De acuerdo con las intenciones expresas de los magnates, y las acciones que se desarrollan impune y ampliamente en los momentos actuales en muchos países, existe una campaña masiva para lograr que la mayor cantidad de países posible, profundicen la “protección” de los derechos de las corporaciones sobre los elementos culturales que cayeron en sus garras, y sobre las patentes, que restringen el avance de la ciencia y monopolizan, en manos de las empresas transnacionales y en nombre de los inventores, la producción de bienes fundamentales para el Ser humano.
Mientras más indispensable es un bien, más se esmeran estos corporativos en quedarse con “los derechos”, porque la necesidad hará que las víctimas paguen lo que les exijan para adquirirlas. De allí que las empresas farmacéuticas sin patria manipulen a la OMS, fabriquen pandemias y utilicen numerosas artimañas inconfesables para quedarse con esos derechos, que les entregan el monopolio de “el mercado”, es decir, la cantidad de personas necesitadas que, al comprar los productos con el precio que les dé la gana a las corporaciones, son extorsionadas con la autorización firmada por los Estados, que eufemísticamente se llama patente.
La gente necesita del esparcimiento y la humanidad está produciendo cultura en cada acto que realiza. El mundo perfecto para las corporaciones es aquél en el cual cada obra de arte, cada ingenioso chiste, cada sonrisa, cada suspiro, produzca el tintineo de las cajas registradoras en beneficio de sus ya excesivas riquezas. Y en el cual cada enfermo tenga que entregar un ojo para comprar una medicina que tal vez (sólo tal vez) le alargue la vida unos días más, mientras le quede, a él y a su familia, un centavo guardado en el banco, bajo la almohada o en el cochinito de plástico.
En ese mundo “feliz” para el neoliberalismo absoluto, nadie tendría derecho a leer, escribir, suspirar, respirar o hacer el amor, sin pagar los derechos de “autor” o de patente, que para eso se hizo la propiedad intelectual: Para sacarle dinero a la mayor cantidad posible de personas, sin dar nada a cambio. El uso de las obras “protegidas” por derechos de autor, es un permanente alquiler, sólo para quien paga, y se consideran delito acciones solidarias y amistosas como compartir, prestar y mostrar a sus amigos algo que nos parezca bonito o interesante.
En ese mundo “ideal” de los magnates, todo pirata, hacker, inventor, creativo que se atreva a crear algo, a ver, a compartir y a desarrollar la cultura, la ciencia y la tecnología sin pagarles a ellos, sería castigado “con todo el peso de las leyes” que crearon los bufetes al servicio de esos mismos magnates. En ese mundo delirante, genios bondadosos como Richard Stallman serían pasados a la silla eléctrica o la cámara de gas, para que todos los demás cogieran escarmiento y nunca más ayudaran, compartieran, o crearan. Ese mundo, feliz para los oligarcas, sería un infierno para la humanidad, y ya vamos en camino.
Venezuela ha dado pequeños pasos en dirección a permitir que la gente tenga toda clase de derechos que en la opresiva cuarta república nos fueron negados, y cada día, al lado de las numerosas críticas, unas fundadas y otras infundadas, existen pequeños actos cotidianos que demuestran los avances en beneficio de la sociedad: Más bancos del Estado que ofrecen condiciones favorables al pueblo, operativos de Mercal en tanto se organiza un verdadero comercio socialista, masivas construcciones de vivienda, obras de infraestructura como jamás soñó Pérez Jiménez hacer en toda su obesa vida, cero analfabetismo... Y muchos etcéteras.
Pero el hijo deforme que se mantiene confinado en el cuarto de los chécheres es la Ley Sobre el Derecho de Autor, hecha por un bufete al servicio de las empresas transnacionales, que aún sigue vigente, a once años de gobierno revolucionario, y que favorece exclusivamente a las empresas. Especie de tramoya que se utiliza para confundir a los autores y hacerles creer que pueden ganar dinero con eso, y los hace esperar indefinidamente el beneficio que nunca llegará, mientras son las empresas las que se llevan el premio gordo.
Hasta que a ese parapeto lo agarre una hipotética Misión Monstruo, lo transforme en una ley que esté de acuerdo con el espíritu de la Revolución Venezolana, y no sea ya vergonzoso ver cómo los autores tienen que pagar para registro de Derechos de Autor, cómo hay obras que no se pueden publicar por restricciones de las empresas, y otros hechos que parecen congelados en el tiempo. Nada que ver con la Revolución Bolivariana, que ha venido para quedarse y arrasar hasta con el último vestigio de explotación contra los seres humanos.
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