Luego de la Segunda Guerra
Mundial las empresas norteamericanas afincaron aún más el control
de las riquezas existentes en suelo venezolano, un proceso iniciado
con pié firme a comienzos del siglo XX, cuando el país estaba sometido
a la satrapía del general Juan Vicente Gómez. Ahora durante el gobierno
dictatorial de otro militar, Marcos Pérez Jiménez, se favoreció ampliamente
esta política de penetración imperialista usamericana, siguiendo así
un desempeño muy común en estos tiempos en América Latina, cuando
los países de este lado del mundo se vieron doblegados ante gobiernos
militares, infinitamente dóciles respecto al norte, pero inmensamente
crueles respecto de sus propios pueblos. Era Pérez Jiménez una de
las numerosas fichas obedientes a los intereses del gran capital norteño,
como también lo fueron los gobernantes venezolanos salidos del Pacto
de Punto Fijo, instalados en Miraflores como consecuencia de los sucesos
ocurridos en nuestro país el 23 de enero del año 1958. Es en ese contexto
entreguista que se instalan en Guayana las empresas norteamericanas
Iron Mines Company y Orinoco Mining Company, beneficiarias ambas de
sendas concesiones de minas de hierro, descubiertas recientemente en
esta zona del país. La primera de las nombradas se instala en el año
1933, correspondiendo a ella en el reparto, el yacimiento de hierro
ubicado en el cerro el Pao; la segunda se constituyó durante el año
1949, y a ella correspondió el hierro del cerro la Parida, hoy cerro
Bolívar. Tales empresas se dedicaron simplemente a extraer el mineral
de hierro y eso fue lo que hicieron durante aproximadamente tres décadas
de actividad. El hierro de ambos yacimientos se fue del suelo venezolano
así, en estado bruto, vía los Estados Unidos de Norteamérica, donde
era recibido y procesado en las siderúrgicas de este país, y convertido
en láminas de acero, que luego a su vez servían como materia prima,
entre otras, de su industria automotriz .
Para explotar y aprovechar
el yacimiento minero que le fue asignado, la compañía Orinoco Mining
tuvo que fundar dos centros poblados, ambos en el transcurso del año
1952: uno situado en las faldas del cerro Bolívar, el cual serviría
de habitación de los trabajadores encargados de la extracción del
mineral, tal como fue el caso de Ciudad Piar; y otro situado en el lugar
donde el río Caroní desemboca en el Orinoco, sitio de habitación
de los trabajadores responsables de acarrear el mineral de hierro hasta
los grandes barcos estacionados a orillas del Orinoco; este fue el caso
del Puerto de Ordaz, es decir Puerto Ordaz. Es así, de esta manera,
como se origina esta última población, esto es, por influjo de una
empresa norteamericana extractora de mineral de hierro, como puerto
de exportación de materia prima, y además, con un esquema de poblamiento
que concitaba el desarraigo y la división entre sus miembros, pues
el urbanismo se organizó de forma tal que en un lado estaban las habitaciones
y colegios de los norteamericanos, mientras que en otro lado se encontraban
los venezolanos, estos últimos separados a su vez de acuerdo con el
oficio y jerarquía ocupada en la empresa: profesionales en un lugar,
obreros en otro lugar. Y, finalmente, para terminar de completar el
carácter extranjerizante con el cual se constituyó este centro poblado,
se decidió asignarle el nada ilustre epónimo de Puerto de Ordáz,
es decir, Puerto Ordaz, en alusión al conquistador español Diego de
Ordaz, un hombre sin mérito alguno, un verdadero don nadie, un simple
aventurero lanzado a este territorio en procura del oro de Guayana,
un mamarracho por demás desalmado, lleno de odio, cargado de violencia.
El tal Ordaz vino a Venezuela
durante el año 1931, y remontó el Orinoco arriba con el único interés
de encontrar la ciudad dorada, es decir el Dorado. Oro, oro era su obsesión.
“La codicia apagó los nobles instintos; la crueldad confundió
al hombre con la bestia y queriendo exterminar una raza como salvaje
y antropófaga, resultó que los salvajes y antropófagos eran los conquistadores”
(Fernández de Oviedo y Valdés. Historia General de Indias).
Ninguna otra cosa atrajo la atención del tercio español durante todo
el tiempo que se mantuvo por estos lados del territorio venezolano.
