Ayuda o devolución

Mi pensadora no se cansa de rebobinar y cuando veo lo que está sucediendo con los emigrantes que huyen del norte de África hacia Europa buscando una vida digna. Mi cerebro no encuentra palabras sosegadas que sirvan para calmar mi inopinada furia. Imposible no experimentar tal sentimiento al mirar con asombro y compasión los cadáveres de los niños provenientes de las lanchas o pateras zozobradas. Son las mortales singladuras de “inmigrantes ilegales” donde navegan pequeños y maltrechos sobrevivientes de las guerras, quienes intentan salvar sus vidas al lado de la familia. A veces quisiera ser optimista, pero tristemente, cuando observo por la TV a los cientos de ahogados en los naufragios, el pesimismo me obliga a recodar un párrafo que leí en una obra del porteño (argentino) Lucio Mansilla, un destacado general de división del ejército sureño, diplomático, político, periodista y escritor, autor de “Una excursión a los indios ranqueles”.

“No hay ya esperanza para las naciones. Recorred las páginas de los siglos. ¿Qué nos han enseñado sus vicisitudes periódicas, el flujo y reflujo de las edades y esa eterna repetición de los acontecimientos? Nada o muy poco”.

Las muertes de millones de inocentes no les enseñaron nada a los políticos y a los responsables de las recientes barbaries. De seguro que los agentes de esa brutalidad tienen nombre y apellido, son representantes de una etnia, poseen alguna nacionalidad, una religión y por lo general, fanfarronean de su linaje. No quisiera insistir en la autoría de las viles gestas, pero ¿cómo no rememorar lo que le hicieron al mundo los ricos, blancos y cristianos de la Europa imperial no hace mucho tiempo? Desafortunadamente, tales indignidades ahora la practican los nuevos amos del mundo.

Fueron los ricos, blancos y cristianos quienes se repartieron el mundo, quizás bajo alguna iluminación divina del dios que aquellos ladinos impusieron, con La Biblia, la cruz y el arcabuz, en todas las civilizaciones. Para darle visos de legalidad a sus atrocidades los bellacos se dividieron el planeta para obtener nauseabundas ganancias, sin importar la brutalidad a la que sometían a los pobladores. Para legitimar el robo y el asesinato inventaron tratados, conferencias o congresos. Es bueno recordar el tratado de Tordesillas (1494) suscrito por Isabel de Castilla, Fernando de Aragón (muy católicos ellos) y el rey Juan Segundo de Portugal. Mediante este pacto el papa Alejandro VI (Rodrigo Borgia) le “regaló” al reino de España y al reino de Portugal los territorios descubiertos y por descubrir. Así mismo, una vez derrotado Napoleón Bonaparte los vencedores, los monarcas absolutos del continente europeo, celebraron el Congreso de Viena (1815), para regresar a la etapa anterior a la Revolución Francesa, es decir, para dividirse a Europa entre ellos. Los beneficiarios de esta repartición fueron Austria, Rusia e Inglaterra. Mediante este congreso Inglaterra aseguró el control sobre el mar Mediterráneo tomando posesión de Gibraltar, Malta y las islas Jónicas, así como de otras bases fuera de Europa: Ceilán y cabo Verde. A Rusia también le tocó su parte, una buena zona de Polonia, Besarabia y Finlandia. Así mismo, Austria logró consolidar su poder en la parte norte de la península itálica, obteniendo para sí el reino Lombardo-Véneto. Además, colocó príncipes austriacos en los tronos de los ducados de Parma, Módena y Toscana. Por esta misma vía, se conformó la Confederación Germánica, bajo la reunificación de 39 estados en los cuales Prusia y Austria fueron los más poderosos.

Un aparte merece la Conferencia de Berlín (1884-1885) celebrada en la ciudad que lleva su nombre y convocada por Francia y el Reino Unido. Después de este cenáculo solo dos países africanos conservaron el derecho a preservar su independencia: Etiopía y Liberia, esta última bajo la égida del gobierno de EEUU. Como se lee, el imperio del norte de América no podía estar lejos de este festín. De la gran torta (África) todos los imperios europeos se quedaron con un trozo del pastel: Bélgica, Francia, Alemania, Italia, Portugal, España y el Reino Unido. Leído tal como está presentado este párrafo pareciera no tener más trascendencia que una lección de Historiografía. Pero el lector debe hacer un ejercicio de imaginación y vislumbrar la cantidad de abusos, robos, extracción de materia prima, crímenes de lesa humanidad, violación de derechos humanos, esclavitud, imposición de culturas, sadismo, racismo y todo aquello que desdice de lo que podía ser un sentimiento humanitario sobre una población que tuvo que soportar, durante siglos, los martirios a los que sometieron los ricos, blancos y cristianos a los pobladores de los países africanos colonizados. Así fue como Europa se desarrolló, a costa del trabajo esclavo de los africanos, de la materia prima robada y de la imposición de compras de mercancías fabricadas en los imperios (mercados cautivos).

