De larga data y con eventos efervescentes intercalados en la mediana y corta duración, según pueden dar cuenta cronistas, memorialistas e historiadores de oficio, para hablar así en términos de Fernand Braudel (1978) en su obra Historia y Ciencias Sociales, es este asunto de la Guayana Esequiba. Más de dos centurias. Años de escuela han transcurrido y se obtiene el grado académico de licenciado, médico, ingeniero o profesor, magister y hasta doctor… Y cuando uno despierta del letargo de los años, para recordar en esto a Monterroso, el cocodrilo rallado del Territorio en Reclamación aún está allí, impertérrito y contumaz, acusando con su dedo geográfico de la fachada atlántica a todos los presidentes y sus respectivas cancillerías que sólo parecen contemplar los estremecidos crepúsculos de los días de encendidas polémicas; pero ese espacio propio de la geografía de la alucinación sigue escarnecido y hollado por extranjeros y reclamando ser poblado de venezolanidad.
¿Cómo pudiéramos aproximarnos a este asunto desde una perspectiva acaballo entre la historia-conocimiento y la filosofía de la cultura?, entendidas como una disciplinas morales, que educan en valores de identidad y pertenencia, así como en el desarrollo de los sentimientos de querencia hacia el territorio, en tanto que lugar en que asienta un pueblo en su dinámica antrópica, con un uso y ocupación que deviene en un imaginario social, lengua, economía, religión y psicología colectiva; todo ello involucra adherirse a ciertas corrientes axiológicas, según el espíritu de don Mario Briceño Iragorry, en La Historia como Elemento Creador de Cultura o en Mensaje sin destino, que en sus palabras dan en llamar vida poblada de creencias, rostros admirados por las hazañas de los ancestros y sonrisas ante las flores y el cántico de las aves de la arboleda más próxima de los hogares, todo lo cual van perfilando una cierta antropología cultural, con hombres y mujeres que parecen conocer el pulso de aquella geografía humanizada, en tanto eso no haya aparecido, pues, será una naturaleza agreste, un espacio olvidado y que otros lugareños aprovecharán en una colonización de corazones que laten ávidos de riquezas, dibujando un “Tríptico de la infamia”, siguiendo a Pablo Montoya (2015).
Sorprende que el Venezuela los eventos se sucedan al menos desde 1970 en adelante, cuando uno iniciara el Primer Grado de educación Primaria y del Territorio Esequivo en Reclamación se continúe hablando en las misma condiciones en que lo explicaban la maestra Petra Torres y el maestro Alejandro Morales en la Escuela 224 del Núcleo Escolar Rural 514, en el caserío El Hato de Baragua, un fenómeno, pues, de la larga duración se diría desde el punto de vista de la Historia de las Mentalidades; que involucra a aspectos complejos, con muchas variables intervinientes y donde la toma de decisiones exige acuerdos consensuados entre las partes y con una actitud de ganar, ganar, que sería lo que se ha dado en llamar una “Diplomacia de Paz”, en fin si laguno de nosotros quisiera identificar en el tiempo histórico venezolano y actual un asunto de larga duración, pues ahí tiene el Territorio Esequivo y al cabo de cien años más su nietos y bisnietos seguirán con ese animal pre histórico rayado como una distracción para lo niños de escuela y los políticos de ocasión, ya que todas los tratados y acuerdos de las cancillerías han resultado ineficaces, y la actual no podrá ser menos. A menos que suceda un milagro y eso, como se sabe ees poco problable, historiadores, cronistas y demás memorialistas o escribidores de ocasión tendrás temas de qué ocuparse, ya que en Venezuela, según decía José Ignacio Cabrujas nos gusta hacer cosas por ahora y mientras tanto, somos un país de acciones espasmódicas y sin que el territorio nacional lo sintamos como parte de nuestra piel ni se nos presenta como un problema de conciencia moral.
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