La humanidad -de acuerdo a su historia conocida- ha venido evolucionando a ratos e involucionando en otros momentos, aprendiendo a porrazos a convivir y sobrevivir bajo las adversidades, pero siempre en sociedad. Ha comprendido que para que su cuerpo esté sano, necesita alimentarse, precisa el agua para beber y para la higiene. Necesita aparearse para perpetuar la especie, y debe tener un lugar seguro donde guarecerse.
El tipo de sociedad puede determinarse observando de qué manera la gente soluciona esos problemas existenciales, y así también podemos saber si la sociedad está en ascenso o en decadencia. Cuando una sociedad está en ascenso, la calidad de vida de la mayoría la gente mejora, aún cuando se trate de una sociedad de clases. Así, la sociedad feudal le añadio un trocito más a las cadenas de la esclavitud, permitió que los siervos respiraran para que le produjeran más al señor feudal, y liberó al explotador de tener que darles de comer, azotarlos para que trabajen, enterrarlos cuando se morían. Ese problema comenzó a ser del propio siervo.
Los pobres comenzaron a arreglárselas.
El advenimiento de la burguesía al poder alargó aún más la cadena y creó la ilusión de que los trabajadores podían elegir con quién trabajar o no trabajar, que podían elegir el lugar de su residencia y tener una familia básica, que era su responsabilidad, y de ninguna manera del patrón explotador. La fuerza de trabajo se convirtió en mercancía y vino la competencia por los puestos de trabajo porque, quien es pobre y no se alquila, no puede vivir. Dentro de esa competencia, teniendo siempre las de perder, el pueblo tuvo que acostumbrarse a aceptar las condiciones que puso el patrono, hasta que vinieron las democracias burguesas, los sindicalistas, y se comenzaron a negociar contratos colectivos. Así, se logró reducir la jornada de trabajo a ocho horas, y se hicieron las negociaciones de salarios, lo cual, en medio de la ideología egoísta y corruptora del capitalismo, dio origen a los sindicaleros vendidos.
Luego vino el imperialismo, que globalizó el capitalismo, y finalmente el neoliberalismo, la fase terminal del capitalismo, en medio del cual estamos pugnando por construir el socialismo.
Cuando el imperialismo alcanzó el cenit de su poder, los organismos multilaterales se convirtieron en una especie de administradores de los estatutos coloniales, que se elaboraban en el centro y firmaban los gobernantes lacayos, obligándose así los países a ser dominados por los países del Norte, sedes de las casas matrices de las grandes corporaciones capitalistas.
Cuando cayó la Unión Soviética, víctima de las múltiples contradicciones internas y externas que tuvo que enfrentar, se fortaleció el sistema mundial de propiedad intelectual, que había nacido con el convenio de Berna sobre Derechos de Autor. Proliferaron los convenios y los estatutos, y quedó amarrados para beneficio del imperio todo lo que se produce, lo que se ve, lo que se piensa, lo que se imagina, convertidos ya en “activos intangibles” propiedad de las corporaciones, mientras los que producen esos “activos”, engañados con una retórica estupidizante, quedaron reducidos a explotados sin salarios, dependiendo de los “derechos de autor”, en tanto que los dueños del valle deciden cuánto les pagan, si les pagan, cuando les pagan.
Se atornilló la esclavitud de la inteligencia.
Desde que la humanidad comenzó a padecer la explotación, la propiedad de los bienes de producción (y de consumo) estuvo en manos de la clase dominante, capaz de matar y de muchas cosas peores por conservar el poder; y la gran mayoría de la población, privada de bienes de producción, se vio condenada a ser explotada para sobrevivir. Con el desarrollo del capitalismo evolucionaron los medios para sacarle la sangre a los pueblos. Uno de esos yugos, el más duro, es la propiedad intelectual. El Derecho de autor es como la salchicha que los gringos colocan en una cuerda delante del perro para que corra tras ella, arrastrando el carro, sin saber que no va a alcanzarla, porque todo está preparado para que así sea. Tal vez, sólo tal vez, al llegar a su destino tenga un pedazo, si es que le dan.
En cada una de las etapas del sistema de explotación se fue alargando más la cadena, para que la gente trabajadora pudiera cuidar más de sí misma y producirle más al patrón, y podría decirse que la calidad de vida mejoró, al punto, que en la actualidad, sobre todo en Venezuela, hasta los pobres tienen acceso a bienes de consumo suntuarios como televisor, teléfono celular, ipod y otras mercancías, que se producen masivamente en los centros industriales pertenecientes a las empresas transnacionales.
Pero al contrario que en siglos pasados, a pesar del oropel de los escaparates de los centros comerciales, de la lacrimosidad de las telenovelas, de los perfumes caros, de los coloretes conque se supone que debemos parecernos a las mujeres del país dominante, y disimular los pómulos salientes que heredamos de los ancestros porque “son un defecto”, a pesar de las chequeras, de los números de la bolsa, de los carros y la gasolina, a pesar de todo, la calidad de vida de la humanidad cada día declina más.
La comida es artificial, las verduras están saturadas de venenos, la prensa, la radio y la televisión dicen mentiras, y en el cine se condiciona las mentes humanas para que piensen de acuerdo a la conveniencia de los explotadores. Hasta el aire que se respira es una mezcla heterogénea de tóxicos; las aguas, el aire, todo está contaminado. Y se te dice que debes ahorrar para, cuando te enfermes por tanta porquería que comes, bebes y respiras, puedas pagarles a las clínicas -mercados de los traficantes del dolor- para que te atiendan, te curen o no te curen.
En medio de ese apocalipsis, el pensamiento ya no es propio, el temor a que se roben una idea -nada más tonto- es difundido para mantener la normativa que, precisamente, nos quita toda la tecnología y la cultura. Hasta el alma de los pueblos ancestrales pretende ser arrebatada por medio de normas “sui géneris” de propiedad intelectual.
Hoy, en pleno hervor de la gusanera que produce la descomposición de la sociedad capitalista, es indispensable para la supervivencia de la humanidad que se derribe y entierre de una vez ese zombie social que no hace más que distribuir su corrupción por todas partes.
Debemos dejarnos de una vez de parches tibios y perfumados, de ilusionarnos con que el capitalismo, en su fase terminal, tiene algún huequito por donde podemos salirnos o siquiera respirar. Todo es de ellos, el paciente no tiene remedio y es necesario acabar con él. Y sobre sus cenizas, construir la nueva sociedad, prístina bajo la luz del sol, para que la humanidad, para que el planeta entero, se salve.
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