Pero aquello no bastó. Luego de muchas guerras los africanos lograron su independencia, lamentablemente, dentro de las entrañas de África quedaron muchas riquezas. Las monarquías abandonaron aquellas ricas tierras pero las grandes compañías trasnacionales imperiales se quedaron con el negocio del petróleo, de la minería, de la agricultura y de otras riquezas que nunca les llegó a los habitantes de los países subyugados.

Hoy, nuevamente, la avaricia de las grandes empresas transnacionales alcanza el paroxismo de la ambición, tal como lo hicieron durante la época de los protectorados o colonias. Las usureras corporaciones de los imperios están ávidas de energía a precio de saldo, además de: oro, plata, platino, diamante, cobre, estaño, agua dulce, perlas, carbón, madera, pieles, es decir de todo lo que se pueda extraer de las entrañas de la tierra africana para luego venderlas a precios elevados. Son las empresas monopólicas, las mismas que ejercen el control de la economía mundial, las mismas que están acarreando la ruina y la desolación a los países africanos, las mismas que están llevando a estas poblaciones la destrucción y la muerte mediante guerras sin sentido (ninguna guerra tiene sentido).

A los ricos, blancos y cristianos no les importó los cien millones de africanos que sacaron, a la fuerza, de su hábitat natural para convertirlos en esclavos en América y Europa. Separaron familias completas, extrajeron del África negra la población más joven que imposibilitó en un futuro el desarrollo armónico en dichos países. A las potencias no les preocupó los miles de africanos fallecidos debido a los maltratos en la travesía de la muerte. En los insalubres barcos negreros morían miles de esclavos ante la imperturbabilidad de los infames mercachifles de carne humana. Quizás muchas de las fortunas europeas y americanas actuales derivan de aquel malhadado negocio.

En la actualidad, miles de africanos huyen en inseguras pateras de los horrores de la guerra ocasionada por los intereses de las grandes compañías transnacionales. Diversas son las amargas vicisitudes por las que esos desventurados tienen que sufrir para llegar a las costas de España o a la de Italia, simplemente para trabajar y llevar una vida cónsona como la de cualquier ser humano. Finalmente si lo logra, las leyes europeas los consideran inmigrantes ilegales por carecer de documentos para desempeñarse en algún oficio. Indiscutiblemente, quienes rayaron en la ilegalidad fueron los arteros usurpadores de los grandes imperios quienes se apoderaron de las tierras africanas, secuela de la aciaga Conferencia de Berlín. Me pregunto ¿Acaso los gobiernos Africanos le otorgaron una visa a los cruentos invasores para explotar unos recursos que no les pertenecía?

La política Europea simboliza el colmo de la hipocresía. Sus gobernantes reiteran en cada conferencia de prensa en la “ayuda” hacia los países africanos. Intentan evitar que las pateras se conviertan en una invasión de una gran masa de africanos y africanas quienes, quizás, a lo que van es a reclamar lo que les fue despojado durante siglos. Los africanos no necesitan ayuda, los herederos de los esclavos aspiran que se les devuelva parte de la fortuna confiscada por los ricos, blancos y cristianos en los siglos anteriores. Aquellos funestos invasores, esclavistas europeos y americanos, nunca pagaron ante la justicia por el infame comercio de carne humana y hoy, sus herederos parecen desentenderse de la gran deuda que tiene Europa y América con los negros Africanos. Nada de ayuda, deben devolverles a los africanos lo robado durante siglos.

“La historia me absolverá” pronunció Fidel Castro en su autodefensa en el juicio por los asaltos a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel Céspedes (1953). Contrariamente, cuando examino el comportamiento imperial espero que un “augusto” representante de esta cáfila de asesinos algún día pronunciará: “la historia nos condenará”. Entiendo la razón por la cual a Obama Victoruis Imperator, no le interesa la historia.





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Enoc Sánchez


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