Mucha gente cree todavía que con los llamados “derechos de autor”, un artista puede vivir. La verdad, por lo menos para la mayoría absoluta de las creadoras y los creadores, es que esa figura comercial no nos produce nada, y son pocos los que logran algo en Venezuela, filtrado por un intermediario que es la entidad de gestión colectiva, que decide cuánto y cuándo le paga, si es que le paga lo suyo.
Quienes tienen la “suerte” de que una corporación los explote, raro que nos toque en Venezuela, deben ceder por ley los “derechos” por medio de contratos de adhesión que ya vienen hechos por las corporaciones, reciben un adelanto y adiós luz que te apagaste. Después de la cesión, son las compañías las que se benefician de los tales derechos, los cuales constituyen un papel negociable con el que terminan quedándose las corporaciones, que después no los ceden sino que “licencian” (alquilan, en realidad) percibiendo beneficios en nombre de los autores.
La figura de los “derechos de autor” no ha sido concebida como una remuneración para los creadores por su trabajo, sino como un papel que se puede negociar, para poder despojarlos de ellos, y que queden entendiéndose.
Algunos autores se preguntan, entonces: “Si no se me reconocen mis derechos, ¿De qué voy a vivir?” La respuesta, para Venezuela, es que aquí nadie vive de los derechos de autor, y que la publicación de libros en nuestro país la realiza el gobierno (porque las corporaciones transnacionales prefieren que seamos compradores de libros producidos en otros países) y la remuneración no pasa de uno que otro concurso que, quien lo gane, tal vez pueda comprarse un ordenador o una impresora económica con el producto, no más. Pero que no lo gana todo el mundo. Es como una lotería, fuera de la cual queda la mayoría. No puede considerarse como una real remuneración.
Es necesario que se le quite el maquillaje, las caretas y los rellenos a la propiedad intelectual, porque bajo ese eufemismo no hay más que explotación a quienes crean, y el afianzamiento del poder de los explotadores. Hay una división del mundo entre autores (de los imperios) y compradores, del resto del mundo. Y los intermediarios que se lucran de eso, los verdaderos protagonistas de esa historia, son las corporaciones.
Remuneración significa el reconocimiento del trabajo realizado, la cantidad establecida que se recibe por el hecho de haber creado. La remuneración es irrenunciable e innegociable, y no tiene por qué significar la restricción del acceso de la gente a las obras, que es uno de los males del sistema de propiedad intelectual. Sacar la creación literaria, artística y científica del ámbito de la explotación capitalista traerá consigo una amplia difusión cultural, un amplio disfrute por parte de la gente, mayor libertad y progreso cultural y, al lado de todo eso, una remuneración justa para quienes producen o crean las obras literarias, artísticas y científicas, al margen de los intermediarios, que son las corporaciones, las cuales restringen el acceso de la mayoría a la cultura para lucrarse, hasta el extremo de convertir la solidaridad, el compartir, en un delito.
Una nueva doctrina de la propiedad intelectual debe reconocer a los creadores y las creadoras como trabajadores que merecen una remuneración, como todos los demás trabajadores. Y ese sistema de remuneraciones debe ser establecido al margen del sistema de derechos de autor vigente, que fue creado por los explotadores para su beneficio, y que en realidad no le da nada a quienes realmente hacen las cosas buenas y bellas que nos permiten dar vuelo a lo mejor de los seres humanos: Su Ser espiritual.
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