El efecto de los bloques manipuladores de la conciencia –la llamada por Noam Chomsky, “fábrica de la conformidad”- puede ser tal, que las personas terminan actuando contra sus propios intereses vitales sin advertirlo. Hace apenas unos años al preguntarle a cualquier venezolano o venezolana que opinaba sobre el socialismo la respuesta habría sido de incomprensión, temor o rechazo. Hoy, el término y en general el concepto de socialismo no sólo no asusta a nadie, sino que ha ido colocándose en la preferencia del ciudadano a la hora de elegir entre socialismo o capitalismo. No ha sido fácil este cambio. La labor educativa incansable del Comandante Chávez es, sin la menor duda, la responsable primera de este cambio en la percepción del concepto. El otro factor coadyuvante ha sido –también sin duda- la experiencia. El pueblo ha ido descubriendo que el temido lobo no es tal; que el socialismo no significa que le quitan los hijos, le confiscan su automóvil o le ocupan una habitación de su apartamento. La experiencia ha ido curtiendo la piel del ciudadano. Ha ido identificando quienes en realidad le quitan la familia, el automóvil o el apartamento y no es precisamente el gobierno socialista. Ha ido descubriendo que muy por el contrario, el socialismo es el modo como encuentra para sí mismo la posibilidad real de participación, de igualdad y de justicia.
La burguesía, inmensamente hábil en el trajín de convertir los signos más hermosos y sagrados en símbolos del horror, enarbola ahora otro “fantasma” de última hora: derrotada con la “sayona” del socialismo desempolva el “silbón” del comunismo. El atropello a la razón es de tal magnitud que cuesta trabajo –aunque no sorprende- nuestra incapacidad manifiesta para presentar el verdadero rostro del ideal comunista. Sin duda es una tarea que debemos emprender con entusiasmo y eficacia. No podemos permitir, quienes sabemos, conocemos y luchamos por el ideal más alto de humanidad que pueda albergar el ser humano, que se desfigure tan groseramente el sueño del “retorno al Paraíso” incansablemente buscado por el ser humano desde la época de las cavernas.
Cuando decimos que el socialismo es la vía al comunismo, o como cuando el compañero Fidel recientemente igualó el concepto socialismo con comunismo, no tiene que producirnos incomodidad alguna, titubear o empezar a enarbolar lamentables excusas como si estuviéramos escondiendo algo malo, eso da pena. Hacerlo sólo indica que no tenemos la menor idea de lo que es “comunismo” y que se sigue estando bajo la tutela del prejuicio ampliamente sembrado por la propaganda capitalista. En definitiva una grave deficiencia de la cual es imprescindible salir por vía del conocimiento, único modo de llegar a la conciencia. No se ama lo que no se conoce y difícilmente se defiende lo que ignoramos.
El comunismo (derivación de común, comunidad o comunión) es una sociedad humana basada en la comunidad de los medios de producción y el reparto de los bienes producidos (según sus necesidades) entre los miembros de la comunidad. El comunismo implica la abolición de la división del trabajo, del dinero, del Estado (Ejército, policías, etc.) y el retorno al “Paraíso” perdido a manos de la ambición, el egoísmo, la avaricia y el poder de explotar al hermano. El comunismo es, por tanto, la etapa superior del socialismo, al que le corresponde transitar el largo camino hasta la desaparición de las clases sociales. Que nadie se deje sorprender por la clamorosa mentira de que lo que ocurrió en la URSS era comunismo. Aquel hermoso sueño devino –por causa del fracaso humano- en mero capitalismo de Estado y nada más.
Asquea –aunque no sorprende para nada- la hipócrita actitud que frente al “comunismo” asumen quienes se proclaman “embajadores” de Cristo. Los representantes de la Iglesia no yerran por ignorancia lo hacen por malicia. Saben que la primera comunidad que organizó su vida cotidiana conforme a las enseñanzas de Jesús (Hc 4, 32 ss) conformó una comunidad, primitiva e ingenua, pero perfectamente comunista. “Y no había pobre entre ellos… Nadie llamaba suyo a lo suyo porque todo era nuestro… Daban a cada quien según sus necesidades… Libremente todos daban según sus capacidades…”El comunismo es la superación del horror instalado en las relaciones humanas cuando se impuso el señorío de unos hombres sobre otros y la consecuente explotación del prójimo y del “léjimo” por unos pocos lobos del hombre.
El comunismo es la fase superior del socialismo, como el imperialismo lo es del capitalismo. En momentos en que ese imperialismo voraz e insaciable cierne su égida de muerte sobre todo y sobre todos, es bueno evocar las palabras de Engels que Rosa Luxemburgo recoge en su Folleto de Junius: «Federico Engels dijo una vez: “La sociedad capitalista se halla ante un dilema: avance al socialismo o regresión a la barbarie” ¿Qué significa “regresión a la barbarie” en la etapa actual de la civilización europea? Hemos leído y citado estas palabras con ligereza, sin poder concebir su terrible significado. En este momento basta mirar a nuestro alrededor para comprender qué significa la regresión a la barbarie en la sociedad capitalista. Esta guerra mundial es una regresión a la barbarie. El triunfo del imperialismo conduce a la destrucción de la cultura, esporádicamente si se trata de una guerra moderna, para siempre si el período de guerras mundiales que se acaba de iniciar puede seguir su maldito curso hasta sus últimas consecuencias. Así nos encontramos, hoy tal y como profetizó Engels hace una generación, ante la terrible opción: o triunfa el imperialismo y provoca la destrucción de toda la cultura y, como en la antigua Roma, la despoblación, desolación, degeneración, un inmenso cementerio; o triunfa el socialismo, es decir la lucha consciente del proletariado internacional contra el imperialismo, sus métodos, sus guerras. Tal es el dilema de la historia universal, su alternativa de hierro, su balanza temblando en el punto de equilibrio, aguardando la decisión del proletariado. De ella depende el futuro de la cultura y de la humanidad». Hoy tenemos que decir que el angustioso llamado de la Rosa de Luxemburgo ha sido superado con creces. El dilema es hoy: socialismo o muerte. Muerte de la humanidad, muerte de la madre tierra, muerte de todo cuanto somos y de cuanto nos rodea.
ALCEMOS NUESTRA VOZ CON FUERZA: ¡SOCIALISMO O MUERTE!
¡¡¡VENCEREMOS!!!
martinguedez@gmail.com