“Cuanto más codiciado por el mercado mundial, mayor es la desgracia que un producto trae consigo al pueblo latinoamericano que, con su sacrificio, lo crea.”
Eduardo Galeano
El 24 de febrero del 2016 será recordado como la fecha nefasta en que nos convertimos oficialmente en un país minero. En cadena nacional, sin anuncio previo, sin proyecto formalmente presentado a la nación, sin marco legal, institucional, técnico, sin debates, discusiones, asambleas, violando flagrantemente la constitución y los principios de la democracia participativa y protagónica que en balde intentamos construir durante casi dos décadas, se inicia un nuevo episodio del saqueo que será digno de futuras ampliaciones de Las venas abiertas de América Latina. En un alarde de eficiencia y pragmatismo como nunca antes en estos tres años del post-chavismo se ha decretado oficialmente ese día el comienzo de la entrega del doce por ciento del territorio nacional para su depredación por las empresas transnacionales. Una cuarta parte de los estados Amazonas y Bolívar.
Se dice como si fueran los tremedales de Apure o los peladeros de Falcón, pero estamos hablando de un territorio inscrito en la cuenca de nuestros principales recursos hídricos y energéticos, una de las mayores reservas naturales del planeta, asiento de la mayor reserva de biosfera decretada por la UNESCO, de cinco parques nacionales (Canaima, La Neblina, Sarisariñama, Yapacana, Duida-Marahuaca y Parima-Tapirapeco, el más grande del país) y varios monumentos naturales. Un territorio condenado a muerte por ser también uno de los mayores yacimientos de oro, diamantes, bauxita, caolín, minerales raros, radioactivos y ferrominerales. Último reducto de nuestras etnias originarias, acosadas durante décadas por la extracción ilegal con la venia de quienes ahora -gracias a otras medidas que nos recuerdan al famoso complejo industrial militar norteamericano denunciado por Eisenhower en la década de los 60- pasarán a ser garimpeiros uniformados con derechos plenipotenciarios para el latrocinio asociados con la peor calaña del imperialismo saqueador y ecocida, cerrando vergonzosamente con esta actitud carroñera y entreguista el telón de uno de los episodios más luminosos de nuestra historia emancipadora y soberana.
No haré mención del atroz e irreversible impacto sobre este frágil rincón de la Tierra, de la posible destrucción de nuestras mayores fuentes de agua dulce u otros daños patrimoniales y humanos a la región o al resto del país. A los menos informados, habría que hablarles sobre la lixiviación con cianuro, plomo o mercurio, la hipersedimentación de lechos fluviales y lacustres, la destrucción indiscriminada de bosques y selvas. Sobre tragedias ambientales como Kalimantan en Indonesia, Kabwe en Zambia, o los lagos de lodo tóxico de Baotou en China. Sobre los diamantes de sangre de Sierra Leona, las guerras del coltán en el Congo o de la madera en Camboya. De eso ya se encargarán los expertos. Sí haré mención de “la garantía universal al equilibrio ecológico y los bienes jurídicos ambientales como patrimonio común e irrenunciable de la humanidad” establecida por nuestra Constitución y del derecho de la sociedad a decidir sobre un tema como este, de la mayor urgencia e importancia.
Al contrario, el lobby que desde hace tiempo viene maniobrando para echarle mano a estos recursos ha aprovechado el efecto de shock de la guerra económica sobre la opinión pública para subastar el Orinoco en nuestras propias y anestesiadas narices. Todo con el retorcido argumento de que poseemos las primeras reservas mundiales de tal o cual recurso, y con el anzuelo de que cientos de miles de millones de dólares llenarán mágicamente nuestras arcas exhaustas. Con semejantes razones, que no se les ocurra luego a sus ideólogos que somos reserva mundial de prostitución, o de órganos humanos, porque quién sabe la clase de negocios que harán con sus madres o nuestras entrañas, amen de otras ofensas a la inteligencia como la creación de CAMIMPEG, que viene a ser casi lo mismo que una corporación para que los médicos cubanos monten clínicas privadas o para que los bomberos se dediquen al corretaje bursátil. Tan lejos estamos de los principios y valores que alentaron al comandante Hugo Chávez y la revolución bolivariana, socialista y antimperialista, la unión cívico-militar y la defensa de la soberanía patria.
Tras la legalización con bombos y platillos de la explotación minera se desatarán demonios que no podremos dominar. Y quienes los sueltan no son la derecha oligarca y apátrida o las fuerzas del imperialismo sino nuestra dirigencia. ¿Qué le valió a Chávez haber sacado a patadas a los profanadores de la Gold Reserve cuando sus propios sucesores les estrechan la mano? En el colmo de la ingenuidad o el cinismo, piden que no se vuelva a repetir con la minería el rentismo petrolero que destruyó la economía de este país que producía todo lo que consumía. Lo que no han entendido o no han querido entender es que la minería -y más en manos del capital extranjero- no es otra cosa que la metástasis de la enfermedad holandesa que hemos padecido durante casi un siglo. Es uncirnos nuevamente el yugo del colonialismo. No han entendido que la misión histórica de la Revolución Bolivariana era acabar con esto para convertirnos en una patria libre y soberana. Paradójicamente, hemos dado vuelta atrás. Estamos revirtiendo el proceso.
