De navíos, ron y chocolate,…y de explotación

Los amantes del séptimo arte en oportunidades recibimos alguna que otra sorpresa que nos obliga a continuar la afición por lo que aparece en la pantalla. Afortunadamente, hay nuevos ingredientes en los cines del este de Caracas como son las conversaciones, durante la cola, de connotadas damas sobre temas de interés nacional: el desastre del país; los estudios de sus hijos en países de ultramar, dado que en Venezuela no se puede vivir por problemas seguridad; de sus viajes a Europa durante las vacaciones para visitar a una amiga, porque dentro de Venezuela no vale la pena viajar por los consabidos problemas de inseguridad; el último dato sobre el supermercado donde se consigue papel toalé y harina precosida y sobre todo, la crisis que nos embarga que acabó con la “próspera economía” heredada de la cuarta república. Después de deleitarme con esta amena conversación, con visos de comedia, me preparé para disfrutar de la película “De navíos, ron y chocolate”.

Lo confieso, no revisé previamente la cartelera y no me percaté que se trataba de un documental de una cineasta de apellido Roncayolo. Las espectaculares imágenes de Córcega, del litoral de Paria en el estado Sucre y de las playas de Margarita me situaron en esos hermosos paisajes y me sumieron, de momento, en un inopinado embeleso. Por esta razón fue que no advertí la finalidad de la película. A medida que mis ojos y mis oídos comenzaron a analizar lo presentado en la pantalla hubiese jurado que la narración fue escrita mi comandante Chávez o el cineasta más chavista de nuestra escuela de arte.

Si algún venezolano quiere percatarse de la forma como ciertos aventureros provenientes de la isla de Córcega se aprovecharon de la riqueza de nuestro país y de la explotación del hombre por el hombre, no dejen de ver el documental en cuestión. La señora Roncayolo nos narra y nos muestra, sin rubor alguno, como el trabajo de los campesinos sucrenses y la riqueza proveniente del cacao fue a parar a la isla de Córcega. El documental describe, con desparpajo, hermosos y ostentosos palacetes construidos en la isla mediterránea con la riqueza proveniente del cacao, cultivado en el estado Sucre mediante la explotación infamante de la peonada de esos campos. Así mismo, nos recuerda los nombres de algunos explotadores que se hicieron ricos y muchos de ellos (sus herederos) fueron a disfrutar sus fortunas a su lugar de nacimiento. Actualmente muchos de esos apellidos pertenecen a la clase explotadora. No tengo duda de la laboriosidad de aquellos desterrados quienes trabajaron con ahínco para obtener enormes riquezas. Lamentablemente, trasladaron a nuestro país los métodos de explotación que ellos mismos padecieron en aquellos parajes durante los momentos aciagos vividos en Europa durante las oprobiosas monarquías.

Es insólito como la destacada cineasta muestra a los herederos de los grandes cacaos de Carúpano (Sucre) conversando cómodamente repantigados desde una ergonómica butaca. Se mostraban muy blanquitos, muy emperifollados, hasta casi se podía oler el aroma de agua de colonia francesa. Detrás del heredero atisbé una muy bien dotada y artesonada biblioteca y el nuevo experto en cacao daba declaraciones de la forma como sus predecesores hicieron inmensas fortunas. En otro de los cuadros del film se destacan otros sucesores, con las mismas características anteriores, rompiendo un saco de cacao para aspirar el sabroso aroma despedido por las semillas que enriquecieron a los primeros corsos venidos a Venezuela para acumular riquezas. A la par, el documental muestra a unos peones desarrapados trabajando en las haciendas de cacao, paleando semillas para el secado de la simiente, llenando y cargando sacos con toneladas de semillas. Aunque no lo crean, casi pude oler el almizcle del sudor del peón cacaotero y presté atención la carcomida ropa de trabajo de estos excluidos de la sociedad, sin ningún parecido a los trajes domingueros a la de los acicalados jóvenes propietarios.

Así como pude darme cuenta, no sin estupor, de los hermosos palacetes situados en Córcega, donde viven muchos de los herederos de los grandes cacaos carupaneros, así mismo me hubiese gustado ver las viviendas dignas donde vivían los peones, las clínicas donde atendían a los obreros y las escuelas donde acudían los hijos de los peones, para que con una educación digna pudieran salir de la miseria en la cual estuvieron sumidos los habitantes del esplendoroso estado Sucre. También me hubiese gustado ver alguna pequeña fábrica de chocolate en esas tierras orientales instaladas por aquellos aventureros y no enterarme, por el documental, cómo se desangraba el país mediante toneladas de sacos viajando hacia tierra lejanas. Finalmente, ese cacao regresaría como chocolate de muy buen aroma y muy sabroso pero a un precio exorbitante. Son los métodos y procedimientos capitalistas que los europeos trajeron al país.

La Roncayolo casi nos hace sentir agradecimientos hacia aquellos aventureros corsos por traer a Venezuela los vicios y las fruslerías de los aristócratas Europeos. El documental describe las hermosas vajillas con que la familia de los patrones de las haciendas disfrutaba los manjares, mientras los peones tenían que comer en una totuma la ración del comistrajo que le entregaban sus amos. De igual manera, mientras los peones de las haciendas trabajaban de sol a sol, sin ningún tipo de protección social, las esposas y las hijas de los patrones se tomaban fotos muy espectaculares para enviarlas a sus familiares en la isla mediterránea. Durante estos jolgorios, las mujeres y los hijos de los jornaleros debían ayudar en el trabajo para poder medio vivir.

El film nos entrega de manera descarada y de lo cual, según la cineasta, debemos sentirnos complacidos, que los corsos trajeran sus vicios del alcoholismo a esta tierra de gracia y debemos glorifícalos por las fábricas de ron instaladas con el mismo criterio explotador del cacao. Aparte de la cruenta explotación, coadyuvaron a que una gran masa de obreros venezolanos se perdiera por el vicio del ron. Una forma de compensar las desgracias al ver su estado de ignominia en la cual lo mantenía los hacendados dueños de las plantaciones de cacao y caña de azúcar, quienes no tuvieron rubor en hacer negocios con los dictadores de la época, como Guzmán Blanco, Gómez, etc.

Insisto, la Roncayolo es chavista y nos dejó un documento audiovisual para que los venezolanos nos percatemos de la forma como los europeos, con dignidades de grandes cacaos, explotaron a los campesinos, tal como lo hacían los terratenientes en la vieja Europa. El documental me permitió advertir la razón de la miseria en la cual estuvo sumido el pueblo sucrense hasta la cuarta república. Sucre resurgió felizmente con mi comandante Chávez quien le dio a los trabajadores del cacao el lugar que merecían en el contexto de una nación que vela por el derecho de sus ciudadanos y no la de un grupo explotador.


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Enoc Sánchez


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