Por esta razón no se preocupó Ordaz de edificar nada, ni de fundar
pueblos; tampoco constituyó obrajes, ni construyó ninguna fortaleza
militar, menos aun organizó la tierra para la siembra. Lo que si hizo
Ordaz fue destruir poblados y asesinar indios. Esto lo sabía hacer
muy bien, pues lo había aprendido y practicado junto a Hernán Cortés
durante los trágicos sucesos de la conquista de México, conquista
por demás horrorosa, pues se realizó en medio de un verdadero diluvio
de sangre, la sangre emanada por el pueblo Azteca, cuyo momento cumbre
consistió en el espeluznante suplicio al que fue sometido el emperador
Cuauhtemoc. Bartolomé Tavera Acosta en su libro Anales de Guayana
recoge una de las crueles fechorías cometidas por este oscuro personajillo
en contra de los indios guayaneses: Dice Tavera Acosta: “por
meras sospechas de que los moradores querían matar a los españoles,
halagóles el comendador con regalillos, y ellos, confiados, concurrieron
a la casa más grande, a donde les invitó
Ordaz, y así que todos estuvieron dentro,
¡los hizo quemar vivos! Allí murieron abrasados por las llamas más
de cien infelices aborígenes” (1954; 42). Poco tiempo después
de su incursión por el Orinoco, mientras era conducido preso a España,
moría Ordaz en medio del océano a cuyo fondo sus restos fueron a dar.
Como vemos no es muy honorable este epónimo Puerto Ordaz, pues el mismo tiene que ver con un hombre cuya vida careció del más mínimo mérito. Su uso entre nosotros se explica porque los venezolanos hemos sido víctimas de un proceso educativo de corte eurocentrista, de un proceso formativo dominado por una historiografía por demás complaciente con las actuaciones de los conquistadores venidos del Viejo Mundo y, en consecuencia, condescendiente con la condición colonial impuesta a los habitantes de estos territorios por la monarquía española a lo largo de tres siglos. En fin hemos sido educados para solazarnos con nuestra propia condición colonial. Pero tal visión es hora que termine. En la comarca latinoamericana y en Venezuela en particular, ocurren en la actualidad procesos emancipatorios reivindicativos de la dignidad sureñas, por cuya circunstancia es oportuno y prudente que los habitantes del mal llamado Puerto de Ordaz realicen gestiones efectivas ante las autoridades regionales, sean estos, funcionarios de la Asamblea Legislativa, Alcaldía o Concejo Municipal, a los fines de que se elimine ya, en lo inmediato, el epónimo con el que se designa a este sector de la gran ciudad sanfelixiana, pues el mismo, según vimos, corresponde a un hombre de vida ignominiosa, a un ser embrutecido por la ambición de riquezas, a un criminal que acabó con la vida de centenares de indios Guayaneses, a un pirómano que incendió muchos de los centros poblados encontrados por él a su paso por el Orinoco, a un hombre que sólo dejó ruinas, dolor, destrucción y muerte en nuestro territorio. Y es también oportuna la ocasión para que se reconozca, oficial y definitivamente, que el nombre originario de la ciudad enclavada en la confluencia del Caroní y el Orinoco, es San Félix, una ciudad que tiene más de dos siglos de existencia, pues sus verdaderos fundadores fueron los curas capuchinos catalanes, misioneros que se asentaron en estos lugares desde la segunda década del siglo XVIII, sitio donde lograron levantar núcleos de población, como fueron San Antonio del Caroní, San Félix de Casacoima, San Miguel de Unata, Montecalvario de Mariguaca, además del embarcadero Puerto de Tablas. Desde entonces existe aquí en esta zona, población organizada habitando este lugar donde el Río Caroní rinde sus aguas al Orinoco, desde entonces andan los pobladores de esta comarca haciendo historia, por lo cual es un exabrupto pretender celebrar el cincuenta aniversario de esta ciudad el próximo 2 de julio, tal como se anuncia desde algunas instituciones públicas regionales, basándose para ello en una disposición equívoca emanada de la Asamblea Legislativa del Estado Bolívar, de fecha 2 de julio del año 1961, en la que se ordena la erección de una ciudad en el sitio donde había ocurrido la Batalla de San Félix. Así entonces, con estas precisiones hemos querido dejar asentado cuál es en verdad el origen de nuestra ciudad, cuyo nombre correcto es San Félix de Guayana, uno de cuyos sectores, Puerto Ordaz, deberá denominarse, de ahora en adelante, con un epónimo distinto al que lleva hoy, un epónimo digno de los hombres y mujeres que habitan este hermoso lugar.
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