Hoy, como el Chino Valera Mora, “amanecí de bala”. Dispuesto a todo. A decir lo que llevo atravesado entre pecho y espalda, como el poeta a la dama de la Facultad de Farmacia, que cambiaría su vida toda por su cabellera.
Esta particular condición que ahora me estremece, comenzó ayer cuando leí en un diario local, que el gobierno colombiano imprimiría el rostro en papel moneda del gran escritor, autor de “Cien Años de Soledad” y tantas cosas más, como aquel reportaje escrito en Caracas que tituló o donde uso una frase, “aquí contemplando la escasez de agua”, que me pareció excelente y aquella otra “De cuando era feliz e indocumentado”.
Esta decisión, tomada por aquellos que a través del Coronel Aureliano Buendía, el escritor calificó tantas veces y de manera despectiva “los cachacos”, quienes a aquel traicionaron hasta el cansancio y por la misma vía al pueblo colombiano, despertó en mí esta inquietud, escozor, que me hizo amanecer de bala.
Este reconocimiento o gesto honorífico de quienes siguen ostentando el poder en Colombia, la misma clase que traicionó al viejo Coronel, personaje casi bandera del hijo de Eligio García, el telegrafista de Aracataca, como le gustó decir al escritor para dejar constancia de su origen humilde, es producto de cómo éste, casi después que ganó el premio Nobel, se dedicó a hacer o dejar de hacer para que las contradicciones o barreras entre él y la clase dominante comenzasen a achicarse.
Cuando en 1964, la Academia sueca que otorga el Nobel de Literatura, optó por seleccionar a Jean Paul Sartre, el escritor literario y filósofo galo, lo declinó en un gesto de solidaridad con los pueblos del mundo que luchaban por su independencia y contra la sujeción imperialista, como China, Cuba y hasta el movimiento guerrillero venezolano. Pero no se quedó en aquel gesto, sino siguió en su prédica pro revolucionaria, antimperialista, hasta morir.
Pablo Neruda, que venía del combate a favor de los republicanos españoles y el Quinto Regimiento del General Modesto, se mantuvo vertical y en combate todavía después de haber alcanzado el Nobel de Literatura en 1971. Tanto que al momento de su muerte, casi coincidiendo con el golpe militar contra Allende, se mantuvo firme y en disposición de lucha en favor de las banderas de siempre. Nadie ni nada, ni siquiera estando en el umbral de la muerte, hizo que se enmudeciese.
Mario Benedetti, después de ganar tanta aureola, premios y reconocimientos por su obra literaria, cuando murió en el 2009, desde allá, su tierra natal, se escuchaba su voz, su palabra, en pro de las viejas banderas; tampoco el uruguayo hizo concesiones como las de callarse o ignorar los abusos y atropellos que el gendarme del norte seguía cometiendo en América Latina y el mundo. Así mismo, Eduardo Galeano, autor entre otras obras de la muy conocida y leída “Las venas abiertas de América Latina” y ganador de tantos premios y reconocimientos, no hijo de campesino o telegrafista de un pueblo perdido, sino de clase acomodada de su país natal, Uruguay, todavía con demasiada frecuencia y hasta de modo desafiante deja escuchar su voz en favor de los pueblos atropellados por las castas dominantes y su aliado imperial.
Mario Vargas Llosa, el “marito”, nacido en el Perú, escritor de una invalorable obra literaria que incluye “La Ciudad y los Perros”, “La Casa Verde”, “Pantaleón y las visitadoras”, “La Tía Julia y el Escribidor”, etc., tuvo la disposición para pasarse al enemigo sin fingimientos y hasta se hizo ciudadano español, pese su figura copiada de la primitiva estirpe indígena de los Incas. Ahora mismo, en la propia España, Vargas Llosa no se ha arredrado ni escondido, sino que ha salido a dar el frente, aunque parezca vergonzoso, a favor de la ultra derecha del país europeo donde ahora vive y cuya nacionalidad ostenta. Por cierto, ese gesto de asumir la nacionalidad española, procedió poco tiempo después, de cuando los peruanos prefirieron votar por Alberto Fujimori, un nacional de ascendencia japonesa y no por él, el gran escritor lleno de premios y fama.
Pero respeto a Vargas Llosa su actitud de dar la cara, aunque sea en favor del enemigo y no ocultarse, fingir lo que no es y hasta sacar la mano “como la gatita de María Ramos”, quien “tira la piedra y esconde” aquella.
García Márquez, después de ganar el Nobel y percibir la tentación de las grandes editoriales, se refugió en México. De allí iba a Estados Unidos donde era recibido con euforia y papelillo, lo que bastante disfrutó. Allí, intentando dar muestras de amplitud, se reunía con los enemigos del gobierno cubano y hasta se llegaba al centro de poder de aquel país, donde también era recibido con demasiado agrado. Pero también se dejaba caer por Cuba a visitar a su amigo Fidel Castro. Estuvo empeñado en jugar el rol de hombre de amplitud, amigo de todos, en medio de un frente de combate, donde un sector usa el más sucio armamento.
Mientras aquella rutina ejecutaba, el hijo del “telegrafista de Aracataca”, se iba hundiendo en el mutismo y desconocimiento o indiferencia de los sufridos, acosados en el mundo y las agresiones contra los derechos de América Latina. Casi al final de su vida, sólo percibió en Chávez, también amigo de Fidel y por éste reconocido, un personaje incierto quien podría derivar hacia posiciones arbitrarias o autoritarias.
Por eso cuando leí que la Cámara de Representantes de Colombia, de mayoría a favor de aquellos que se cansaron de traicionar a Aureliano Buendía, aprobó una Ley que permitirá la emisión de billetes con la imagen del Gabo y otros reconocimientos, recordé como preguntó el viejo general a su compadre Gerineldo Márquez, luego en la etapa de la pacificación o el cansancio, “¿por qué luchamos?” y luego de escuchar la respuesta de éste, decir:
-“Allá tú qué sabes por qué luchaste, porque yo lo hice sólo por orgullo.”
El viejo general con aquella frase estaba admitiendo que había sido víctima del engaño.
Prefiero a quienes mueren de pie. Llenos de gloria o hundidos en la oscuridad. Sin bajar sus banderas. Pero también a quienes tienen los arrestos necesarios para admitir que se cambiaron de bando.
“Hoy amanecí de bala.”