El comfort es una de las obsesiones de los gringos y uno de sus principales productos de exportación. Desde los tiempos de los Picapiedras soñaban con vivir como los Supersónicos, con casas llenas de botoncitos que hicieran todo por ellos. Un botoncito amarillo, pollo frito con puré y maíz; otro verde, ropa lavada y planchada; uno morado, robotina que barre, pasa el coleto y lava los baños.
En el camino a esa vida en la cual un dedo será un apéndice vital, se han ido simplificando muchas cosas, y en la medida que adoptamos ese estilo confortable de vida, vamos siendo cada vez más inútiles y dependientes.
En tiempos no muy remotos, para mandar una carta había que ir al correo y lamer una estampilla que sabía a estampilla. Para llamar por teléfono a tu mamá, había que llegar a casa y discar el número completo, por lo que, o tenías buena memoria o tenías una libreta escrita a puño y letra con todos todos un montón de datos ordenados en forma alfabética. El sofá tenía que estar cerca de la tele porque no había como cambiar de canal sin tener que levantarte, aunque algunos lograron un envidiable dominio del dedo gordo del pie, con el que no solo cambiaban de estación sino que subían y bajaban el volumen y alcanzaban la bolsa de papas fritas que estaba junto al televisor. Los carros, por increíble que parezca, no tenían portavasos así que el conductor y los pasajeros se veían en la obligación de sujetar entre las piernas, de manera precaria, sus bebidas durante todo el trayecto. Para comer había que cocinar.
Un día nos descubrimos desayunando apurados en un local de comida genérica y nuestros ojos brillan al notar que no hay que lavar los platos, que se tiran a la basura, que no salió tan caro y que además te dan la comida rapidísimo por lo que no llegas tarde a donde ibas. Al mediodía tienes que volver, es que comer es una de esas cosas que deberían ser optativas ya que quita tiempo y engorda. En estos comederos sintéticos por lo menos no pierdes tanto tiempo haciendo esas cosas tan naturales y primitivas que no te permiten ser un hombre moderno.
El comfort es síntesis.
En lugar de teta, tetero; en vez de sopita, compota; para cocinar, descongelas en el microondas, si sale un buen libro, esperas la película… y así con todo: el amor, unos buenos polvos, el matrimonio, mientras dure el amor; la verdad, lo que salga en la tele; la tele es la escuela, la guía, la agenda, la que te libera del fastidio de tener que pensar.
El comfort es liberación.
Nos volvemos perezosos, todo lo que quita tiempo estorba, el tiempo es oro y el oro compra cosas y si las compras haciendo clic ganas tiempo para obtener más oro para hacer más clic.
En medio de tanto apuro, vienen y nos dicen que vivimos en la era de la información y la gente se pregunta: ¿en qué tiempo se va uno a sentar a informarse si de casualidad tenemos tiempo para comer una hamburguesa con papas plásticas que gracias a glutamato de monosodio saben a comida y no a cartón?
Pues las empresas de información, al detectar la necesidad de síntesis que se impone y la conveniencia de que la gente les permita pensar por ellos, se transformaron en proveedores de noticias predigeridas.
La línea que separaba los hechos de las opiniones se borró, tímidamente al principio, hasta llegar al desparpajo de hoy. Y es que con ese no tener tiempo para pensar dejamos una puerta abierta, peligrosamente abierta, por donde se cuelan medias verdades que construyen grandes mentiras, ideas que no son nuestras y que atentan contra nosotros mismos, necesidades que no teníamos y que ahora nos son vitales.
Al mejor estilo del Conde Drácula, los medios privados nos vampirizan. Nos seducen, nos llaman inteligentes cuando saben tenemos las neuronas anestesiadas, nos hacen sentir distinguidos cuando, para ellos, somos gente del montón. Nos regalan titulares escandalosos que nada tienen que ver con el contenido de la noticia, nos auguran desastres que nunca llegan, nos atemorizan, nos convencen que solo con ellos podremos salvarnos y, para colmo, nos convierten en vampiritos propagadores de esa epidemia desinformadora.
Justo en la era de la información y de la comunicación es cuando estamos más desinformados e incomunicados. Y pensar que la información está frente a nuestras narices, que para poder acceder a ella, en muchos casos, lo único que tenemos que hacer es saber buscarla y apretar un botón.
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carolachavez.blogspot.com