Mientras más pasa el tiempo se ponen más necios. En vez de crecer y madurar no han hecho sino retroceder hasta profundidades insondables. Sin embargo, con cada nuevo episodio, son capaces de superarse a si mismos, en un continuo ir y venir del drama a la comedia, que generalmente termina en tragedia; como aquella de los 11 compatriotas (incluidos dos niños inocentes) vilmente asesinados en el agrio mes de abril.
Presas de un colonialismo mental salvaje, no son capaces de ver más allá de sus narices. Como aquel viejo dicho de que cuando el sabio señala las estrellas, el tonto se queda lelo viendo la punta del dedo. Así anda mucha, mucha gente, demasiada… en estos tiempos decadentes de cultura gely pop o post moderna.
Van como zombies, siempre medicados. Visitan al psicoanalista una o dos veces al mes y son proclives a los arrebatos de ira. Además de colonialismo mental son víctimas de fascismo. Por eso son tan proclives a usar la violencia, sobre todo cuando otras personas se ponen “incómodas”, preguntan demasiado o rebaten con argumentos contundentes, a los de esa especie hay que reducirlos por la fuerza, lo que puede incluir desde el asesinato moral, hasta la agresión física pura y dura.
Aúllan pistoladas en el albañal de los medios, repiten análisis huecos y visiones achatadas grotescamente. El caso Snowden, que bien pudiéramos llamar el Snowden Gate, revela como pocos la sordidez de un imperio cínicamente asesino, sórdidamente impresentable.
Las linduras del imperio las conocemos hace tiempo, basta con leer por encimita el trabajo consecuente de gente como Chomsky o Ramonet, para comprender a que nos enfrentamos; la manera tan burda como se manipulan leyes, códigos y reglamentos internacionales, sólo para satisfacer el apetito insaciable del Gran Capital transnacional.
Desde su óptica mezquina da lo mismo que Snowden viva o muera, total con mi imperio no te metas!