El mercado capitalista es una gran red en la que están atrapadas las masas a nivel global. Esta red de explotación aporta como cebo la mercancía que permite mejorar la calidad de vida de las personas, insuflando además la creencia de que proporciona bienestar a los usuarios. Caracterizada por la inmediatez, la materialidad y la eficacia en el diseño de tal creencia, ha generado adicción, dado que la persona esta plenamente convencida que allí reside la única posibilidad de bien-vivir al que aspira. Es lo que ha permitido que el mercado haya pasado a ser un espacio del que no es posible salir, porque es la red atrapa personas por excelencia. Se trata de un diseño complejo orientado a fidelizar al individuo, esclavizándolo y cargarlo de cadenas. Primero, el que pasó a ser consumidor, para atender a sus necesidades, más tarde consumista, para apropiarse de su dinero y, ahora, ha entregado su individualidad a las redes de internet, integradas en la gran red del mercado.
Para mantener el trajín, no basta la innovación permanente, procurada por la tecnología, ni el espectáculo cotidiano, se trata de alimentar el negocio reticular, en la carrera por la dominación mercantil del individuo. Los gestores del mercado están obligados a ser imaginativos. porque de ello depende su existencia, ya que la dinámica actual así lo requiere. Si la cuestión individual se planteaba en términos de cuantitativos —en la que interesaba el hombre en términos de masa—, cumplido su papel, al elevar su condición mercantil a consumidor y seguidamente a consumista, pretendía asegurar totalmente su fidelidad, y para ello había que crear instrumentos para hacerle todavía más dependiente del mercado, atendiendo a dar relevancia al individuo. Se trata de crear necesidades artificiales y adelantarse a sus demandas hábilmente conducidas; en definitiva, educar en el mercado. De eso se han venido ocupando las redes llamadas sociales, entendidas como comunidades digitales. Tales herramientas de difusión responden a estrategias de mercadotecnia dirigidas a imponer una nueva forma de vender, ya sean personas o productos empresariales, cuya finalidad última es uniformar desde la pluralidad y la libertad aparente, conforme a la doctrina dominante, atendiendo fundamentalmente al negocio del educador.
Dentro de la gran red del mercado, el consumidor es una pieza que hay que alimentar, ya no tanto como número en la masa como atendiendo a sus peculiaridades, hay que darle libertad aparente, para que esa libertad camine al aire de la coincidencia de intereses, para encontrar respaldo a las creencias personales en el reducto social. Así surgen grupos o comunidades donde se establecen lazos permanentes basados en la comunicación entre los miembros para recrearse en las coincidencias, donde la comunicación fluida e inmediata pasa a ser una exigencia de este nuevo individuo de naturaleza grupal.
Cualquier consumista, cuya vida gira en torno al mercado, fuera de él se siente desamparado, casi aislado e incomprendido, necesita conectar con otros consumistas para integrar en el nuevo modelo social. Asimismo, busca elementos de semejanza para alimentar su condición de persona, y de ahí la necesidad de vincularse a un conjunto de personas con afinidades coincidentes, pero ahora asistida por una comunicación ágil que permita un mejor entendimiento. La red social satisface tales pretensiones, otorga amparo de aspecto personalizado y exclusivo que no concede la red del mercado, con lo que va un paso más allá. Si el mercado habla de obtener bienestar a través del consumismo de la mercancía del objeto o de los servicios, la nueva red propone el bienestar sobre la base exclusiva de la mercancía de la comunicación, la información y la relación con los afines. En ella es posible encontrar algo más que el objeto, aliviando la psique, intercambiar información, conocimiento, confidencias, impresiones, deseos y publicitarse, para sentirse socialmente integrado, comprendido, correspondido y libre. La mayor parte de tales ventajas no son realidades, sino creencias en línea con el espectáculo mediático.
Pero esa libertad de grupo no es espontanea, tampoco estrictamente social, sino que se despliega dentro del espacio de un negocio empresarial dedicado a explotar necesidades personales de grupo, surgidas al amparo del desarrollo del mercado. Puro marketing de la empresa que dirige la red y obtiene los principales beneficios del negocio, del que creen aprovecharse personas y otros empresarios. Es esto lo que compete al proveedor del correspondiente servicio reticular, hacer negocio con esa necesidad de comunicación e información y necesidad de hacerse ver que afecta al consumista. Simultáneamente, el usuario se entrega y se hace dependiente de la red de naturaleza empresarial, más que para alimentar su personalidad, para ilustrarse sobre la diversidad de la mercancía. En el proceso, a cambio vender su privacidad e incluso su intimidad, gana en ilustración para el mercado, pero el beneficio real lo sigue obteniendo la empresa que gestiona el sitio de internet. El negocio de la red se incrementa a medida que crecen los usuarios, se perfecciona en las estrategias de captación y, al igual que otro mercado, dentro del mercado, crea dependencia, no es posible escapar de ella. Por tanto, el individuo está sujeto a la red, se identifica con ella, y no concibe su existencia fuera de su espacio virtual, al punto de que pasa a ser hombre-red.
En la práctica, resulta que este nuevo personaje consumista es objeto de un proceso de manipulación mental que va mas allá de la publicidad conductora del mercado. En este caso el hombre-red, puesto que no puede salir del entramado, que ha pasado a ser una necesidad vital —realmente una adicción—, resulta que no solo se comunica con personas reales, sino con máquinas que son las encargadas de completar el proceso de conducción hacia el destino que interesa al que a la sazón dirige el espectáculo. Paralelamente, los datos que aporta en el despliegue de sus relaciones reticulares sirven a los algoritmos desarrollados por las máquinas para crear el correspondiente mercado, al objeto de ser tratadas y marcar la dirección mental de los usuarios, conforme convenga a otros intereses de naturaleza plural, que van desde la economía a la política, pasando por la propia sociedad.
Actualmente, la individualidad se ha entregado, en buena parte sin condiciones, a esta otra red diversa, general o de temática especializada, con la pretensión de mantenerse en el juego de la información, la comunicación y la relación, para integrarse así en la sociedad de mercado. Lo que ha logrado es acoplarse al nuevo modelo de sociedad, gobernada por diversas redes que vienen a confluir en los intereses del mercado, tanto en sentido económico como político, y que en un plano general ven al hombre como masa unida a la red. De esta forma el individuo, inmerso en el trajín de las redes, ha perdido el valor de independencia de criterio y se ha entregado al dictado de las modas, de los influenciadores y de las máquinas que se utilizan en el negocio, pasando a ser un objeto manipulable, pero que cree ser libre y autónomo, al sentirse integrado en el grupo y protegido en la red. En realidad, en cuanto hombre, funciona conducido por los distintos manipuladores comerciales que por allí pululan, vive, siente y se mueve a su dictado —generalmente sin tomar conciencia del proceso—, resultado que ya no es él, sino cierto número en la red; de ahí, el hombre-red. Un personaje que cree ser libre, con derechos, con conocimiento, pero solo para moverse en la sociedad de mercado manejado a través de las maquinas, debidamente programadas por grandes empresas, que siguen las consignas de la superlite del poder.