Los poderes de la Ompi

Cómo funciona el adoctrinamiento global

Las Naciones Unidas fueron una buena idea de las potencias capitalistas, cuando los pueblos del mundo acababan de vencer el fascismo nazi. Preponderantes en el mundo, a pesar del avance del socialismo en Asia y Europa Oriental, las potencias occidentales utilizaron esa tribuna global para fortalecer y apuntalar sus estructuras dominantes, las cuales vendían a todo el mundo como si fuera lo bueno, lo correcto, lo deseable para la paz. Veían los dominadores un gran peligro en el avance de los pueblos, dispuestos a “tomar el cielo por asalto” y hacer de la tierra un lugar digno, donde vivir en paz y sin pobreza. Sabían que, para que existan ricos como ellos, tienen que existir pobres. Como el chiste de Quino: ¿Cómo iban a amasar una gran fortuna sin hacer harina a los demás?

Fueron los tiempos de la guerra fría, del anticomunismo visceral, del oscurecimiento de las conciencias por la campaña de mentiras y temores más grande que había existido hasta entonces.

En ese tiempo y en esas circunstancias fueron creados los organismos multilaterales y los convenios internacionales, declarativos cuando se trataba de los derechos de los pueblos, y vinculantes cuando se trataba de los derechos de los capitalistas. En el caso del Consejo de Seguridad de la ONU, las potencias se dejaron de suavidades: Garantizaron sólo para ellas el acceso a la defensa global, y el derecho a veto con el cual, hasta hoy, desconocen los derechos de la Asamblea de las Naciones.

En el mundo de la llamada propiedad intelectual, la OMPI ha sido, desde su creación, el mecanismo legal especializado que facilita a las grandes corporaciones del Norte, la explotación de la inteligencia de todo el mundo. El instrumento legal son los Convenios Internacionales vinculantes, astutamente redactados, y firmados por Estados que eran representados por funcionarios que ¡Fueron adoctrinados por la misma OMPI!

Allí fueron a parar los más implacables abogados de los peores bufetes. Con el tiempo se fue formando una costra estructural que, en la medida que las corporaciones del Norte fueron amontonando riquezas y poder, fueron a su vez adquiriendo poder y entretejiendo redes de influencias, sobornos y engaños en todo el planeta, destinados a garantizar que nada se piense, ni sea creado, ni sea imaginado, que no pase a formar parte de los “activos intangibles” de las Corporaciones del Norte.

Nacía y se consolidaba el mundo de la propiedad intelectual burguesa.

Los gobiernos del tercer mundo fueron cayendo rápidamente en esas telarañas y los cerebros de sus funcionarios de propiedad intelectual fueron devorados por la ideología burguesa, que luego evolucionó en neoliberal, y de esa manera el poder de la dominación intelectual del Norte se hizo ubicuo y casi indestructible.

Así llegamos a fines del siglo veinte, con acuerdos internacionales como los ADPIC que son al mundo lo que quisieron los gringos que fuera el ALCA en América: Un acta de rendición de todos los países, ante una legislación ajena y unos intereses ajenos.

Comienza el siglo veintiuno y con él se inicia el ascenso de las luchas de los pueblos, comienzan las primeras victorias populares y la correlación de fuerzas comienza a moverse, lenta pero inexorablemente, hacia la izquierda. Se crean las condiciones para, no sólo agrietar el poder global del imperio unipolar y sus satélites, sino para derribarlo todo, si se sabe qué hacer y cómo hacerlo.

Una vez que los pueblos levantan la cabeza, comienza a difundirse una nueva ideología, según lo cual es necesario levantar muchos polos de fuerza en el mundo, compuestos por los países pequeños y empobrecidos de todos los continentes, para hacer contrapeso al poder colonial, y voltear la tortilla: Que haya independencia y no coloniaje, soberanía y no dominación, prosperidad y no pobreza producida por el colonialismo de todos los tipos. Los pueblos quieren salir de abajo y se apresuran a avanzar en esa dirección.

Este es el momento adecuado para que se tomen en cuenta los derechos humanos de los pueblos, no con simples declaraciones, sino con acuerdos vinculantes, para que el respeto a la creatividad de cada nación sea ley, para que los conocimientos tradicionales no sean puestos en el mercado como mercancías para que sean explotados por las corporaciones transnacionales que, habiéndole quitado a los pueblos la limosna, corren a arrebatarles también el santo.

Es el momento para que una doctrina de derechos culturales basada en lo social y al servicio de los pueblos, en la libertad y no en la restricción, en la solidaridad y no en el mercantilismo, avance con la misma fuerza que están avanzando los pueblos a derribar viejas estructuras sociales, crear constituciones, hacer la revolución.

Para que este movimiento avance, es necesario que los funcionarios de “propiedad intelectual” de los países progresistas y revolucionarios piensen por su patria y no por sus viejos colonizadores. Es indispensable que se desarmen las viejas verdades de papel que fueron urdidas por el aparato ideológico del neoliberalismo, doctrina en la cual “protección” no es protección sino entrega, “derechos de autor” son en realidad derechos de las corporaciones del Norte y la única investigación que se fortalece con los sistemas burgueses de patentes, es la que conduce a esas empresas a monopolizar cada vez más los mercados y someter más a los pueblos a la más descarada y desalmada explotación.


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Andrea Coa


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