La
firma del Tratado de Libre Comercio (TLC) el pasado martes 28 de
febrero en Washington entre los presidentes de Colombia, Álvaro Uribe,
y de Estados Unidos, George W. Bush, traza claramente la línea
divisoria de la batalla que se avecina. La que divide al bloque anti-
TLC, del pro- TLC que lo firmó y defiende desde el estado, sus
instituciones, y con su aliado imperial. Será una lucha en dos frentes.
En el campo electoral y en la calle. Como batalla electoral, para
impedir que Álvaro Uribe, principal artífice de la entrega de la
soberanía quien ha fungido como activo cipayo del imperio, sea reelecto
presidente. Y como lucha callejera, a través de amplias movilizaciones,
protestas, huelgas y paros, para impedir que dicho tratado anexionista
sea impuesto al país. Será, sin duda, la batalla entre una mayoría de
colombianos(as) aglutinados en un gran movimiento nacional que tomará
la calle (seremos mayoría), la fábrica, el campo, las universidades y
cada rincón del país; y una minoría oligárquica que buscará por todos
los medios, desde los represivos, masivos de comunicación e
institucionales (parlamento) imponerlo. Nosotros como aliados, las
luchas y solidaridad de otros pueblos; ellos, fieles aliados de las
águilas del Norte, avalados por el imperio.
El Tiempo: el panorama se complica
El
diario El Tiempo nunca ha escondido sus preferencias y preocupaciones
cada que asistimos al circo electoral. Por el contrario, diariamente
manifiesta su posición en editoriales, encuestas de opinión, noticias y
reportajes. Tiene su voto cantado por el presidentecandidato Álvaro
Uribe, y por su linaje en el gobierno, el engatusador de medios de
alienación masiva Francisco Santos (Vicepresidente), y por Juan Manuel
Santos quien busca relanzarse para futuras presidenciales desde el
recién fundado partido uribista de la U.
¿Pero qué es lo que realmente le preocupa a El Tiempo? Por una parte,
constatar que sus cálculos y maniobras políticas para que continúe
inmodificable la cadena de mando y el poder en Colombia, no son
asertivos. Y, por otra, descubrir la pérdida de popularidad y dilución
de la imagen artificial de un presidente que el mismo diario ayudó con
tanto “esfuerzo” editorial a llegar a la Casa de Nariño.
En un editorial reciente, afirmó El Tiempo que: “La
política de seguridad, elemento clave de la alta popularidad del
presidente Álvaro Uribe, está, en plena coyuntura electoral, ante un
severo desafío”.[1]
Más adelante, señaló que los retos más importantes del gobierno de
Uribe son los duros y constantes ataques de las FARC, con el paro
armado que decretaron desde el pasado mes de febrero, llevando a la
paralización de más de 5 departamentos (Chocó, Guaviare, Caquetá,
Huila, Putumayo, Nariño y Antioquia). Seguidamente, denunció los
engaños de los paramilitares tras las supuestas desmovilizaciones y
desarme, cuando la verdad es que siguen asesinando, masacrando,
delinquiendo y ejerciendo presión armada a favor de los candidatos de
la derecha prouribista para las elecciones, según un informe de la OEA publicado reciente. “¿Quién ejecutó, entonces, masacres, asesinatos selectivos, secuestros, desplazamientos masivos y todas las demás atrocidades?”, se preguntaba El
Tiempo con ese aire de inocencia, como si se tratara de un comité de Derechos Humanos de las Naciones Unidas.
Tiene razón la casa El Tiempo en preguntarse qué es lo que está pasando que las cuentas electorales no dan. “¿Tiene
esto relación con el descenso de diez puntos en la popularidad del
presidente Uribe que muestra nuestra segunda gran encuesta electoral…
que también publicamos hoy?” Y finaliza con esta inocultable certeza:”…no
es… que la política de seguridad democrática esté fracasando. Pero lo
que pasa amerita, como mínimo, una seria revisión de sus puntos flacos.
Pues es evidente que los tiene”. Son tantos puntos flacos,
diríamos, que traducidos a la realidad de millones de colombianos no es
nada más que el fracaso de todas las políticas del gobierno de Uribe.
Sí, las mismas políticas que El Tiempo lleva apoyando como uno de los
grandes medios responsables de la debacle histórica que vive la nación
hace décadas. ¿De qué preocuparse ahora entonces? ¿Se complica el
panorama o está tocando fondo el proyecto de la derecha en Colombia?
