Hace bastante años, en un escrito mío pendiente de localizar entre mis archivos y antes de leer con cierta extensión a Heidegger, hago una distinción relativamente fácil de intuir entre el pensamiento calculador y el pensamiento reflexivo y la naturaleza de los pensamientos derivados del uno y el otro. Y de pronto me encuentro en estos extraños días quizá a escala similares a los de una postguerra de bolsillo, leyendo su discurso "Serenidad", Gelassenheit, en unas pocas páginas que aparecieron por vez primera bajo el título de "El camino de campo" en el año 1949 para conmemorar el centenario de la muerte del compositor Conradin Kreutzer. La coincidencia entre lo que dice en uno de los párrafos que se leen a continuación y lo que yo escribí me parece cuanto menos llamativa, pero tiene mucho que ver con una de mis ideas grandilocuentes favoritas: si queremos ser auténticos sin caer en la extravagancia, no podemos compararnos públicamente con los grandes pensadores de la historia pero debemos hacerlo a solas. Es posible llegar a sus mismas conclusiones a condición de que, por un lado, nos desprendamos de todos los prejuicios y, por otro, nos quedemos con la subjetividad, el egotismo y el egoísmo moral justos sólo para reconocernos como ser que existe.
En cualquier caso, para esta época que vivimos de la que tan ausentes están la mayoría de los valores morales que, hayan sido extremados desmesuradamente hasta detestarlos estas generaciones, hayan conservado su esencia hasta servir a la conservación indispensable del espíritu saludable individual y colectivo, me parece de una utilidad extraordinaria habida cuenta, entiendo, la desorientación, la dispersión y la contradicción de las ideas circulantes que se perciben en el pensamiento occidental. Razones por las cuales os presento aquí estos fragmentos del discurso de Martin Heidegger tan a propósito deL manejo inteligente de las tecnologías (los aparatos) que pueden someternos a una vergonzante servidumbre... Las palabras de Heidegger son las siguientes:
"Lo verdaderamente inquietante, con todo, no es que el mundo se tecnifique enteramente. Mucho más inquietante es que el ser humano no esté preparado para esta transformación universal; que aún no logremos enfrentar meditativamente lo que propiamente se avecina en esta época.
Ningún individuo, ningún grupo humano ni comisión, aunque sea de eminentes hombres de estado, investigadores y técnicos; ninguna organización exclusivamente humana es capaz de hacerse con el dominio sobre la época. Así, el hombre de la era atómica se vería librado, tan indefenso como desconcertado, a la irresistible prepotencia de la técnica. Y efectivamente lo estaría si el hombre de hoy desistiera de poner en juego, un juego decisivo, el pensar meditativo frente al pensar meramente calculador. Pero, una vez despierto, el pensar meditativo debe obrar sin tregua, aun en las ocasiones más insignificantes.(...)
(...) Para todos nosotros, las instalaciones, aparatos y máquinas del mundo técnico son hoy indispensables, para unos en mayor y para otros en menor medida. Sería necio arremeter ciegamente contra el mundo técnico. Sería miope querer condenar el mundo técnico como obra del diablo. Dependemos de los objetos técnicos; nos desafían incluso a su constante perfeccionamiento. Sin darnos cuenta, sin embargo, nos encontramos tan atados a los objetos técnicos, que caemos en relación de servidumbre con ellos.
Pero también podemos hacer otra cosa. Podemos usar los objetos técnicos, servirnos de ellos de forma apropiada, pero manteniéndonos a la vez tan libres de ellos que en todo momento podamos desembarazarnos (loslassen) de ellos. Podemos usar los objetos tal como deben ser aceptados. Pero podemos, al mismo tiempo, dejar que estos objetos descansen en sí, como algo que en lo más íntimo y propio de nosotros mismos no nos concierne. Podemos decir «sí» al inevitable uso de los objetos técnicos y podemos a la vez decirles «no» en la medida en que rehusamos que nos requieran de modo tan exclusivo, que dobleguen, confundan y, finalmente, devasten nuestra esencia. Quisiera denominar esta actitud que dice simultáneamente «sí» y «no» al mundo técnico con una antigua palabra: la Serenidad (Gelassenheit) para con las cosas".
(Versión castellana de Yves Zimmermann, publicada por Ediciones del Serbal, Barcelona 1994)