Un día de comienzos del año sesenta de la centuria pasada, decidió venirse a estudiar a Mérida, a la Ilustre Universidad de Los Andes, dirigida entonces por el Rector de Rectores Don Pedro Rincón Gutiérrez. Antes de partir a la Ciudad de los Caballeros, se despidió de su Valera natal. Poso su mirada sobre las siete colinas que rodeaban a la bucólica ciudad de Mercedes Díaz y Juan Ignacio Montilla. Se fue hasta el Liceo Rafael Rangel, su primera y gran escuela política, y allí juró mantener vivas las enseñanzas y hacer realidad los sueños que su padre, Manuel Isidro Molina, fundador del Partido Comunista en Trujillo, le había enseñado desde niño.
Al día siguiente, al despedirse de Doña Maura Peñaloza de Molina, su Madre, le prometió que haría realidad sus sueños, no solo el de hacerse profesional universitario, sino el de continuar luchando por hacer realidad la construcción de una nueva Venezuela, sin injusticias sociales, libre y soberana.
Al llegar a Mérida, se incorporó a la Dirección de la Juventud Comunista de la Universidad. Su talento y sus cualidades de líder lo hicieron dirigente del movimiento estudiantil emeritense. Las hordas fascistas y falangistas de COPEI, vieron en él un rival, activaron la “cobra negra”, organización criminal integrada por militantes de la juventud de dicho partido, organizaron una emboscada contra algunos militantes de la Juventud Comunista. Lenin recibió un disparo que se le alojo en la columna vertebral, nada pudo hacer la ciencia médica para devolverle su capacidad motriz.
Nosotros, adolescentes todavía, recibimos aquella noticia como la más infausta de todas. Yo, oía hablar a mi padre -con el mayor orgullo- de Manuel Isidro y de Lenin, de Carmelo Mendoza y de Darío Andrade, eran los líderes del partido en Trujillo. Cuando el Camarada Carlos se entero de lo sucedido a Lenin, el dolor que lo embargó fue incontenible. Quienes militábamos en la Juventud Comunista de Trujillo, cada vez que íbamos a Caracas nos acercábamos a los pasillos de la Escuela de Psicología, para verlo y conversar con él. La última vez que lo vi fue en Washington, asistió a una reunión en la OEA, como especialista en el tema sobre los Derechos de los Discapacitados.
Lenin, amoroso de su tierra, de su tierra trujillana. Era tan grande su corazón que metió en él sus profundos e inmensos sentimientos de amistad y de solidaridad. Tuvo el atrevimiento de abrir las cavidades de su corazón, para hacerlas del tamaño de la Teta de Niquitao y de El Pico Bolívar, para meter en él todo el sentimiento que profesaba, y practicaba, por su pueblo. BIENAVENTURADOS LOS QUE MUEREN AMANDO A SU PUEBLO.
El más significativo legado que Lenin nos dejó, fue el modo como asumió su compromiso con los ideales que abrazó desde tiempos de su juventud. Ejerció el oficio político con absoluto desprendimiento. Un soñador transparente. Un filósofo militante.
Quisimos “tomar el cielo por asalto”. Enarbolamos las mismas banderas partidarias, estábamos inspirados en ideales comunes. Militamos en las mismas utopías. Soñamos con un mundo preñado de igualdad, justicia y redención humana. Hoy, quienes recibimos tu amistad sincera, la palabra fraterna y el abrazo de hermano que siempre supiste darnos, no podemos más que jurar lealtad ante tanta belleza, la belleza que siempre acompaña al amigo sincero, al que nada pide y todo lo entrega.
Reciban Doña Maura, Esposa, Hijos, Hermanos y demás familiares en esta infausta hora, nuestro más profundo sentimiento de solidaridad y amistad eterna.