La respuesta a esta pregunta determina nuestra posición entre el capitalismo y el socialismo. Mientras el capitalismo estimula la competencia y anima a sus practicantes a llevarse a quien sea por delante para prosperar, en el socialismo se llama a la solidaridad y la colaboración, a suplir mutuamente las escaseces, a ayudarnos unos a otros, como debieran aconsejar ciertos prelados católicos que desde hace mucho sirven a las riquezas y no a Dios.
La complementariedad con los demás países, es una práctica internacional de socialismo.
Es sabido que en Venezuela no hay un sistema socialista. Alguien decía que los revolucionarios estamos en el seno del capitalismo como Jonás en el vientre de la ballena y algo de eso está pasando. Los embriones de socialismo, débiles y necesitados de protección por la madre Revolución, apenas palpitan en el seno de algunos consejos comunales, cuando no están influidos por el enemigo ideológico, en las luchas de los campesinos que rescatan, desalambran y reparten las tierras, en la sangre de los estudiantes que buscan inventar una nueva estructura social, en aquellos que promueven los consejos obreros frente a la arcaica y reaccionaria organización del sindicato tradicional, está en la práctica de los que promueven el protagonismo colectivo para la creación del poder popular y, sobre todo, está en las empresas socialistas.
Pero frente a nosotros, omnipresente, dominante y terrible, está el capitalismo, intacto.
En la práctica de ensayo, error y corrección que caracteriza un verdadero proceso revolucionario que no sigue recetas sino que se dedica a crear, después de las empresas de producción social han comenzado a surgir las empresas socialistas, que se diferencian de las cooperativas en que éstas son propiedad de un grupo que reproduce las prácticas capitalistas en todos sus aspectos, en tanto las empresas socialistas, apenas emergiendo ahora, deberán ser el germen de unas relaciones de producción sin patronos, sin explotadores y explotados, en las cuales participa el Estado, en armonía con el protagonismo de los obreros.
En una empresa socialista se produce para satisfacer necesidades colectivas, y el Estado tiene que participar para distribuir los beneficios a toda la sociedad. Sería un error que los trabajadores, que están siendo liberados de la explotación en esta nueva organización económica, se volvieran contra el Estado, que en este caso no es un explotador sino un socio solidario.
Lo que define la explotación capitalista es la producción de plusvalía que un particular se apropia para él solo, en tanto los obreros apenas ganan para vivir mal, o para sobrevivir. En cambio, cuando en una empresa socialista se producen beneficios, el Estado tiene la labor de distribuir esos beneficios entre toda la sociedad, y por lo tanto no existe la plusvalía, nadie se roba nada. Entonces, el sindicato pierde razón de ser, y el Consejo de Trabajadores se convierte en un órgano para ejercer el poder popular.
Pero, como estamos en el vientre del capitalismo global, con todas sus influencias, se corre el riesgo de que muchos administradores de las empresas socialistas, ya sean funcionarios del gobierno o trabajadores de la producción, influidos por la ideología capitalista, se desvíen del fin principal, que es social, por medio de trampas y maniobras se apropien los beneficios que produzca una empresa que no es de ellos, y pretendan actuar como patronos explotadores en una relación de supremacía frente a los obreros en vez de respetarlos.
Es entonces, cuando los trabajadores organizados deben actuar como contraloría social para frenar ese robo, desenmascarar y expulsar a las personas que estén actuando de mala fe. Si ese control popular no actúa correctamente, las empresas socialistas lo serán sólo de nombre, y terminarán produciendo una nueva burguesía con todas las características reaccionarias y decadentes de esa clase social.
La consigna Patria, Socialismo o Muerte, tiene un contenido que debemos interpretar en las acciones diarias, no sólo en una eventual confrontación contra los enemigos externos. Es necesario atacar al capitalismo nuestro de cada día, el que se nos mete en la conciencia y nos lleva al consumismo, a competir y no a ser solidarios, a utilizar el chisme, la zancadilla, la división entre el pueblo, como un reflejo de las enseñanzas de la superestructura ideológica del capitalismo neoliberal en que todavía estamos, que debemos derrotar para abrir una grieta a la fortaleza del sistema de opresión que tiene acogotado al mundo entero.
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