Un cumanés con frío y uno con añoranzas por su ciudad natal en este 2023

Nota: Este artículo debí haberlo enviado el 30 de diciembre, guiándome por mis observaciones, para que saliese, por lo menos el último día del año, como un mensaje de amor y como allí dije, por mis "añoranzas" por mi pueblo natal. Por acontecimientos propios de los fines del año, generamente imprevistos; los amigos viejos que llegan de improviso, los familiares que nos llaman y rodean, me distraje y no le envié tal como tenía previsto, pero "nunca es tarde cuando la dicha es buena",

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Los soldaditos jipatos, con el recuerdo del frío pegado a la gruesa piel marchaban bajo el reverberante sol del mediodía por la " Calle Larga", desde Puerto Sucre, rumbo al puente Guzmán Blanco. Habían llegado días atrás desde las tierras del sur. De la legendaria Popayán, Guayaquil, Quito y La Paz. Llegaron con sus generales casi analfabetas, de piel amarillenta y mucho menos del recordado frío.

Los soldaditos de muy baja estatura y muestras de vestidos de nuevo, sólo para presentar el espectáculo, iban anegando de sudores la calle, mientras el calor del piso llenaba de vapores el ambiente.

Detrás de ellos, a bordo de un elegante vehículo sin capota que marchaba lentamente, el general Medina Angarita, en compañía de distinguidos visitantes, saludaba al delirante público que se agolpaba en las aceras.

Al pueblo cumanés de la década del cuarenta, lo habían sacado de su calma habitual e interrumpido sus tradicionales siestas, para convocarlo a celebrar ciento cincuenta años del natalicio de "Toñito" Sucre. Y asistió a aquellas fiestas con fervor y entusiasmo. El mismo que puso para escuchar por vez primera un discurso político de Andrés Eloy, dos años después.

¡Ay Cumaná quién te viera

y por tus calles paseara

y a San Francisco fuera,

a misa de madrugada!

Era una copla triste, envuelta en la espesa neblina del altiplano boliviano. Un soldado cumanés, uno que estuvo con el joven Sucre en la cruenta derrota de la batalla del Salado, en la retaguardia del ejército del sur, gloria de Popayán, audacia de Guayaquil y le acompañó a alcanzar la grandeza en Ayacucho, sintió nostalgia por la lejana tierra de los azules y el viento salado con olor a pescado del golfo de Cariaco. Era una madrugaba decembrina y en aquella piel que el sol tostó, por contraste, el frío sugería el cálido diciembre en la tierra cumanesa.

Por lo que fue aquello, la gesta noble y valiente del Mariscal, aquellas coplas cantadas en un diciembre muy frío en un frente de batalla allá lejos, en un perdido recodo de la montaña andina, vinieron los soldaditos esmirriados a recorrer la "Calle Larga".

Yo recuerdo a esos soldaditos desde mi niñez, como recuerdo la copla decembrina cantada en el altiplano en una navidad muy fría. Ahora en mi vejez, aun teniendo a Cumana cerca y muy lejos. Cerca porque apenas me separan de ella unos pocos kilómetros, siempre está en mis recuerdos, tanto que, en casi toda mi obra escrita, es escenario y personaje de importancia. Pues aparece en mis novelas "El crimen más grande mundo", "La Mudanza", "Cuando quisimos asaltar el cielo", "Los perdedores" y en la que ahora escribo sobre los guerreros orientales. También en casi medio centenar de crónicas, cuentos como "Mi tía Panchita" y "Mi tío Matías". Y por encima de todo, en mi lenguaje y estilo. Porque fue ella, esa vieja ciudad mártir de la guerra de independencia, contra quien se ensañaron los criminales de guerra españoles, por cobrarle su servicio a la causa patriota, haber sido de las primeras en rebelarse contra el imperio español y servido de refugio a los combatientes en las más duras circunstancias. Pero también por ser la madre de grandes hombres, empezando por el Mariscal de América y de un número grande de poetas, entre ellos dos de los más importantes de Venezuela y América, Andrés Eloy Blanco y José Antonio Ramos Sucre.

