“Inventamos o erramos” es una consigna muy buena, cuando no se queda sólo en palabras. Y en el caso a que hacemos referencia hoy, inventar significa exactamente eso: Crear cosas nuevas, que resuelvan problemas o produzcan bienestar humano, y que se puedan hacer. Y es que nuestra patria necesita, si queremos de verdad verdad ser una potencia económica y social, romper la dependencia de la tecnología extranjera.
Es necesario superar la vieja idea de que la gente inteligente y creadora en Venezuela tiene que irse al extranjero para que le reconozcan su genio. También hay que romper la práctica de que las empresas transnacionales le saquen el guarapo al talento de la gente nuestra para aumentar sus riquezas, mientras nosotros debemos pagar para utilizar o para producir un invento que es de un o una compatriota, cuyo nombre es sustituido por una marca y el nombre de una empresa.
Pero el gobierno no tiene un equipo de adivinos para saber que usted tiene un invento buenísimo por ahí, mandar un mensajero a que toque la puerta de su casa y ofrecerse a producirlo. Es usted quien tiene que sacar su prototipo, pero ya, y ofrecérselo al Estado, a una institución que le corresponda, para que su invento sea producido en beneficio del país y de usted.
Eso tampoco será fácil. Tendrá que usar su genio para que le paren, pero eso le otorga diversión al asunto. No hay costumbre de que los venezolanos (y las venezolanas) sean inventores. Siempre se piensa que eso es para los individuos de tipo nórdico con los ojos azules y el cabello alborotado al estilo Einstein, sujetos que no se acuerdan ni de su nombre y están locos de pila.
Sin olvidar que el genio y la locura son hermanos gemelos (pero con la diferencia de que el loco se pierde en su mundo imaginario, en tanto que el genio lo utiliza para crear sorprendentes obras o inventos) y sin perder de vista que sólo la gente excéntrica puede crear; la Venezuela del socialismo deberá producir su inventor o inventora sui-géneris.
Y las instituciones también tienen que romper los viejos prejuicios, apoyar la inventiva venezolana, el genio popular (sin entender por “popular” la chapucería, lo cual es un prejuicio burgués), y solucionar los grandes problemas con productos autóctonos, con tecnología que rompa la dependencia del extranjero que tantas divisas se chupa, y que más bien puede ser una fuente de ingreso. Las venezolanas y los venezolanos tenemos la misma capacidad instalada cuando nacemos, que los japoneses, los alemanes, los chinos y los ciudadanos de otros países que son grandes productores de tecnología. Con lo que hay que romper es con el papel de “mercado” que a este respecto nos han asignado los imperios.
Un aparato desalinizador y potabilizador para el agua del mar, un instrumento para tomar la electricidad directamente de la atmósfera, un vehículo autopropulsor todo terreno que no use gasolina ni gas, un platillo volador, fórmulas medicinales autóctonas que salven vidas, modelos de utilidad: nuevos usos para productos existentes, que se puedan modificar para ampliar su utilidad; consumibles para computadoras, aparatos de comunicación, armas defensivas y protectoras para casos de agresión extranjera, implantes y prótesis para que los “discapacitados” puedan valerse por sí mismos, juguetes, artefactos domésticos, y muchísimos etcéteras.
Una lluvia de inventos, sería la antesala de un enorme salto en la prosperidad de todo el pueblo, y le dará cuerpo a esa inmensa capacidad creadora de las venezolanas y los venezolanos, que somos impredecibles, originales y capaces de tener pensamiento lateral; genio, pues.
Inventando, se produce soberanía sin disparar un tiro, y se saca prosperidad de abajo de las piedras. Tenemos todos los recursos naturales que puedan siquiera soñarse. El genio nuestro puede darle forma a todo eso, y proyectarnos al infinito.
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