Como podrá observar el lector, por la nota puesta al final, este artículo fue escrito y publicado hace 32 años en un Diario ya desaparecido, de gran prestigio y circulación entonces. Lo que allí se dice es poco si consideramos el estado deplorable del río en este momento. Es cierto, para ser justos, las autoridades regionales y municipales actuales fueron electas recientemente. El gobernador pertenece al partido AD y fue postulado por la MUD. El Alcalde de Barcelona Luis José Mata Salazar, pertenece al Psuv. Y además, el llamado "Protector del Estado", quien antes fue gobernador, Aristóbulo Istúriz Almeida, no necesita presentación. Si alguien tiene más responsabilidad en lo que respecta al estado deplorable, casi moribundo, que muestra el río, totalmente cubierto por la bora, a cientos de metros de su desembocadura, a lo largo de la ciudad, es el último de los nombrados, porque fue su gobernador hasta no hace mucho y siguen bajo la figura de "Protector", con todo lo que eso significa. No obstante lo anterior, no es esto motivo para justificar la indiferencia de las otras autoridades y que lo son de verdad, de acuerdo al orden constitucional. No se trata de un mal que se oculta tras las cifras, unos enfermos o hambrientos que deambulan por la calle y posiblemente las autoridades no ven o detectan y "ojos que no ven corazón que no siente", pero la tristeza, languidez que muestra el río son demasiado evidentes y de esa manera a ellas denuncia y pone al descubierto ante la gente. Lo repongo por el dolor que eso me causa y llamar la atención a los tantos que eso debieran reclamar y manifestarse contra esa conducta tan criminal.
------------------------------------------------------------
Como dijo recientemente Miguel Acosta Saignes, aquí hace falta un partido ecologista que, como en Francia, arrastre tras de sí un cuantioso caudal electoral. Sólo así podríamos tener una política oficial para la defensa del ambiente.
Las medidas anunciadas recientemente, destinadas a preservar el Ávila, por ahora no pueden ser juzgadas sino como esporádicas y circunstanciales, ajenas a la habitual conducta estatal. Y es que ninguno de los gobiernos democráticos ha mostrado interés por trascender el discurso sobre esa materia.
El Neverí es un ejemplo patético de indefensión. Languidece ante la indiferencia de quienes podrían y están en la obligación de salvarle.
Apenas los pocos ecologistas que en esta área urbana habitan, de vez en cuando se conduelen de él. Por temporadas, cubren páginas enteras en los diarios en defensa del rio, como queriendo henchirlo de palabras o de tinta.
Otras veces se desborda la sensibilidad castrense y los soldados del Pedro María Freites, salen a limpiarle la superficie, que es como consolar a un moribundo. No obstante, parece ser el único acto concreto, significativo y generoso que se hace por prolongar su agonía.
El canal de alivio, muy publicitado en la campaña electoral, más que en bien del rio y su supervivencia, se hizo para proteger a la ciudad y las personas de las inundaciones. Casi en la misma intención se inscribe el parque que se proyecta construir en sus orillas, definido como de embellecimiento y recreación. Pero para el rio en sí, nada.
El cuadro lamentable que hoy presenta, y no por la tradicionalmente larga sequía, nos motiva a comparar su ayer y hoy.
Es triste comprobar que durante el período democrático, pese a los gigantescos recursos consumidos, no se ha podido, por no decir otra cosa, superar lo realizado por el Real Consulado en 1803, siete años antes que los patricios caraqueños depusiesen a Emparan.
El Consulado creado por Real Cédula de Carlos IV de fecha tres de junio de 1793, con la finalidad de incrementar la agricultura, el comercio y mejorar las vías de comunicación, por Real Orden expedida en Aranjuez, el 23 de abril de 1803, procedió a descontaminar el Neverí a un costo de 23 mil pesos, cifra ostensiblemente alta; a modo de referencia consideremos que ese mismo año, construyó el camino Cumaná Barcelona con una inversión de 36 mil pesos.
Es mayor a nuestros ojos la importancia de aquella iniciativa, si tomamos en cuenta que para ello el Consulado requería la previa autorización de la corona española.
Hoy no hay corona sobre Venezuela; gobierna un criollo, sin título nobiliario, de intimidades con el rio; muchas veces se bañó en él y correteó por sus riberas. Hay recursos y afecto. ¿Entonces qué esperamos?
No esperemos que nuestro viejo y cansado amigo, en protesta por el mal agradecimiento, decida quedarse en la montaña; que es lo menos que puede ocurrírsele a fuerza de generoso.