No tengo ninguna duda del amor por la tierra que me vio nacer, por el contrario, en una breve incursión en el conocimiento de la historia de mi pueblo, creció mi orgullo por ser hijo de la tierra tachirense que marcó el inicio de la Campaña Admirable, y que para aquel entonces el Brigadier General Simón Bolívar se refiriera a ésta, como la Villa Redimida de San Antonio de Venezuela, nombre que en justicia le correspondería a San Antonio del Táchira. En esa época los caminos eran un libre tránsito entre lo que pudo ser el cemento para una sola República, y cuyo río limítrofe finalmente ha servido para separarnos como países hermanos y vecinos. Allá Colombia y aquí Venezuela, cada república con sus bondades y con sus desaciertos.
Tenemos claros los límites entre dos repúblicas, pero lo que no está sensiblemente claro es hasta donde llegan las fronteras culturales entre Colombia y Venezuela. En nuestro caso, no ha habido interés por presentarnos con nuestra cultura de paz, de alegría, nuestro acervo cultural integral para hacernos sentir más allá de la línea limítrofe. En tanto, Colombia ha desarrollado un plan de penetración cultural, y no hay quien duda que han tenido logros significativos en diferentes materias, lo primero, han colocado una gran cantidad de sus connacionales en nuestro suelo y con esto preservan sus costumbres, y por medio de su música han logrado apagar la nuestra, a niveles tales que toda la organización musical que existió en los años sesenta del pasado siglo, ha desaparecido casi por completo. Atrás quedaron las estudiantinas entonando los valses, bambucos y pasajes andinos. Somos un implante de costeños del atlántico y del pacífico colombiano, tarareamos cumbias, vallenatos y otros géneros. Los colombianos se vinieron también con su culinaria y fonética, y si antes resultaba fácil saber quién era un tachirense, hoy resulta difícil. Ya esa melodía fonética andina se ha hibridado con la colombiana, dando una mezcla que denota la pérdida de identidad.
Pero eso es poco, la misma crisis política colombiana iniciada con el asesinato de Gaitán y luego con el largo ciclo de luchas guerrilleras y la ofensiva paramilitar, han cambiado el dulce y hospitalario sentido del andino tachirense; antes cuidábamos la apariencia de las ciudades y de los pueblecitos andinos, ahora la candela surge de la misma forma que nació y se propagó el odio en Colombia, hoy la vacuna es un mal muy avanzado, la muerte escasa en otros tiempos hoy nos asedia, el tráfico y consumo de drogas es un grave problema social, pero nada, absolutamente nada de eso es parte de nuestras raíces, ni de nuestro propio proceso de transformación cultural. Ha sido una penetración de la violencia, de esos sesenta años de sangre que han vivido nuestra hermanos, que se han instalado en nuestra tierra, como parte de la expansión de la frontera, y lástima que haya sido precisamente esta la herencia de una relación entre pueblos hermanos.
Hablamos de pesos, de gasolina, de traficantes de alimentos, drogas, del cambio de la moneda, de la fuerza paramilitar, de algunos que fungen de falso guerrilleros y son extorsionadores, hablamos de un caos de identidad. Para ser directos, la identidad local, regional y nacional en el Táchira está en desbancada. El uribismo nos dañó la vida. El uribismo habita en el Táchira como en los horribles tiempos del paramilitarismo colombiano ¡Que tristeza!
En un discurso breve en la Iglesia de la Villa Redimida de San Antonio de Venezuela, propuse incentivar la hermandad entre Colombia y Venezuela con un refuerzo de la identidad. La educación en la frontera tiene que llevar contendidos que nos realcen como país, como región, como pueblo. Se trata de una hermandad con identidad, se trata de ser hospitalario con nuestros hermanos, pero bajo nuestras normas de convivencia social, se trata también que los inmigrantes colombianos asuman esta como su patria, no como un botín para llevárselo a su tierra. Se trata incluso de un gran apoyo para favorecer el trabajo artesanal en el cual los hermanos colombianos son muy emprendedores.
Pero, algo ha debido pasar con esta pérdida de identidad tachirense, ahora somos neo-neronistas, y así como Nerón quemó Roma, nosotros queremos acabar con la bella tierra tachirense. Hoy, en estos momentos de crisis política pienso en las “Brisas del Torbes”, en los “Cantos de mi tierra”, y en esa música que nos dice que somos tiernos como nuestros frutos y fragantes como el café.
No se acepte como andina tachirense el barbarismo neo-neronista de la cultura que lamentablemente se instaló en Colombia en los últimos sesenta años.
El Táchira debe ser repensado desde la educación para el fortalecimiento de la identidad nacional y regional. Ese el el verdadero camino de la convivencia con nuestros hermanos eternos colombianos.
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