Catatumbo, más que un relámpago, es lo que se debe hacer

La crisis nacional nos agobia tanto, que muchas veces nos oculta la Venezuela que lucha entre tanta desidia y desesperación por surgir. Hay ejemplos de ello, unos más conspicuos que otros y algunos que surgen no de manera espontánea, sino que es la aplicación tangible de un modelo trabajado por años en el pensamiento de algunos.  

El pasado mes de septiembre estuve presente en la instalación del Gabinete Agrícola del Sur del Lago, en la ciudad de Santa Bárbara de Zulia, promovido por la secretaría de estado de la Gobernación del Zulia y otros públicos y privados. Asistí a ese evento con la premisa de que iba a ser uno más de los tantos otros a los que hemos estado presente y donde el catálogo de promesas y proyectos que se iban a exponer con seguridad, se vaciaron  en el grandote baúl de la indolencia. Pero a primera mano y de entrada vi algo diferente. Los presentes y ponentes estaban conformados por empresarios agrícolas y ganaderos agremiados, que no comulgan con el gobierno nacional, agricultores del área vegetal desde grandes a pequeños, personeros y personajes de diferentes matices del pensamiento político e ideológico, comuneros, conuqueros y parceleros, docentes y discípulos; en fin una variopinta expresión del quehacer político y de intereses en lo económico, social y productivo, que se sentaron entremezclando más que por un fin común, por una preocupación compartida.

La situación nacional nos ha afectado a todos, pero de manera más desalmada y con mayor presión a los más pobres (ahora la pobreza se mide con un barómetro). Estamos entrando a una nueva oleada de una dieta impositiva nacional, por la brutalidad de la usura en la distribución, acaparamiento y comercialización de los alimentos y unos precios concertados que nos tiene desconcertados. El CLAP, los combos y los bonos solidarios que tenían un cometido inicial y eventual para evitar una hambruna, se han convertido en “soluciones” de asistencialismo menesteroso, generando unas condiciones emocionales de desesperanza, porque su presencia son signos de que la crisis llegó para quedarse. La gente quiere escoger y comprar lo que come y no sacarlo de una caja de sorpresa mejicana, que los deja sobrecogidos por la misteriosa calidad de esos productos y que tiene como ñapa, unas enormes cucarachas que no les faltan patas para caminar. Por eso, al presenciar que los presentes a este evento concuerdan en conjunto que la crisis alimentaria solo se supera con la afluencia de todos y en dar por hecho que solo con la producción y diversificación agropecuaria se puede salir de ella, genera un poquito de tranquilidad. El reconocimiento de las partes es importante, ya que el estado debe emprender y crear las condiciones jurídicas, de seguridad, crediticias y de estímulo a la producción nacional y aplicar las regulaciones establecidas en ley no las inventadas para salir del paso y que complican mas la situación y los productores con sus garantías establecidas, producir de manera prioritaria para el pueblo venezolano y que les generen el rédito necesario a su inversión y no ser partícipes del desangramiento que crea el contrabando porque del “otro lado pagan mejor” ni de aventuras desestabilizadoras. Cada quien a lo suyo y todos a lo nuestro. Como dijo un de los ponentes en esta cita concertada “Ustedes se encargan de gobernar y nosotros de producir, que de eso sabemos”

Una de estas iniciativas esperanzadoras en esta subregión zuliana, tiene como espacio vivencial el municipio Catatumbo,  ubicado en el vértice suroeste del Zulia y famoso mundialmente por su Relámpago que ilumina el firmamento desde el parque nacional “Ciénagas de Juan Manuel”, estuario que le da vida a todo este hermoso lugar abundante en flora y fauna, que forman bucólicos paisajes. Esta tierra también es colindante con el más despreciable tramo fronterizo que ha sido afectado duramente y por muchos años (décadas) por todas esas calamidades generadas del lado neogranadino y que las “antiguas autoridades” permitieron que se estableciera una colombianización brutal de este territorio. Era tierra donde la “seguridad” la prestaban de manera descarada los grupo irregulares colombianos que ponían toques de queda en cada calle  de Encontrados, El Guayabo, El Cruce, El Rull, El Gallinazo, Valderrama y en las autopistas fluviales del río Catatumbo y los pueblos de agua de Congo Mirador y Ologá, cobrando “impuesto” a todo ser que se moviera y a todo lo que se vendía y producía, so pena de aparecer tirado en cualquier camellón o flotando en las aguas, a aquellos que osaran reclamar antes estas “autoridades” impuestas. Parafraseando al dictador mexicano Porfirio Díaz, “Que desgracia para Venezuela, tratando de buscar un lejano y esquivo Dios y tan cerca de Colombia”. Ahora la situación ha cambiado de manera diametral, con la regencia municipal de Wilmer Ariza, joven profesional de la ingeniería de sistema que persiste por la vía electoral y logra asumir este compromiso de revertir esta aciaga situación en su lar, en su Catatumbo.

