Aquella lejana noche en cualquier selva, cuando uno de los primeros seres humanos, quizá ante una terrible tormenta en aquel planeta casi despoblado por nuestra especie, nadie sabe o recuerda como, comenzó a frotar dos ramas secas y creó el fuego por primera vez, fue indudablemente un gran momento en la historia de nuestra especie. Igual lo fue aquella enfrenta en la que alguno de nosotros transformó el temor y el miedo a que otra especie lo depredara, en una pedrada certera que determinó el gran poder que nos acompaña desde entonces: la imaginación.
De allí a nuestros días aquel descubrimiento del fuego y el poder de usar instrumentos para nuestra protección y desarrollo nos ha llevado por la historia desentrañando las intimidades del átomo y la inmensidad del cosmos que habitamos. A sido el comienzo de la sapiencia, de nuestra hermosa y temible capacidad de descifrar los secretos de la vida y de utilizar la sabiduría para ir entendiendo y transformando tanto nuestro interior como el planeta sobre el que vivimos.
Aquella chispa que encendió la primera llama, no ha cesado de hacernos crecer y dominar al resto de las especies. De ella nació la capacidad de transformar, de inventar, de crear. Nacieron luego los adoquines o las palmas con las que se construyeron casa y ciudades, la fuerza indetenible con la que nos fuimos separando del resto de las especies y dominando las fuerzas y los elementos.
Cada día que me levanto rodeado de tanta tecnología, de tanta historia recogida, de todos mis libros en los que aprendo del pasado e intento predecir el futuro, veo que de igual forma, nacieron casi juntas la maravillosa condición creadora con la capacidad de imponer por la fuerza nuestros caprichos. Una vez creada la conciencia del conocimiento, nació la dominación del hombre por el hombre. El más fuerte dominó al más débil y creó armas para mantenerlo sometido. Pero eso ya pasaba en la selva y es quizá la terrible herencia de la que hoy debemos desprendernos. Las fieras más salvajes someten aun a las más débiles, las que más corren devoran a las más lentas y los peces más grandes se tragan a los más chicos, la llamamos la fuerza de la supervivencia.
Hoy debemos parar la marcha y mirar hacia este pasado tan hermoso y tan terrible. Si es digno y valioso el poder tener medicinas para curarnos, es terrible de igual forma la gran capacidad de autodestruirnos. Así como los poemas de Vallejo o Neruda, nos acompañan declaraciones de guerra y esta terrible situación de riesgo a la que hemos llevado a nuestro planeta, porque toda esta historia a sido un camino de explotación de unos sobre otros, de ricos y de pobres, de poderosos y de débiles.
Cada lectura a las visiones de Fidel Castro, me trae el recuerdo de las palabras hermosas de Simón Bolívar cuando hablaba con el dios del tiempo. Parece ser que la comprensión de nuestra propia historia no nos lleva a otra parte que no sea a darnos cuenta del peligro en que nos hemos convertido tanto para nosotros como para el ambiente que nos rodea y no permite otra prédica que la esperanza en que sepamos cambiar a tiempo el dramático final que podrá tener nuestra presencia sino cambiamos los valores hegemónicos que el valor irreal del poder y del dinero han logrado, tristemente, al final de tan largo camino e imponemos con fuerza los valores perdidos del socialismo: la hermandad y la solidaridad.
El todo debe ser más que la suma de las partes, la sinergía del conjunto de nuestra presencia, debe terminar creando una ola de amor invencible que nos una definitivamente a todas y todos en la marcha revolucionaria hacia el salto al futuro. Cierto que a veces parece un final insalvable, como nos dicen las palabras de Fidel, pero esa misma capacidad de amor y compromiso en él mismo, que lo levanta de su lecho y lo trae a hablarnos y alertarnos, es la señal exacta de que hay camino. El amor a la humanidad, como bien lo decía el Che, es el sentimiento más claro en cualquier revolucionario.
Tempestades y truenos, explosiones y guerras, terremotos inducidos, sequías, inundaciones, desequilibrios. Todo eso trae la cosecha de milenios del ser humano sobre este planeta herido, un olor a tragedia y dolor nos llena de llanto nuestras almas, y sin embargo, desde el fondo de todas y todos los que estamos vivos, de los que dejamos atrás las apetencias `personales, los que nos unimos a la lucha por salvar la vida, nace incansable la respiración que llenará de aire y de vida a nuestra propia vida, que nos levantará a todos detrás del comandante enorme Fidel Castro y que nos llevará a la lucha final por la victoria.
¡Venceremos!
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