Los poderes públicos de las democracias occidentales pero especialmente de Estados Unidos y de España, con el paso del tiempo y diversas vicisitudes, han ido perdiendo la confianza que precisa el poder, se aloje donde se aloje, para ser eficaz. Si es que en España gozaron los poderes de alguna vez de confianza por parte de la población, son muchos los avatares en que los poderes han sido puestos a prueba…
Puesto a prueba el poder político en la gestión del naufragio del petrolero Prestige, o en la adhesión ciega en el feísimo asunto de las inexistentes armas de destrucción masiva que dieron lugar a la invasión de destrucción, está sí, masiva, de un país asiático por Estados Unidos, con el apoyo único del Estado español; o puestos a prueba, el poder político aliado con el poder médico y farmacéutico de los grandes Laboratorios, en el no menos feo asunto de la reciente y falsa pandemia, y después la coerción ejercida sobre la población para ser inoculada repetidas veces, "por razones de salud pública", de un suero. De un suero al que llamaron vacuna, siendo así que las vacunas se obtienen con el paso de muchos años y sus posibles efectos adversos ha de valorarlos el candidato a esa profilaxis o prevención sanitaria… Ahora, y desde hace mucho tiempo, el asunto de aviones numerosos que inundan los cielos dejando estelas que acaban confundidas con nubes, es de rabiosa actualidad. En primer lugar, porque se niega que las estelas correspondan a sustancias químicas, que es lo que viene afirmándose desde hace años por la oficiosidad, pero tampoco se da una explicación convincente a tan raro espectáculo. Y en segundo lugar, porque esta masiva observación coincide con una crisis climática cuyo resultado final apunta a una sequía planetaria irreversible…
Pues bien, en este asunto y en cuantos se prestan a ello, los medios de comunicación, sus dueños, y los periodistas contratados es habitual escudarse frívolamente en la comunidad científica, para justificar la toma de decisiones erróneas si no además ridículas, cuando si hay algo que merece respeto de la sociedad humana es la comunidad científica. Sin embargo, de ella, de su solvencia, de su sabiduría y de su papel en la sociedad se abusa constantemente, de la misma forma que, hasta la post modernidad y con ella el dominio de los medios y del periodismo, la clase clerical abusaba de la religión y de Dios...
Así, frente a los abundantes casos de fenómenos y acontecimientos inusuales o extraños, unido todo ello a esa desconfianza creciente en los poderes más o menos instituidos y en los medios de comunicación, por parte de la población, es usual establecer hipótesis o teorías lógicas por parte de la propia población acerca de lo que dicta el sentido común o de lo que ve con sus propios ojos en los que no encajan las explicaciones oficiales al fenómeno o al suceso. Hipótesis o teorías que son negadas inmediatamente por el poder que se considera concernido, generalmente representado en un ministerio, al amparo de lo supuestamente ha dicho, asimismo inmediatamente, una evanescente e imprecisa "comunidad científica". Y digo evanescente o imprecisa, primero, porque la comunidad científica no tiene una sede social ni está ubicada en un edificio concreto, ni existe como institución; y en segundo lugar, porque no emite dictámenes y mucho menos inmediatos o rápidos, sino que da cuenta de una materia concreta con sumo tacto, en forma de consenso científico, en revistas científicas o en ponencias de congresos científicos.
Los miembros de la misma comunidad no necesitan trabajar en conjunto. La comunicación entre los miembros de la misma comunidad es establecida por la diseminación de trabajos de investigación e hipótesis a través asimismo de artículos en revistas científicas o conferencias donde nuevas investigaciones son presentadas e ideas intercambiadas y debatidas...
De modo que la facilidad con la que los medios de comunicación e "interesados" de los que tiran estos, para refutar o destruir teorías o hipótesis que llaman bulos o falsedades vox populi, invocan la comunidad científica (siendo así que las falsas noticias son puestas en circulación como moneda corriente tanto por parte de los poderes del estado como por parte de los medios de comunicación), produce dos graves efectos. Uno es que los desmentidos dan más pábulo a la verosimilitud de lo que, para ciertos círculos más o menos oficiales, pasa por ser una teoría sin fundamento. El otro es que esa respuesta inmediata y a veces recurrente tratando de desmontar la lógica popular, contrasta llamativamente con la prudencia en la que los científicos aislados y la comunidad científica han ganado su solvencia y credibilidad. La comunidad científica, pues, es vilipendiada cuando se la pone de pantalla para explicar o justificar las proclamas de los poderes, sobre asuntos muy graves sospechosos pero de dominio público.