Hace tiempo se escribió sobre los atrevimientos del imperio. Muchos se mofaron y decían que eso era sólo una burda excusa para justificar un discurso extemporáneo y desviar los temas de interés nacional. Resulta pues, que en toda la gestión revolucionaria, desde el 98 para acá, el país ha sido objeto de una injerencia imperial a través de sus nuevas formas de guerras mediante el uso depravado y antiético de las redes sociales y medios de comunicación donde han asediado constantemente a los venezolanos con millones de mensajes manipuladores, truncados, persuasivos, mentiras y engaños. Todo un arsenal bélico de alta envergadura, pues en esta fase se busca dividir al país políticamente para confrontarlos en una guerra civil que, a ellos, les genere el mayor provecho político y, por consiguiente, económico.
También se ha escrito de los inescrutables intentos por obstaculizar el devenir de la patria: paros, golpes, saboteos, terror, muertes, fascismo, violencia, guarimbas, guerra económica y pare Ud. de contar. En todas estas maquiavélicas andanzas la revolución Bolivariana y Chavista se ha visto fortalecida, se han superado las pruebas y ahora con el presidente obrero Nicolás Maduro cada vez se avanza hacia la genuina consolidación del socialismo de paz y de amor.
Pues bien, ante los consuetudinarios fracasos de la oposición títere y apátrida, el mismo vocero del imperio califica a Venezuela de “amenaza para su seguridad”. Semejante aberración no muestra más que la grave situación de descomposición política, inmoral por demás, en que se revuelca el imperialismo para pretender asomar una ventana que justifique, a ellos, la posibilidad de hacer una intervención armada a este suelo bendito y prodigioso que hay sabido ser una tierra de convivencia y de respeto en la autodeterminación de los pueblos del mundo.
Con qué moral Estados Unidos pretende juzgar si este país en estos últimos años ha ido escalando una prepotencia monumental que ha terminado en guerras y muertes como en Irak, Afganistán, Siria, Libia y otros países del Asia y de África; ofreciendo las banderas de la Libertad y la Democracia y lo que dejan es terror, sangre, dolor y genocidios. Son millones de familias resquebrajadas, vejadas, violadas en todas sus dimensiones; millones de niños y niñas asesinados, huérfanos y destinados a padecer las más feroces hambrunas y miserias todo por los caprichos de un imperio cruel y sinsentido que no se cansa de vender una falsa imagen de protector y demócrata cuando en realidad es la peor pesadilla que haya enfrentado la humanidad desde los inicios de los tiempos.
Este imperio norteamericano, apoyado con imperios de países poderosos, es la enfermedad de las sociedades mundiales, es la enfermedad de los pueblos del mundo y un verdadero cáncer en los pueblos que tienen la oportunidad de orear las banderas de la autodeterminación, la independencia y la soberanía nacional. El imperio norteamericano podrido de inmoralidad se eleva arrogante como un dragón a pretender ser el juez y policía de todos los demás países del orbe sin el más mínimo rubor, sin el más pequeño escrúpulo por el respeto a la humanidad mundial y a los derechos Divinos de libertad, la creación de los destinos, de los sueños, de los más sublimes designios del espíritu y la razón social.
A la borda fueron a parar las leyes internacionales, los derechos humanos, la libertad de expresión, el temor a la Creación, el amor al prójimo, el compromiso histórico, la palabra empeñada, la prolongación de la vida…; para el imperio están primero sus intereses económicos, el control de las energías actuales, el dominio del planeta y su seguridad de mantenerse como pequeño grupo de hombres y mujeres subyugados por sus propias perversidades conscientes del mal que producen a las mayorías que tienen derecho a vivir una vida digna, justa y con sus roles de participación en la lucha por un mundo mejor y necesario que evite el debacle mundial.
Nuevamente estamos llamados a la tarea de defender la patria y saldremos airosos como otrora los Libertadores entregaron toda su vida por la libertad y la soberanía de este barro que nos vio nacer.