Alberto Lovera fue detenido un 18 de octubre de 1965, en los alrededores de la Plaza Las Tres Gracias y conducido a la Digepol. A partir de ese momento, no se supo más de él. El entonces diputado José Vicente Rangel pidió un derecho de palabra en la Cámara de Diputados y le fue concedido 27 días después. El mar fue más rápido que el viejo Congreso puntofijista y lanzó a la playa, a pesar de las cadenas y el pico atado al cuerpo, el cadáver del heroico luchador revolucionario. La recurrente táctica dilatoria del gobierno bipartidista (AD y COPEI) fue anulada por la naturaleza.
En ese impactante libro que incomoda e indigna, Expediente Negro, José Vicente Rangel escribió: “¿En qué condiciones apareció el cadáver de Alberto Lovera? Apareció totalmente depilado; con la placa dental destrozada; con las yemas de los dedos de la mano izquierda rebanadas, con las manos y las piernas atadas por una larga cadena, y unida a ésta un pico, a la altura del cuello. Por que quienes se deshicieron de Alberto Lovera y lanzaron su cadáver al mar pretendían que éste se hundiese y desapareciera definitivamente. Pero las corrientes marinas lo llevaron al sitio donde fue hallado, casi por azar, por un pescador”.
El profesor Lovera fue salvajemente torturado hasta morir en manos de sus verdugos. Gobernaba Raúl Leoni y el ministro de Relaciones Interiores era Gonzalo Barrios. María del Mar, viuda de Lovera, inició un vía crucis para que se hiciera justicia, como antes lo había hecho en la búsqueda de su esposo desaparecido. Ella inició, con dolor, gallardía y entereza, la ruta que durante toda la democracia puntofijista transitarían otras madres, esposas y hermanas en la búsqueda, muchas veces infructuosa, de sus seres queridos, borrados de la faz de la tierra por la llamada “democracia representativa”.
45 años después que el mar devolviera su cuerpo, hay una redoma en Puerto La Cruz que lleva el nombre del mártir revolucionario Alberto Lovera, gracias a la decisión e iniciativa del gobernador Tarek William Saab. Más allá, en un moderno distribuidor, el nombre de otro desaparecido que nadie nos ha devuelto, nuestro compañero de generación y luchas en la UCV, Noel Rodríguez. Un pico, unas cadenas, la tortura y la muerte no pudieron borrar sus nombres, como los de tantos hombres y mujeres que apostaron su vida por el sueño de una patria libre y soberana.
Los torturadores de ayer hoy hablan de democracia y derechos humanos; los allanadores de las universidades, hoy dicen defenderla; los asesinos de estudiantes, hoy se valen de sus luchas. Pero la historia es terca y los señala. Y los muertos, como escribió el poeta Roque Dalton, están cada día más indóciles.
P.S: Vaya mi solidaridad hasta el concejal de Guanipa, Héctor Caraballo, por la partida de su padre, el viejo Caraballo, un roble revolucionario que nutrió nuestra juventud liceísta con periódicos clandestinos y literatura socialista.
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