Mi punto de partida es el siguiente: en
última instancia, lo central de la discusión no es si los partidos deben ocupar
un lugar distinto de los grupos y movimientos. Consideraciones tácticas
mediante, incluso puede suscribirse sin trauma alguno la propuesta de los "dos
mecanismos de alianza". Lo
peligroso, a mi juicio, es cuando se insiste en una distinción
artificiosa entre lo social y lo político, que no nos permite avanzar.
Esta distinción, la falsa dialéctica
entre lo social y lo político, ha hecho que nos encontremos, para decirlo con
palabras de Alfredo Maneiro, en un "punto muerto entre la inercia y la
iniciativa". Para ir más allá de este punto muerto e iniciar con paso firme el
proceso de acumulación política, tendríamos que emplearnos a fondo en la tarea
de trascender el falso dilema: partido versus
movimientos, en todas sus variantes. Ni "movimientismo" ni "defensa" del
partido. Todos son necesarios. Incluso si no están reunidos en el GPP.
La clave para salir de la trampa está
en asumir que la contradicción fundamental se da entre los opuestos:
movimientos, colectivos, organizaciones, partidos, de un lado, y problemas
concretos de la población, allí donde debe discurrir la política revolucionaria
real, del otro. Movimientos,
partidos, toda forma de organización revolucionaria, tendrían que estar al
servicio de lo que Marx, en La ideología alemana, llamaba la "liberación real", que "no es posible si no es en el
mundo real y con medios reales".
Partidos, movimientos, grupos: ninguno
aporta mayor cosa si lo que pretende es "colonizar" lo real. Los primeros suelen
hacerlo desde una pretensión de universalidad que termina quedándoles muy
grande (impuesta la lógica del partido/maquinaria, lo que predomina es el
sectarismo), y los demás (grupos, pero también gremios, etc.) desde lo
sectorial. Nada más "anti-político" que una política divorciada de lo real. Ponerse al servicio de los problemas reales de la población, pasa entonces por combatir tanto el
sectarismo como la "sectorialización" de la política, para dejar de excluir a
la mayor parte del pueblo.
Siempre hay que optar por apelar a la
vida real de nuestro pueblo, a sus
condiciones materiales y espirituales de vida. De hecho, allí radica la
potencia del Chávez líder. Como diría Aimé Cesaire, en su célebre Carta a Maurice Thorez: "la vida misma
zanja la cuestión". "El atolladero en el que estamos hoy en las Antillas, pese
a nuestros triunfos electorales, me parece que zanja la cuestión: opto por lo
más amplio contra lo más estrecho; por el movimiento que nos coloca codo a codo
con los otros contra aquel que nos encierra; por aquel que reúne las energías
contra aquel que las divide en capillas, en sectas, en iglesias; por aquel que
libera la energía creadora de las masas, contra aquel que las canaliza y
finalmente las esteriliza".
En cuanto al GPP, esta apertura hacia el movimiento real debe expresarse en sus documentos
programáticos, claro está, pero sobre todo en el funcionamiento de las
Asambleas Patrióticas Populares y, más clave aún, en la estructura que termine
adoptando. De nuevo: el problema no es dotar al GPP de una estructura para evitar
que los grupúsculos anarcoides que no creen en la autoridad se salgan con la
suya (versión paranoica). Esto es desviarse del asunto central. El problema es
concebir una forma de organización que obedezca a los problemas reales de la
población, a sus luchas concretas, a campos
específicos, en los términos en que los define Dussel. De lo contrario, y
en nombre de la lucha contra los grupúsculos, podemos terminar reproduciendo la
misma lógica aparatera y excluyente de los partidos tradicionales. No existe
tal cosa como una organización neutra. Si no que lo diga Frederick Taylor, creador
de la "organización científica del trabajo".