Cancillería venezolana derrocha tiempo buscando a Dios por las ramas, cuando recurre a MERCOSUR con la intención de resolver un viejo conflicto limítrofe. Olvidan estos asesores que disparan al aire sin proponerse un blanco, que la susodicha unión establecida en 1991 con el Tratado de Asunción, solo tiene por objeto la libre circulación de bienes, servicios y factores productivos entre sus integrantes, así como también adoptar políticas comunes, coordinar políticas sectoriales y macroeconómicas y establecer un arancel externo común.
Aunque moleste a la clase política que mueve los hilos del poder en esta Venezuela acosada porque quieren su petróleo, lo cierto es que pronto el alto gobierno se convencerá que gasto pólvora en zamuro, y que sus esfuerzos se limitaran a un simbólico saludo a la bandera, pues muy pronto los resultados evidenciaran que a los dignatarios les toco majadear en el Palacio de Itamaraty, sede del Ministerio de Asuntos Exteriores de la Republica de Brasil. ¿Acaso la Casa Amarrilla ignoro que por la naturaleza misma del problema, lo aconsejable era acudir a otra instancia internacional que garantizara ponerle fin a una vetusta reclamación y que amenaza con traer graves consecuencias para la paz hemisférica?
No negamos que en la actual circunstancia las cosas se vean cada vez más color de hormiga, así como tampoco nadie en su sano juicio debería desconocer que a Nicolas Maduro le ha correspondido caminar sobre el filo de la navaja. Pero si hablamos de responsabilidad compartida, también se debe reconocer que por falta de una autoridad única en la jefatura del Estado, a veces se cometen errores que parecieran planeados por algunos obsesionados que quisieran colocar su trasero en el sillón presidencial. Por algo dicen que muchas manos metidas en el plato siempre ponen el caldo morado. ¿O no?