Una acertada táctica contra la reelección y el TLC, más no la única
Para
quienes defendemos la lucha parlamentaria como otra forma de ganarle
espacios a la oligarquía, sin pretender que es la única forma válida o
ilusionarnos con que a la clase capitalista la derrotaremos en estas
elecciones, está claro que una masiva votación de la izquierda podría
reducirle relativamente el poder parlamentario
a aquella. Y, en el mejor de los resultados, derrotar la reelección de
Uribe. Concientes de que es el único terreno que la burguesía acepta
como válido: las elecciones parlamentarias. ¡Ni siquiera el referéndum
sobre el TLC avala! Porque representa, como clase atrapada en su única
razón de ser, sus intereses económicos, su status quo y un modelo
político, social y cultural decadente que solo lleva a más alienación y
miseria para los pueblos. Y bajo esa forma exclusiva
de democracia nos quiere atrapar, dentro de la democracia formal y
representativa que conocemos desde la fundación republicana en los
albores del S.XIX. Forma de poder que ha tocado fondo no solo en
Colombia, sino en el continente donde los pueblos empiezan ya a
asumirse como los sujetos históricos principales de los proyectos
emancipatorios, en lenguajes y culturas (aymaras, quechuas, paeces,
guayuus) antes excluidos. Proyectos nuevos de poder popular ejercidos
bien a través de la democracia directa como en Bolivia, donde el pueblo
movilizado y apropiado de la calle como su espacio vital, la practica
llevando a cabo su propia agenda con Evo Morales y el MAS a la cabeza;
o a través de la derrota política que propinó el pueblo de la Republica Bolivariana
de Venezuela a la oligarquía, derrotándola masiva y sucesivamente desde
que Hugo Chávez asumió el poder como presidente en 1.999, motivo por el
cual no escapa, ni escapará, al acecho y ataque permanente del
imperialismo.
Porque
la historia lo enseña, la clase capitalista y el imperialismo nunca
aceptarán la lucha callejera, las asambleas comunitarias, barriales,
movilizaciones campesinas, indígenas, huelgas obreras y paros
estudiantiles como otras formas y expresiones reales de poder, de
democracia directa. Jamás admitirán aquellos espacios, los de los
pueblos excluidos, desde donde ya se empiezan a conformar (movimiento
indígena es un ejemplo) los primeros embriones de poder popular. Por
esto es que no vemos, entonces, contradicción alguna entre quienes
defendemos la participación en las elecciones, y al mismo tiempo
pensamos que todo cambio real de poder en Colombia pasa por la
democracia directa construida desde y con las comunidades mismas. De
ahí que tengamos que estar dispuestos a batallar por todos los medios,
para impedir que se lleve a cabo un negocio –TLC- donde nosotros seremos la mula y ellos el jinete, como lo dijo recientemente Jorge Robledo, senador del Polo Democrático Alternativo, en la Universidad Nacional de Medellín[2].
TLC: las florecitas de David contra la doscientas veces más poderosa economía de Goliat
Con
este tratado anexionista donde Colombia abre completamente su pequeño
mercado, a la descomunal y 200 veces más poderosa economía
estadounidense, nosotros no vamos a abrir, pequeño David, las
gigantescas puertas del mercado del Norte, a pesar de la gran mentira
del presidente en su discurso ante la nación por la TV el pasado 28 de febrero. “Este
no es un programa donde nosotros abrimos nuestro mercado, este es un
programa donde estamos abriendo el mercado de los Estados Unidos. Eso
marca la diferencia entre lo que es este TLC y lo que es un fenómeno de
apertura unilateral”[3].
Incluso argumentar que teníamos que firmar dicho tratado asimétrico,
porque sino se acababa el ATPDA, acuerdo de preferencias arancelarias
por el cual los países andinos pueden exportar ciertos productos libres
de arancel (impuestos o aduanas) como las flores, no tiene sentido. De
lo contrario sería reconocer que el TLC se firmó bajo chantaje. En
verdad, el acuerdo de preferencias arancelarias, ATPDEA[4], existía
desde 1991 (ATP) y siempre ha sido utilizado como un instrumento de
presión contra los gobiernos de la región (la llamada certificación),
sino aprobaban, por ejemplo, los planes de erradicación de cultivos de
coca, o no se acogían a los planes de fumigación de los cultivos con
glifosato, o no extraditaban a los narcos, etc. A Colombia, según el
convenio, se le acababa el 31 de Diciembre este año, y no iba a poder
exportar más flores. De ahí que el presidente saliera por TV a defender
a la pobre viejecita de las flores: ”me
preocupaba mucho que amanezca el primero de enero de 2007 y que los
floricultores digan: ‘no podemos exportar a los Estados Unidos por los
aranceles’ y que entonces a Estados Unidos lleguen flores de otros
países y que aquí empiece a crearse desempleo, que haya semejante
problema con textileros, con confeccionistas, con la industria del
calzado, con los bananeros, con un producto tan promisorio como es el
combustible biológico” [5].
