Sin sucedáneos ni ambigüedades
“Mas en cuanto a resolver
el gran problema del hombre en libertad, parece que el asunto ha sido
desconocido y que el despejo de esa misteriosa incógnita no ha de verificarse
sino en el Nuevo Mundo.”
Simón Bolívar 15 de agosto de
1805
En general el hombre es impulsado por pasiones. En el corazón del hombre anida la posibilidad del hombre social, amoroso y solidario, en tanto que es acosado por los móviles humanos más salvajes y primarios: el egoísmo, la codicia, la soberbia, la vanidad… En cada hombre hay en potencia un ángel y un demonio. El capitalismo ha sabido penetrar ese móvil instintivo y oscuro de cada individuo de modo que ningún otro sistema ha sido tan hábil en la ciencia de estimular la ambición y castrar la conciencia del deber social en el ser humano. Ningún otro sistema apela y exacerba tanto y tan bien el instinto egoísta del ser humano como lo hace el capitalismo.
Frente a este sistema, definitivamente constructor de los rasgos menos deseables de la naturaleza humana siempre ha existido la propuesta del hombre solidario, del hombre humano, del hombre superior, del hombre nuevo. Es este el vaso comunicante, el factor común que encontramos a lo largo de la historia desde mucho antes de Cristo, pasando por Bolívar, Marx, el Che y tantos otros. Ese es el combate que hoy se libra en la Venezuela revolucionaria y bolivariana, con una marcada ventaja para los factores que impulsan los valores del capitalismo, tanto en el statu quo como en la clase emergente formada por burócratas y reformistas: siempre son más reales y acuciosas las demandas materiales del tener que las de orden superior basadas en el ser. Las primeras sólo requieren relajar el espíritu, las otras exigen el estado de tensión espiritual, la lucha contra los instintos básicos, la interiorización y el compromiso.
El hombre viejo está ya construido magnifica y
brutalmente construido- sustentado por sus propias necesidades y la cultura
heredada, el hombre nuevo hay que construirlo, formarlo, sostenerlo y mantenerlo
en tensión. El hombre nuevo es el mismo hombre viejo convertido, cambiado, desde
afuera, por la cultura y la base material, y por sí mismo, desde lo más
profundo e interior de su existencia. Y así como el cuerpo desarrolla defensas
contra las enfermedades la mente humana desarrolla defensas contra unos cambios
que en principio desafían lo establecido y duelen. Esa resistencia es hoy un
enemigo formidable para la construcción del socialismo tanto fuera como dentro
de los cuadros revolucionarios donde la palabra socialismo produce urticaria (¡y
no se hable de comunismo!)
El capitalismo ha mostrado una astucia
superior a la de las fuerzas revolucionarias en el instinto para asociarse
cuando la dispersión y la excomunión ha sido el signo preponderante en las
fuerzas revolucionarias. El socialismo nace como una respuesta a la barbarie del
capitalismo, como una réplica a la desigualdad, a la explotación del hombre por
el hombre, a la alienación de la persona por el trabajo o al excedente de mano
de obra. Para revertir estos efectos el socialismo propuso un individuo social
que sería la piedra fundamental de la producción, del bien vivir, de la igualdad
y de la justicia. El experimento en la URSS resultó incapaz de motivar a la
mayoría para trabajar por objetivos sociales y valores superiores. El
experimento socialista en la URSS fracasó porque en la práctica no pudo crear
ese hombre nuevo de algún modo constreñida por las graves asechanzas del
capitalismo mundial.
Entre los años 20 y 30 del siglo pasado, en la URSS,
la motivación fue la construcción del socialismo. La década siguiente la
motivación estuvo centrada en el combate a Hitler. Caro pagó el pueblo soviético
con una cuota de 20 millones de criaturas muertas y sus estructuras arruinadas.
En los años de la post guerra la motivación estuvo colocada en la reconstrucción
del país y la producción. De hecho en esos años la URSS llegó a superar los
índices de crecimiento de los EEUU, pero, a partir de ese momento la
desmotivación se hizo notoria. El hombre nuevo no aparecía por ningún lado, se
perdía la batalla fundamental y sólo había que esperar lo que pasó, se derrumbó
el sistema. No hay socialismo sin el hombre nuevo, sin el hombre superior, ni
hay hombre nuevo sin socialismo. He ahí el dilema. Ese es el gran dilema que
hemos de resolver en la alborada del siglo XXI los revolucionarios venezolanos
en particular y los del mundo entero en general.
¿Podremos alcanzar el
socialismo sobre la preservación de ciertos valores del capitalismo?, ¿lo que
los europeos llaman la tercera variante o estado del bienestar social no
conserva el veneno de la supervivencia del más apto? Muchos estiman que el
fracaso de la URSS estuvo fundamentalmente en la creación de un monstruoso
capitalismo de estado con la consecuente generación de una clase burocrática
emergente acaso de peor ralea que la capitalista. Como respuesta a lo anterior
se habla de otra trampa, la de la democratización de la propiedad. Una suerte de
distribución generalizada del derecho a la propiedad de los medios de
producción. No otra cosa son los experimentos en algunas de las empresas
expropiadas y colocadas en manos de unos trabajadores con participación
accionaria y control de las políticas de las empresas (Cogestión, Gestión
Obrera, Cooperativismo, etc., etc) Al poco rato hemos visto cómo algunos de
estos trabajadores olvidan la conciencia de clase proletaria y reclaman
dividendos como lo haría cualquier empresario capitalista, bajo los mismo
principios de insolidaridad y egoísmo.
El problema, sin querer asumir que
una u otra vía es la acertada, nos devuelve de nuevo al principio. El
capitalismo necesita de una ideología donde la codicia y el individualismo sea
una virtud. Bajo la ideología capitalista el consumo es esencial para la
felicidad del individuo. ¿Podrá construirse un socialismo con vocación de
permanencia bajo estos mismos principios por más que estén generalizados?, ¿que
formas de propiedad deben acompañar el recorrido de este hombre social de forma
que no lo enferme de egoísmo?
Una sociedad progresa cuando creencias y
tecnologías son congruentes. En este tiempo de producción basada en el
conocimiento las creencias capitalistas son incongruentes y por eso está en
crisis. Para construir el socialismo necesitamos de una visión congruente y
mejor. La utopía de un mundo mejor mantiene a los pueblos en movimiento pero esa
utopía debe ir adquiriendo forma. En el caso de la construcción del socialismo
del Siglo XXI la utopía requiere de los pueblos que caminen hacia ella, ¿sobre
que bases lo haremos?, ¿que hombre lo hará? ¿Una especie de hombre viejo
parcheado y reformado con elementos del hombre social? ¿será eso suficiente para
garantizar el no retorno al hombre viejo? Son interrogantes que debemos
responder. Ese debe ser el debate, sin egoísmos ideológicos, sin caer en la
tentación de alejar propuestas o arrimar la sardina cada quien para su brasa.
Con generosidad y entusiasmo. Explorarlo todo, sin prejuicios, sin imposiciones,
abiertos, tolerantes, comprensivos pero firmes y sobre todo, con espíritu al
menos de hombre nuevo.
¡LA REVOLUCIÓN BOLIVARIANA NO TIENE OPCIÓN!
¡LA HUMANIDAD TAMPOCO!
¡ES SOCIALISMO O MUERTE PARA LA HUMANIDAD Y LA MADRE TIERRA!
¡VENCEREMOS!
martinguedez@gmail.com