Tal vez sea un síntoma de decadencia terminal –ojalá- pero el número de conflictos que hoy calientan al mundo y el cinismo con que los manipula la Casa Blanca exhiben un nerviosismo no lejano de la desesperación. Es importante analizar los conflictos que se registran en casi todo el mundo para tomar conciencia de su naturaleza y de las formas en que intervienen los intereses del gran poder imperial. Hay que recordar a John Foster Dulles, secretario de estado con Eisenhower, cuando advirtió: “Los Estados Unidos no tienen amigos, sólo intereses”.
En un primer acercamiento al tema se distinguen dos grandes bloques de casos de conflicto: los movimientos populares de protesta contra el modelo neoliberal y la globalización, por un lado, y los de quienes lo hacen contra regímenes nacionalistas antineoliberales, lamentablemente éstos en menor número. Los países europeos son ejemplo del primer bloque, en tanto que los sudamericanos emancipados lo son del segundo.
En Grecia, España, Portugal, Irlanda e Italia se registraron protestas multitudinarias por la pérdida de derechos sociales producto de la imposición neoliberal, con grave riesgo de caída de gobiernos. En tales casos Washington guardó respetuoso silencio; no mostró “su preocupación” por el comportamiento contrario a la democracia. Los medios de comunicación informaron sobre las manifestaciones pero subrayaron los esfuerzos de los gobernantes por sortear la crisis con “gran responsabilidad patriótica”. El resultado fue el desgaste de los movimientos y la conclusión conformista.
En Venezuela, Bolivia, Ecuador y Argentina suceden movilizaciones que protestan por la “falta de democracia” y por problemas de orden económico. Tales protestas merecen la más amplia difusión mediática y sus actores el calificativo de defensores de la democracia, en tanto que los gobiernos reciben el tilde de tiranías. El vocero de la Casa Blanca manifiesta “su preocupación”, en tanto que voces del senado postulan que se intervenga militarmente para asegurar la democracia y los intereses globales de los Estados Unidos, como lo declaró este martes el senador John McCain para el caso de Venezuela.
En la era de la comunicación instantánea queda al desnudo el cinismo del doble rasero de la diplomacia yanqui. No sólo por los términos declarativos, sino por las actividades dizque encubiertas que provocan las crisis en los países cuyos gobiernos intentan seguir una ruta propia e independiente para progresar, normalmente enfrentados con la diplomacia norteamericana. El golpe contra Salvador Allende se gestó desde Washington mediante la guerra económica que generó inflación y desabasto, de manera de agraviar a la población y enfilarla contra el gobierno socialista e independiente; con ello los militares se dieron por legitimados para consumar el crimen contra la democracia. Lo mismo intenta hoy, especialmente contra Venezuela y Argentina. Hace falta mucho pueblo heroico, como el cubano, para resistir el embate del bloqueo.
El caso venezolano ha sido patético. Ahí han aplicado todas las recetas desestabilizadoras y golpistas, sólo les falta el desembarco de lo marines. No pudieron con Chávez en vida, con golpe de estado frustrado por el pueblo alzado, tampoco con el paro patronal que colocó al país al borde del colapso, ni con las provocaciones belicistas del colombiano Álvaro Uribe; Maduro personifica el legado del bolivariano, pero no es lo mismo. Los pinches gringos están poniendo toda la carne en el asador y el proyecto democrático enfrenta un serio peligro. Nuestra América no puede prescindir del pivote venezolano y la solidaridad está vigente.
En Argentina, que solamente aspira a un capitalismo nacionalista, las cosas se presentan también delicadas. Washington no perdona a los Kirschner su rebelión en materia de la deuda externa, ni la desprivatización del régimen pensionario, ni la del petróleo en manos de Repsol, tampoco la desmonopolización de los medios de información y, menos aún, su discurso latinoamericanista. Entre la oligarquía criolla y la embajada gringa, en claro contubernio, manipulan para acabar con el sueño emancipador.
En todo este infierno a México le toca el peor de los mundos posibles. Gobierno entreguista, economía súper dependiente, enajenación cultural, corrupción extendida, violencia, pobreza extrema y descarada intervención gringa. ¡Ah! Pero el Piojo asegura que pasaremos a cuartos de final.