Lo lamentable es que nos encontremos una vez más con la salida fácil, el hambre de divisas, una cobarde pérdida de la soberanía. Que no hayamos aprendido nada sobre los males del rentismo petrolero, los perversos estertores del capitalismo globalizado y nuestro papel como ejemplo de resistencia. ¿Qué actividad realmente benéfica para la humanidad impulsarán nuestro oro, diamantes, coltán, que no sea la maldita industria de consumo suntuario y tecnológico de las élites dominantes? Que no hayamos aprendido nada sobre la crisis ambiental o el cambio climático. ¿Por cuantos contaremos los millones de hectáreas de tierra cultivable, los litros de agua, los árboles, que serán sacrificados ante los altares del mercado global? Que no hayamos aprendido sobre la guerra económica y las verdaderas necesidades de la sociedad; el oro, que casi ha destruido el Guri por sobresedimentación, ¿nos dará electricidad? Si nos da hambre, ¿comeremos coltán? Y si nos da sed, ¿qué agua tomaremos? Todo queda, como siempre, a medio hacer: la agricultura, la ganadería, la manufactura. Hasta la faja del Orinoco puede quedar en el olvido ante el nuevo atajo. No hay siquiera dignidad para que al menos el expolio se haga con nuestras propias manos, nacionalizar la rebatiña, hacerla “socialista”. Tampoco la hay para la creación de empresas militares en el campo o la manufactura. Menos para culminar la tarea de sumar a las fuerzas sociales para la construcción de la soberanía económica, alimentaria, productiva. Una vez más se ha subestimado al pueblo y sus poderes creadores.
A riesgo de que se me acuse de pitiyanqui, y para no repetir lo mejor y más claramente dicho por otros en circunstancias similares, permítaseme recordar unas palabras del mentado Eisenhower, cuando el corporativismo enchufado de su país empezaba a abrir las fauces para tragarnos a todos:
"Nuestro trabajo, los recursos y los medios de subsistencia son todo lo que tenemos; así es la estructura misma de nuestra sociedad. En los consejos de gobierno, debemos evitar la compra de influencias injustificadas, ya sea buscadas o no, por el complejo industrial-militar. Existe el riesgo de un desastroso desarrollo de un poder usurpado y (ese riesgo) se mantendrá. No debemos permitir nunca que el peso de esta conjunción ponga en peligro nuestras libertades o los procesos democráticos".
Aunque se tratara de la mayor amenaza del imperio, aunque estuviéramos al borde de la invasión -de hecho lo estamos-, aunque tuviésemos una pistola en la cabeza, aunque esta guerra económica nos matara de hambre, estoy seguro de que muchos escogeríamos otros caminos antes que vender nuestra riqueza por un puñado de dinero. En El arte de la guerra, Sun Tzu cuenta la historia de un soberano que, al ser recomendado por sus asesores para ceder parte de su territorio al enemigo dijo así: “¡El suelo es el fundamento del Estado! ¿Como vamos a entregarlo?” Todos los que lo habían aconsejado de esa forma fueron decapitados. Recordemos la dignidad de nuestra hermana Cuba, o de Vietnam, que en circunstancias mucho más duras soportaron asedios bestiales donde se templaron como el acero las voluntades y las conciencias de sus pueblos.No se subastaron al mejor postor. No hay crisis económica, ni realpolitik, ni proyecto ideológico que justifique la hipoteca de nuestros principales recursos, siquiera con la excusa de que eso significará la salvación de la patria.
Si nos preguntaran, la respuesta ya la dieron en vida y ejemplo el Ché y el Comandante Chávez. Nosotros aprendimos con ellos y quinientos años de rebeldía en la sangre. Si ya se les olvidó, o si las mieles del poder les aflojaran los esfínteres, recuerden que la esencia de la batalla por el socialismo es la construcción de una sociedad en las antípodas de la mentalidad extractivista que aun tienen en la cabeza. Una batalla que la coyuntura actual nos pide dar en vez de evadir cobardemente. La lucha que se inició hace casi dos décadas, en la que fuimos y aun somos millones, era una lucha para cambiar la forma de vivir en esta tierra, no para seguir parasitándola y destruyéndola, todo por mantener la fantasía de un cupo de dólares o la farsa del progreso que se remeda en todas partes. Es una lucha por el trabajo y la conciencia colectiva, radical -como bien lo decía Chávez- de la raíz, anclada a esta tierra donde están sembrados nuestros libertadores y tal como la heredamos de ellos deseamos dejarla a nuestros hijos.
Estas líneas son lo menos que puedo hacer para oponerme al sacrilegio de la explotación minera. Para decir que este saqueo no se hará en mi nombre. Para recordarme que la verdadera revolución aún está por hacerse. Mientras no podamos hacer otra cosa que mirar venir las carabelas, como solo pudimos gobernar este país a los realazos, como no supimos ser eficientes y honestos, como no dejamos la maldita cultura rentista, como no quisimos luchar a la altura de nuestros obstáculos, en fin, como no aprendimos a vivir según el modelo que predicamos y no profesamos, bienvenido este nuevo Dorado. Bienvenida esta nueva orgía del capitalismo. Bienvenidos sus mercenarios, sus lacayos y todos sus males.
giacomoccs@gmail.com