¡Sucre, cuanto te debemos, Sucre!

Ojala todos fuéramos como Sucre. Habrá que ser loco. Loco si, aventurero no. Sucre no fue un aventurero, Sucre fue un revolucionario. Quizás él se sentía sin oficio, y de ahí que se lanzara a la guerra. Porque para lanzarse a la guerra, antes que nada, hay que estar sin oficio. Para la guerra, el compromiso y el sentimiento patrio son aditivos románticos que al final terminan justificando la locura de la guerra misma. Sucre fue un joven, un eterno joven revolucionario con mucho de loco, y con mucho valor y decisión. Está en Sucre, al igual que en Urdaneta, un principio inmenso de compromiso y lealtad.

Representó Sucre, con inestimable lealtad, los sentires de la patria y sus patriotas en cada campo de batalla. Sucre estuvo en la Campaña de Barcelona; Sucre estuvo en la Campaña de Oriente; Sucre fue propuesto para el gran Congreso de Angostura; Sucre fue el gran jefe del Ejército del sur de Colombia en 1821; Sucre fue el máxime, el gran General en jefe del Ejército Unido Libertador del Perú. Sucre, sí, Sucre, fue él el de Ayacucho. Fue Sucre el que domó el sol y el viento, el que doblegó las hienas y los zorros, el que zarpó la inmensa senda que purifica con cadenas y sangre, con hambre y desaire, con muerte y sacrificio. Zarpó en ella, y descendió cual Zaratustra, cual Siddhartta, trascendido, impresionante. Sucre, Sucre, repetirlo a cada instante no es un error ni un recurso literario, es un deber, es el pago ante tanto olvido. Los románticos te han olvidado, y solo te recuerdan cuando de Ayacucho se habla.

El romántico no sabe que tu sangre de joven no regó los arboles de la libertad; fue el peso cargado en tus redondas formas poseedoras de incalculable testosterona que regó tal árbol, maldito árbol metaforo, inservible, justificante siempre del error de la razón y la cordura. Pero qué cordura, nos preguntaría Sucre, el sabio Sucre, cuando sería de locos quedarse en casa ante tanta crueldad y ante tanto grito demandante de libertad. El romántico prefirió el cuento de los bellos púbicos de Miranda para colocarlo en el imaginario colectivo de la nación; opto por la banalización del amor de Manuela para ponerla como estandarte; y se fijó en la traición de Páez para crear su blanco de intrigas ante los labios “sabios” de los que hablan de historia. Pero a ti, hermoso joven Sucre, te olvido, sin saber que fuiste el más ágil en el campo de batalla, el más leal ante los designios de Bolívar, que son los designios de la patria, el más alegre de la fiesta, el más fogoso del amor, el aguerrido de la guerra, el estoico guerrero que libro a la loca América del dominio español.

Sucre, Sucre, si no fuera ridículo escribiera mil veces tu nombre sobre manchas blancas, pero el lector automático no te dedicará más que tres pronunciaciones y un rápido correr de pergamino. Sucre, gran mariscal, eterno joven, siguen tus gritos susurrando entre el viento que nos llega de Ayacucho, que se enreda en Cumana, que inspira en la Caracas. Sucre, otro gran hijo de la loca América, de la bella América, de la culta América, de la jodida América.



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Francisco Ojeda


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