya hemos sentido en el pasado reciente el impacto destructor de ese volumen considerable de personas manipuladas hacia la inercia desde la cabina mediática que por momentos hace las veces de antiguos partidos políticos desprestigiados.

Y no se trata de una habilidad para destruir al enemigo puesto que el perjuicio mayor, después del causado al país, se lo infringen ellos mismos. El plan del cogollo fascista es el mismo de siempre: dinamitar la carga que producirá el alud, luego de ponerse a resguardo. El proyecto delata una vez más la aceptación de la propia impotencia pero también deja al descubierto la determinación firme de retomar el poder así sea sobre tierra en ruinas.

No debemos subestimarles de nuevo, el llamado a la esquizofrenia continúa impune y si hay algo que conocemos en carne propia es el enorme daño que pueden causar. De allí la importancia que reviste desmantelar la estructura comunicacional que hace el llamado irresponsable a la disociación. Ningún derecho puede estar por encima de la paz y la salud social de un colectivo, pero al mismo tiempo debe edificarse la estructura comunicacional alternativa que sirva de antídoto al veneno esparcido presentando nuevos paradigmas que antepongan el bienestar colectivo al privilegio individual; bastaría recordarle a la gente cuantos ganadores tiene la lotería, para debilitar falsas ilusiones y animarles a un juego más justo, que brinde opciones reales para todos.

Hemos estado dispuestos a vivir la fría tensión que plantean, pero ha llegado el momento de mostrarles la firmeza con la que estamos prontos a evitar una guerra civil fraticida.

cordovatofano@hotmail.com


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Daniel Córdova Tofano


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