Se empezó por el principio y en conjunto con las FANB se tomó el control de la seguridad y defensa de la tierra y de sus aguas y de los que habitan en ellas, arrinconando, atrapando o desplazando a estos grupos sicariales para que regresaran a sus cuarteles del otro lado de hito fronterizo, donde son amparados por el gobierno colombiano. Había que acabar con esa terrible paradoja que en territorio venezolano los grupos colombianos controlan el poder y las vidas. Aun quedan rastrojos de esta actividad delincuencial, pero se despejó la mayoría del territorio catatumbense y se sigue el combate. Ya garantizada en gran medida la seguridad ciudadana y de los bienes, creando el clima de tranquilidad y paz, el alcalde Ariza, como buen conocedor de los algoritmos, siguió con la fase siguiente que era el de apoyar la actividad agroalimentaria con el acercamiento a los productores sin distinguir en ellos su preferencia política, mas bien su conciencia y voluntad de reconocer que hay un pueblo necesitado y que ellos son parte de ese pueblo. Estas conversas en un tiempo muy corto (ni un año) ha traído como resultado que las familias que conforman este municipio estén viendo por primera vez en mucho tiempo en sus mesas y a la de hora de comer, carne, pescado, plátanos, frutas, queso, leche y todos eso productos que brotan, crecen, nacen, nadan y se procesan en esas tierras y aguas y que por absurdo que parezca, no podían comer lo que su tierra producía, porque lotes y lotes de ganado en pie cruzaban la frontera junto a sacos de parchita, granos de cacao, camiones de plátanos y derivados lácteos ante la mirada esquiva y cómplice de las “autoridades” de ambos lados y bajo el total control de los grupos armados.  

Hoy, literalmente se está iniciando la primera zafra de arroz, que se va a empacar y distribuir inicialmente entre el pueblo, sin la nefasta y parásita intermediación, sino del productor o agroindustrial al consumidor. Son más de 500 toneladas de arroz de esta primera cosecha, de un lote de otros tantos que se están sembrando y a medida que aumente la producción y se incremente la productividad, se irá distribuyendo a municipios vecinos y foráneos empacados. Esta arroz será trillado y empacado en una planta que se estableció en la población del Rull y paralelamente se estará inaugurando la planta para procesar las 150 toneladas de pescado mensuales, que las redes madrugadoras de los pescadores sacan de las pardas aguas del Catatumbo, sus afluentes y lagunas y que antes, las cavas de los intermediarios se las llevaban a otras latitudes a revenderlas a precios prohibitivos sin dejar nada aquí. De igual manera, actualmente se sacrifican más 100 reses mensuales, con la recuperación del matadero municipal, donde los productores particulares llevan sus animales que ellos mismos comercializan, a precios realmente acordados y sin desmedro del costo de producción que invierten los agricultores, que obtienen su esperada ganancia. Son cifras pequeñas de inicio pero de donde no había casi nada, ahora hay gente produciendo y lo mejor, gente comiendo lo que produce

Hoy se vuelven a reunir en un plato el queso y la nata con el patacón y el plátano maduro, el arroz, el maíz, la carne y el pescado en la comida de la familia humilde de Catatumbo, de donde nunca se debieron haber desaparecido. Son nuestros alimentos, producidos por las manos y el ingenio de nuestros cultores del agro. Son nuestros alimentos salidos de nuestra tierra, frescos y con un valor nutritivo conocido, no de una caja de cartón sin destino ni remitente que de alguna manera subyuga nuestras animosidades al abrirla. Son alimentos del Catatumbo. Y lo más importante, es producto del encuentro de un pueblo con su realidad sin importar la diversidad de su pensar, pero identificados con su destino. Ojala no sea solo una situación eventual, ojala que no sea producto de efímeras simpatías con malicia y ojala que esto se multiplique de manera gradual y firme por toda nuestra patria. Estos son dos de los parámetros más importantes para salir de este oprobio nacional: entendernos y producir, en ese orden. Lo primero, entendernos, es lo más difícil. Pero, si se está dando en este trozo convulso de Venezuela, ¿por qué no en el resto de nuestra patria?



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Carlos Contreras


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