Una ciudad heroica y víctima, a la que las castas y partidos que han venido gobernando, desde los momentos mismos que terminó la guerra de independencia, pese haber sido de los puertos más importantes del continente y sus aportes a la causa patriota e independentista de América, han subestimado y hasta dejado casi en el abandono. Una víctima constante de los terremotos, como aquel del año 1929 que casi arrasó con su colonial arquitectura y pruebas de su significado histórico. Y de paso, usualmente puesta a gobernar, por quienes con ella para nada se identifican ni tienen en las venas, el cerebro, corazón y las vísceras todas, aquello que le sobró al Mariscal, aquel que allá lejos, con demasiado nostalgia, dijo en una carta, "cuánto deseo dejar toda esta gloria y responsabilidad y volver a Cumaná". Lo mismo de la vieja copla cantada en el altiplano, "¡Ay Cumaná quién te viera!"

Y muy lejos porque las dificultades de mi vida me impiden verla, recorrer sus calles y volver a pasar noches enteras en los bancos de las plazas "19 de abril", hoy "Andrés Eloy Blanco, el parque Ayacucho y las escalinatas de la iglesia frente a mi inolvidable Liceo Antonio José de Sucre.

Lejos por no poder volver a ver mi barrio llamado "Río Viejo", justo donde empiezan mis novelas, "El Crimen más grande del mundo", ganadora del premio nacional de narrativa del 2010 de la editorial Ipas-Me y la recientemente editada por El perro y la rana, "Los perdedores". Impedido de recorrer de punta a punta la calle Rendón, de inolvidables recuerdos y afectos y, como solía hacerlo en mi Juventud, sentarme largas horas en la plaza 19 de abril, aquella donde hablé una noche con el cantante mexicano Antonio Aguilar, acerca de la que escribí una crónica y, desde las escalinatas de la catedral, mirar a mi bella escuela secundaria.

Este año que termina, 2022, cuando estoy por cumplir 85 años, pasadas ya las misas de aguinaldos, sobre lo que tengo un viejo relato o crónica bastante extenso, colocado ahora en mi blog, Blog de Eligio Damas*, también las navidades, he querido dedicarle a mi amada tierra este último artículo del año. En su seno, ciudad madre, nací, me crie, llegué a la edad juvenil en medio de grandes dificultades económicas, y salí no por mi gusto ni deseo, me obligó la persecución política en aquella violenta década del 60, para sumergirme por varios años en la vida clandestina. Pero cuando aquello sucedió, por ti madre querida, ya había empezado a ser lo que terminé siendo y de lo que siempre y para siempre me he sentido y me sentiré satisfecho.

¡¡¡Feliz año 2023 ciudad madre, mártir!!! Como siempre te deseo mejor suerte, la que te mereces, no sólo por haber sido la primogénita, tu importancia y trascendencia en la vida colonial, haber parido al Mariscal, nuestro "Toñito" y tus significativos aportes a lo largo de la historia nacional, pese, quienes en este país han gobernado, nunca ha sabido compensarte.

Soy y seré hasta que muera, uno de esos necios que no pone énfasis en decir aquello muy inteligente, "soy un hombre del mundo". Soy demasiado pequeño y hasta humilde para asignarme tal grandeza. Por eso mismo, siempre, en cada sitio y espacio, por lo que muchos de mis amigos por eso ríen, antes que muchas cosas, soy hijo de mis padres y tuve la enorme fortuna de haber nacido en tu espacio, mi inolvidable Cumaná. Y tu, ciudad heroica me dejaste tu marca para siempre.

"¡Ay Cumaná quien te viera!"

Espero que mis hijas cumplan con mi testamento todavía no escrito, esparcir mis cenizas en la desembocadura del Manzanares, aquel espacio bello donde solía, cada cierto tiempo, ver cabriolar a las ballenas que llegaban de lejos, arrastradas por la corriente proveniente del Golfo de México.

La ciudad de mis primeros amores. Los que nunca he olvidado, transformados en el tiempo en bellos sentimientos de amistad. Pues tuve la fortuna de casarme con una linda hija del también pueblo sucrense de Río Caribe, que fue el más grande amor de mi larga vida. Una bella mujer que se fue hace ya 8 meses y me espera para que, nuestras cenizas juntas o revueltas, cabriolen, como lo hacían las ballenas en la desembocadura del río Manzanares.

¡Feliz año para ti noble madre y para todos tus hijos! Ojalá comiences a recibir la recompensa que mereces por tu importancia en la historia de América.



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Eligio Damas

Militante de la izquierda de toda la vida. Nunca ha sido candidato a nada y menos ser llevado a tribunal alguno. Libre para opinar, sin tapaojos ni ataduras. Maestro de escuela de los de abajo.

 damas.eligio@gmail.com      @elidamas

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