Ahora bien, si el comercio
bilateral en el 2005 fue de 14.300 millones de dólares, y Estados Unidos compra el 40% de todas las exportaciones colombianas[6]
(5.720 millones), la realidad que se avecina con la firma del TLC se
parece más a la historia, pervertida, de David y Goliat. Muy promisoria
para un jinete gigante, Goliat, que aumentará
exponencialmente su cuota de participación inundando el pequeño mercado
de David, quien no tiene más con que responder que su honda cargada de
florecitas para lanzarle al gigante. Si bajo las actuales premisas de
“libre” competencia la potencia del Norte nos vende cerca de 9.000
millones de dólares, un 60% del total del intercambio bilateral, hay
que suponer un aumento exponencial en cuota y volumen. De antemano se
sabe quien es el ganador de esta “libre” competencia, más si tenemos en
cuenta que al mercado colombiano entrarán millones de toneladas de
productos industriales y agrícolas (maíz, cereales, arroz, culos de
pollo, llantas, remanufacturados, electrodomésticos de segunda)
provenientes de una economía que subsidiada su producción en unos US
$50.000 millones anuales. ¿Quién subsidia a los pequeños y medianos
productores colombianos?
Repasando las matemáticas elementales del TLC
Analizando las matemáticas elementales para el TLC, afirmaba Aurelio Suárez que: “A
parte de ciertas variedades de flores, Colombia no produce nada de
importancia de lo que demanda el mercado de Estados Unidos; quienes sí
lo hacen no han requerido firmar un TLC, es el caso de 26 de los 30
principales proveedores. Las cuentas anteriores muestran que por el
sacrificio de muchos, con bajos salarios, desplazamiento y desempleo en
el TLC, únicamente se recibirán unas cuantas monedas cuyos
destinatarios serán los mismos de siempre” [7].
¿Cómo funcionan las matemáticas del TLC con Colombia? Así. De los cerca
de 800.000 millones de dólares que Estados Unidos destinó el año 2004
para comprar productos que Colombia (materias primas principalmente)
pudo poner en su gigantesco mercado, facturamos por 5.760 millones de
dólares. Es decir, el 3.81% de lo que Estados Unidos dispone para
importar productos como petróleo, oro, carbón, aluminio, banano,
algunos químicos, dulces, camarones, cueros, sombreros vueltitos y otras chucherías, etc.
No estirar más la cerviz, desenfundar nuevamente la espada
Preparémonos,
pues, para volver a la condición de pueblos bajo protectorado de una
potencia imperial; para ser neocolonia sin la menor posibilidad de
manejo autónomo de nuestra economía, cultura y producción agrícola
nacional; para seguir siendo cómplices de los que traicionaron el
proyecto emancipatorio que nos dio el significado de naciones y pueblos
libres; o para que el TLC sea la nueva soga que hoy amenaza la cerviz
traicionada de la nación, en la perversa intensión de anexar a
Colombia. O preparémonos para no estirar más la cerviz; para
desenfundar nuevamente las espadas que nos dieron la libertad; para
hacer realidad la idea de Bolívar y su ejército libertario de ser
naciones libres, tras heroica y costosa guerra de independencia contra
el imperio español. Este es el verdadero desafío histórico de los
bolivarianos(as) y el ejército revolucionario que nos dio la
independencia. La firma del TLC es, entonces, el campanazo de alerta
para todos los movimientos sociales, organizaciones populares,
sindicatos, partidos, agremiaciones de todo orden y tipo, comunidades
de barrios, movimiento indígena y estudiantil, que anuncia la hora de
salir a la calle, de dejar la inercia y acabar la paciencia que hemos
guardado por décadas, para marchar, revolucionarios, a la calle, los
caminos, las ciudades y tomarlo todo, que no quede nada para ellos, la
oligarquía y el imperialismo. Porque esta patria nos perteneció una
vez, y nos seguirá perteneciendo.
[1] El Tiempo, domingo 5 de marzo, 2006. Editorial: Entre el norte y el sur.
[2] Jorge Enrique Robledo: Senador por el Polo Democrático
Alternativo. Conferencia sobre el TLC. Universidad Nacional de Colombia, sede Medellín. Jueves 2 de Marzo, 2006
[3] Ver: El Tiempo, martes 28 de febrero de 2006. Sección economía: Texto del discurso del Presidente Uribe sobre el TLC
[4] Ministerio de Comercio Industria y Turismo. http://www.mincomercio.gov.co/VBeContent/NewsDetail.asp?ID=2919&IDCompany=26
[5] Ibd.
[6] Ver: Crónica de Hoy. http://libros.cronica.com.mx/nota.php?idc=228467
[7] Ver: Aurelio Suárez. Las matemáticas elementales para el TLC. www.rebelion.org, 21-09-05