Dejémonos de cortesías, de lo políticamente correcto y de eufemismos. La sociedad humana y el planeta están a punto de estallar… Dejemos a un lado las tres cosas y reconozcamos que si hay una cosa clara en todo esto es, que seres humanos planearon primero y luego decidieron no dejar al azar el curso natural de la sociedad humana afectada por una cada vez más insoportable demografía y un cambio climático aniquilador que, tal como discurre todo, quién sabe si no viene agravado por ellos. En todo caso, sean quienes fueren los autores (llegado a este punto las cosases indiferente pues nunca se encontrarán pruebas concluyentes y tampoco se constituirá un tribunal tipo Nuremberg para exigirles que rindan cuentas en términos de lo que se entiende por justicia penal), todo parece indicar que la abominación ya no tiene marcha atrás.
El caso es que una organización criminal repartida por el mundo ha conseguido en marzo de 2019 la complicidad de epidemiólogos aburridos y de gobiernos compuestos de niñatos; epidemiólogos que ven el mundo y a la sociedad solo a través de un microscopio, y niñatos de la ignorancia propia de quienes viven ciegos por las ansias de poder y enredados en la erótica del poder. Ambos colectivos, epidemiólogos y gobernantes, por esas limitaciones del entendimiento son incapaces de pensar con frialdad en situaciones extremas, como pueden ser una guerra o la colosal impostura que atravesamos y que envuelve a una pandemia,supuesta o real, y a ramificaciones concretadas en vacunas reales o supuestas, más bien lo último, y no han opuesto resistencia alguna a dejarse abducir por esa organización criminal en la sombra: han obedecido y visto ventajas, y punto.
La dudosa catadura de esos niñatos no cobra importancia en el desempeño de la política y de la epidemiología en situación de "normalidad" en los asuntos habituales propios de la política habitual. Y no la tiene, o es secundaria, porque en realidad la mayor parte de quienes pertenecen a la clase política se parecen demasiado entre sí como para distinguirlos hasta que llega el momento de la prueba que es gobernar. Es entonces cuando descubrimos que vienen a ser una misma cosa. Puede que la mayor o menor tendencia a la rapiña propia, sobre todo de las naciones en que, como España, se encuentran en la fase anal de la democracia burguesa, marque las diferencias entre unos y otros bandos. Pero su misma calaña se hace ostensible cuando pasan de ser aspirantes a gobernar, a gobernar efectivamente. Eso lo presenciamos legislatura tras legislatura, década tras década. Todos prometen e incumplen y mienten porque saben bien que los los poderes fácticos son una barrera infranqueable. Pero nunca renuncian. Prefieren la farsa y la mayoría no sabría qué hacer fuera de de la arena. Y ahí permanecen los gastos suntuarios, el despilfarro, el desprecio de la pobreza y, tarde o temprano el saqueo de las arcas públicas. Todo eso son las señas de identidad de los políticos. Razones por las que el filósofo Epicuro aconsejaba a sus discípulos de la Academia: ¡lejos de la política! Es proverbial, aunque no tiene consecuencias, que, en los asuntos de la política ordinaria, el modo de ver y de hacer las cosas los políticos choca con la percepción de la inmensa mayoría de la población y con su condición natural. Pero todo sigue igual.
Por otra parte, en buena medida porla ceguera citada provocada por la ambición desmedida de poder, y también por su inmadurez (no hay ancianos en las instituciones) ambos especímenes, políticos y epidemiólogos, son ajenos a la verdadera naturaleza de las cosas, a los secretos de la vida y a las profundas motivaciones que anidan en la psique de los mayores, sea cual fuere su nivel de formación. De modo que si no hubiera sido por la deliberada intención de que el pánico se apoderase de la población cuando los gobiernos y sus cooperadores necesarios, los medios de comunicación, el periodismo, pusieron en marcha un escandaloso e irracional estado de alarma que no se compadecía con los efectos colaterales que habrían de causar, la población anciana hubiese permanecido casi impertérrita. El apego a la vida, el interés por la vida van disminuyendo proporcionalmente a medida que se envejece. Por lo que llega un momento en que sabiendo positivamente que le queda poco tiempo de vida le es indiferente al anciano morir por una causa y por otra. Lo que desea por encima de todo es tranquilidad; esa tranquilidad que el poder político manejado por titiriteros le arrebató. El instinto de supervivencia está relacionado sólo con la reacción neurológica que vence a la pasividad en un momento puntual de peligro cierto de perder la vida. Pero lo único que desea el anciano es, mientras tiene movilidad, desenvolverse con libertad, y llegado el momento supremo no sufrir. En infinidad de casos late en su interior, primero un deseo vago y luego, poco a poco, un deseo firme de abandonar la vida. Y con mayor motivo cuando las condiciones naturales y los sufrimientos morales, entre los que se encuentra la soledad, acentúan considerablemente el desapego. Nada de esto tuvieron en cuenta los niñatos que propulsaron, no un estado de alarma sino un auténtico estado de pánico que reavivó el apego a la vida a millones de ancianos pero destrozándoles antes el ánimo, debilitando sus defensas inmunológicas naturales y desorientando de paso a toda la sociedad.
En resumen, desde hace mucho monstruos del mundo de los vivientes viene tramando un plan para manejar la demografía. Y hace poco pasaron a la acción. Esos políticos, esos epidemiólogos y esos criminales que financian el experimento a escala planetaria, son los niñatos que ignoran o quieren ignorar la condición y la naturaleza de los ancianos, para abusar de ellos y para desalojarles de las cuentas pasivas de los estados. Y como el resto de la población las ignora también, ni unos ni otros llegan a la comprensión, ni les interesa llegar, de los registros mentales y anímicos del anciano. De ahí la más absoluta confusión reinante. De ahí que aparenten unos y otros preocuparse por ellos, con pamplinas: la coartada perfecta para su trama criminal…